Caralvá
Intimissimun
Aquello era el momento culminante de muchos años de trabajo, estábamos en los campamentos de la guerrilla preparando la insurrección. Conducir tu propia vida es la alegría del destino.
Desde hace tiempo vivíamos rodeados de bosques y adquiríamos una austeridad espartana, además con poca protección ante el clima, mucho frío en las noches y calor durante el día, sin comodidades urbanas, éramos en realidad duros de derrotar en los sueños juveniles.
Éramos revolucionarios, un concepto valiente.
Llegar a esos sitios no era fácil, era una tarea de mucha confianza con personas totalmente desconocidas, aquellas acciones de señas y contraseñas, conectes en sitios impensables, además las “leyendas”[1] eran una alarde de exactitud conjugado con audacia; no lo sabíamos pero era una condición natural de todo joven veinteañero o menos, nos delataba esa alegría de trabajar por el cambio social.
Vivíamos en estructuras que se denominaban clandestinas, en realidad era abandonar a la familia sanguínea e ingresar a otra ampliada denominada “la orga[2]”, condición que uno debía tener presente para siempre, abandonar además la carrera universitaria, los ocios pequeños burgueses y adoptar el celibato revolucionario[3], que en palabras llanas, era no “cogerse” a ninguna cipota, aunque durmieras con ella en la misma cama.
Años antes, durante los setentas del siglo pasado, un mundo convulsionado por las revoluciones nos acompañaba, además sentíamos el caudal antiautoritario continental, no obstante Estados Unidos era una fiera militar desatada que consideraba cualquier cambio democrático similar al comunismo, eso era suficiente para distinguir quienes eran amigos y enemigos.
Mis amigos eran desde hace mucho tiempo aquellas juventudes universitarias dispuesta a morir por la causa, aunque tenía varias amigas que ingresaron a las organizaciones por el sentimiento de solidaridad cristiano, en el fondo todos éramos cristianos, nos había tocado vivir tanto tiempo en el autoritarismo que por generaciones las historias de injusticias, fraudes, golpes de estado eran lo mismo que cuentos urbanos cotidianos.
Hace muchos años que participábamos en acciones de protesta, acciones que significaban afiliarse a una organización en la Universidad Nacional, aquello era participar en infinidad de eventos coyunturales que traducidos significaban interactuar con las acciones populares: huelgas, paros, marchas, pintas de muros, reparto de propaganda etc., ese mundo subterráneo paralelo al estudio profesional.
Aunque todo parecía simple, el grado de violencia del régimen de aquellos años no era infantil, era represión abierta, así que nos cuidábamos mucho en las actividades fuera de la universidad, pero nada era más significativo que participar en las acciones contra el régimen.
Llegar a la Universidad era integrarse a un mundo amplio y extraordinario en la diversidad cultural, esencialmente la política, aunque las ciencias eran maravillosas en el quehacer de nuestra formación, existía de “todo” en el Campus Universitario, el límite de la palabra: “Todo” en ocasiones se torna limitante, la imaginación es poca. Había venta de drogas, sexo en la aulas, sexo hippie en los bosques, en los autos, también alcohol, en fin, a pesar que existía una policía universitaria externa, aquél mundo juvenil era posible con un poco de imaginación.
Unos amigos se dedicaban a cipotear, llegaban a conseguir novias de todo nivel, tenían esa calidad de buscadores[4], de tal manera que por horas asediaban a las chicas, a lo mejor todo era un juego, ellas sabían quiénes eran los buenos, los regulares o los malos en su camino, de tal forma que cada uno ejecutaba su rol prescrito.
Mientras crecíamos en edad y estudios, también crecía nuestra participación en aquellas organizaciones universitarias, éramos el activismo desbordado, algunos nos acusaban de tareistas –agitadores-, nada más descriptivo, pero en el fondo significaba ingresar a un mundo diferente en todo nivel de concepción, donde aparecían ocasionalmente acciones militares de grupos clandestinos, era la guerrilla revolucionaria, con sus diversos niveles.
Ya distinguíamos algunos estatutos de esas estructuras, poco a poco se fueron convirtiendo en el pan de todos los días, aquello era aceptar el destino personal inmerso en el destino colectivo de los movimientos antiautoritarios.
En cierta ocasión después de una actividad contra el cierre de la universidad, la cual era intervenida cada vez que un evento electoral acontecía, regresaba a casa con la propaganda en mis manos, eran panfletos rebeldes, comunicados obrero-estudiantiles, algunos espráis, baterías, etc. que si la policía los encontraba, tenía el pasaporte para el martirio instantáneo. (continuará)
[1] Leyendas en nuestro argot: significaba toda la historia que deberías contar si caías en un interrogatorio frente a las fuerzas enemigas, ¿por qué estabas en ese sitio? ¿qué hacías ahí etc.?
[2] Organización clandestina
[3] “No cruzar el lago”
[4] Algo parecido a la prehistoria de Google, pero en bellezas femeninas.
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