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Vida y literatura de Mario Ángel Escobar, paciente 1980 de El Salvador

Por Grego Pineda*

 

En los Ángeles, California, pernocta y trabaja el reconocido poeta, novelista y profesor universitario Mario Ángel Escobar, quien vive entre libros. Ha recibido prestigiosos reconocimientos por su ejemplo como latino destacado, pero también por su activismo cívico en favor de los inmigrantes y población vulnerable.

 

Mario Escobar es salvadoreño, a su pesar. Se considera un hijo abortado por su patria. Forzado a actuar como hombre aun cuando su infancia no terminaba. No le regalaron un fusil de juguete, sino un teatro de guerra para que jugara a ser el Che o un Quijote justiciero. «Soy hijo de abejas de pólvora, /vengo de la miel amarga del panal, / de mil caminos de lágrimas derretidas. / Soy lluvia mezclada con sol.» Nací, dice Mario, en el pétalo revolucionario de una canción.

 

Mario aún no salía de las montañas de su pueblo ni de los ríos que fluían sigilosamente, y el niño guerrillero-embrión de poeta, corría con ellos, silencioso, para no alertar al enemigo militar. «Vengo de la sucia aurora, / de las aguas frías del rio Lempa/ y en mi silencio, que es el tuyo, / puedes escuchar las maquinas de fabrica/ donde mi madre desgarró sus años.»

 

En medio del espanto de la guerra, Mario Ángel tuvo que sobrevivir, comiendo tortilla tostada con olor a pólvora y beber agua con sudor de ‘sálvese quien pueda’. «¡Oh si!, vengo de los abismos de la noche/ en un caballo trotón sobre montañas, / bulevares y desiertos. / Pues como te decía, vos, / Yo nací en un pueblo entre volcanes, / huelepegas, ambulantes, / ladrones y poetas. / Soy torogoz y grito de marinero. / Marinero que se le acabó el mar, / inmigrante cargando raíces en el viento. / Soy de la estirpe de ríos y montañas/ que nunca marcaron fronteras.»

 

Escobar ha socializado algunas fotos de su ¿infancia?, a raíz de múltiples entrevistas publicadas en medios americanos, pero esas fotos del niño-fusil con uniforme verde olivo, me dan escalofrío. Especialmente cuando reparo en sus ojos, esa mirada me hela el alma y me queman los dedos por escribir y pedirle que nos perdone. Que su infancia se la debemos, que su pasado lo respetamos y que su futuro es mejor que lo viva en Estados Unidos de América porque en El Salvador todavía se debaten rancias ideas con métodos obtusos.

 

Asesinado su padre y familiares, en los días más cruentos de la guerra, tuvo que unirse a hacer justicia por su cuenta, sin comprender qué era eso, ni lo que tendría que vivenciar. Pronto fue capturado por “el enemigo” ¡gracias a Dios!, y llevado a una casa de paramilitares, donde fue rescatado por su abuela en compañía de la organización de derechos civiles donde militaba.

 

Ángel convivió con la muerte y por eso no le asustó cuando su abuela le entregó cincuenta dólares y le dijo, entre llantos y amores desgarrados, cómo debía llegar a Los Ángeles, donde su madre había emigrado. Entonces nuestro veterano niño caminó hasta California, buscando su libertad, su futuro incierto, una patria que lo protegiera de su matria, capturada y violada por los señores de la guerra.

 

Confiesa Mario en su bello poema “Deja y me presento”: «Mi país fue el abismo telúrico de pólvora, / nacieron allí mis hermanos, / con la mirada torcida, / buscando patria en el norte. / En el Norte, recuperamos historias/ y supimos de la tormenta y de la luna/ y del inmenso laberinto en que yacemos/ buscando la ternura que perdimos.»

 

Y entre libros en inglés y español, nuestro connacional, ha conocido muchos universos y cosmovisiones, según el temple de cada escritor, pero ninguno, sin duda, pudo o podrá escribir la historia que ebulle en el alma de nuestro poeta y novelista. Su novela   Paciente 1980, de edición ya agotada, está llena de referencias a personajes y pasajes de la guerra, pero no es histórica, es un experimento estético que desafía al lector.

 

Es difícil ponderar y aquilatar la obra de Mario Escobar en su justa medida desde la cordura. Hay que enloquecer un poco para poder discernir su genialidad y entender su aporte literario, el cual, está plagado de fantasmas que huelen a pólvora, sudor, miedo-valor y determinación. Pero sobre todo de dramática autenticidad. No son kafkianos porque lo vivido subyace en su narrativa y por tanto lejos de ser surreales.

 

Su poesía bilingüe aparece en Theater Under My Skin: Contemporary Salvadoran Poetry publicado por KalinaPress y en Poetry of Resistance: Voices for Social Justice publicado por University of Arizona Press entre otros.  El carácter coloquial y comprometido de su poesía, así como la realidad con la que escribe, lo convierten en uno de los poetas reconocidos del exilio salvadoreño. Y debería ser, como mínimo, reconocido y reivindicado en la República de El Salvador.

 

 

*Escritor de la Diáspora salvadoreña en USA, Magíster en Literatura hispanoamericana.

 

 

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.