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Salarrué contra la Iglesia Católica en 1932   (II)

Masferrerismo

Rafael Lara-Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech

[email protected]

Desde Comala siempre…

 

La memoria olvidó (este archivo)…  F. L.,»Patria», 27 de diciembre de 1936

 

 I. Censura y apertura de prensa

En un vaivén pendular de lo «tachado» a su reposición, la herencia de Masferrer la edita el «Boletín de la Biblioteca Nacional».  Así lo demuestran los siguientes índices que resumen esa revista durante las mismas fechas, en las cuales aparecen publicados los enemigos del régimen.  El caso sintomático lo ofrece Alberto Guerra Trigueros (AGT) quien denuncia al régimen de «censura de prensa», pero su obra la divulgan las revistas oficiales.  En ese debate por difundir el vitalismo masferreriano —»Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional»— el axioma marxista de la lucha de clases lo sepulta la disputa fratricida por hacerlo suyo, sin mención explícita de la revuelta ni la matanza.  A la lectura de interrogar si esta antigua dimensión de los hermanos enemigos continúa en el presente, el cual no admite el debate ni «busca lo que (le) falta», luego de un mínimo de «cinco opiniones sobre el asunto» («La escultura invisible»).  A menudo, el deseo de acumular el usufructo ético de la Muerte —en olvido del presente popular vivo, i.e., 28 de febrero— provoca un conflicto intelectual entre iguales.

En remate de ese vaivén entre opuestos complementarios —censura y apertura— a dos de sus máximos críticos, Francisco Gavidia y Salarrué, los recibe «la Banda de los Supremos Poderes» durante la celebración del Centenario de Goethe y del Padre Delgado en la Universidad Nacional, hacia fines de 1932 («Torneos Universitarios», 1933).  Quizás esa colaboración entre «Patria», Gobierno y Universidad Nacional suelde la «resistencia pasiva».  Tal cual la recomienda Alberto Guerra Trigueros (AGT), el estado acepta tal comisión al impulsar la creación de un canon artístico y literario nacional en las publicaciones oficiales que incluyen a sus rivales.  Obviamente, la democracia haría lo mismo con sus enemigos que critican sus últimas decisiones como el Bitcoin, ya no se diga de la academia radical que no publicaría sin opiniones opuestas a la suya.  Aquellos periódicos incómodos, según el gobierno en curso, deberían divulgarlos sus propias instituciones culturales, sin restricción.  Por un doble enlace (double binding), a quien denuncie la censura de prensa —AGT lo demuestra en Costa Rica— el gobierno lo publica y quien proponga la resistencia pasiva acepta colaborar en respaldo cultural del régimen.

 

II. Conmemoración

En segundo lugar, se anota la diversidad de voces que conmemora la muerte de Masferrer, luego del silencio sobre los eventos del mes de enero.  En el «Repertorio Americano», sin censura, sólo el costarricense Juan del Camino denuncia los hechos en sus «Estampas.  En El Salvador se ha cometido un crimen sombrío».  Entretanto, la preocupación de la esfera artística salvadoreña las restringe la autonomía poética: «¿Claudia Lars cómo se llama?» de la costarricense Carmen Lyra (13 de febrero de 1932).

Prevalece el silencio salvadoreño, pese a sus publicaciones persistentes en la revista costarricense.  La defunción de una figura insigne para la literatura y la política nacionales acalla toda denuncia de la matanza.  En el caso de Lyra, el réquiem por el maestro diseña la denuncia: «el ambiente de mi cuadro (para) el crimen de 1932» («El retrato que yo me he hecho de don Alberto Masferrer», 24 de septiembre de 1932).  Es posible que ese silencio refrende en parte el apoyo intelectual de la revista «Cypactly» en la cual publican los escritores de prestigio sin censura.  «Quienes deciden “lanzarse a desatentadas rebeldías obedeciendo azuzamientos subversivos [de los comunistas] sólo les dejan saldos de miseria y muerte» («Cypactly», No. 19, 31 de julio de 1932, verifica el apoyo a la represión que aparece el 22 de junio, no lejos de «El Cheje» de Salarrué, «Fragancia y Luz» de Amparo Casamalhuapa, entre otros).

Si el deceso del maestro Masferrer vuelca 1932 hacia el 32 —en la consciencia intelectual costarricense— la salvadoreña necesitará un período más amplio para caer en la cuenta de ese salto político y epistémico.  No en vano, un año después, el mismo «Repertorio Americano» consigna la conjunción de los contrarios: el olvido del 32 —«un estallido de ferocidad en el famoso «motín comunista»»— y el recuerdo del maestro, pese a sus «errores».  La memoria colectiva por Masterrer la expresan «discursos por la radio…una Velada en el Teatro Nacional. y…más de cinco mil personas…en imponente manifestación de duelo por las calles…y en el Cementerio en donde, sobre la tumba…fueron liberados simbólicamente muchos pájaros» (Mario Vargas Morán, «La semana de Masferrer», 28 de octubre y Salvador Cañas, 4 de noviembre de 1933 en ilustración).  Obviamente, a la lista de ponentes que cita Vargas Morán, no podría faltarle un texto tachado de Salarrué por la convención académica actual que efectúa una «selección estética…de los hechos» (16 de septiembre de 1932).

 

III.  Vitalismo contra Iglesia

 

Por último, Salarrué compara el salvajismo de la Iglesia Católica con el estereotipo holywoodesco del «western» clásico sobre el indígena, en el suroeste estadounidense: «la cabellera en manos de un piel roja».  Desde la perspectiva urbana del escritor, parecería que el estereotipo cinematográfico reemplaza la etnografía.  Obviamente, pese al calco neocolonial, su oposición no podría ser más atrevida.  Critica a un sacerdote particular, a la vez de dirigir la acusación directa a la institución eclesiástica como jerarquía política.  En el clero, asegura el autor, el afán de dominio olvida toda ética mística y espiritual que reivindicaría para Masferrer.  La Iglesia anhela apropiarse del vitalismo masferreriano, durante la agonía de ese ser cercano a la muerte.  El acecho al moribundo triplica el deseo de acaparar el vitalismo para los fines políticos de un grupo o institución: «Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional» vs. Iglesia Católica.  Sin embargo, esa denuncia prosigue el silencio del segundo rubro, al acallar la misa en Catedral en honor al ejército, luego de la matanza.  En esa fisonomía despiadada del indígena fílmico, la figura del maestro opaca la matanza, en vez de culminarla según exigiría su ética vitalista aplicada a la política.

 

A lo sumo, A. Rochac insinúa la correlación entre los sucesos de enero y la defunción de septiembre al asegurar que Marferrer «muere pobre, negado por los semejantes que le atribuyen todas las desdichas que otros apresuraron o planearon» («Los últimos días de Masferrer»; ídem Juan del Camino en «Estampas.  Un filósofo del orden social», «una barbarie apasionada del mando y los cantoncillos afirman que son la consecuencia funesta de don Alberto Masferrer»).  Obviamente, Juan del Camino reitera la denuncia explícita: «la barbarie ha hecho matanzas espantosas inventando peligros comunistas» («Estampas.  Un filósofo del orden social»). Igualmente, su compatriota Carmen Lyra insiste en establecer el enlace entre «el presidente Martínez…los militares y la papada grasosa y horrible de los terratenientes», encantados porque «el papa que llaman santo ya reconoció el gobierno» («El retrato», op. cit.)

 

No. 4, 10 de septiembre de 1932

 

«Corazón» por Vicente Rosales y Rosales, pp. 1.

“Tragedia” por Alberto Masferrer, pp. 3-4.

“¿Tiene sus símbolos el alma salvadoreña?” por Raúl Andino, pp. 5-8.

El zenzontle, la campánula, el amate (bajo su sombra descansa el señor de Cuzcatlán de su cruda guerra contra el blanco”.

“Mesones trágicos”, “Ciudad dichosa” por José Valdés, pp. 8-9.

«Vitrinas» por Serafín Quiteño, pp. 10-11.

“Antirrealismo en pintura” por Luis Alfredo Cáceres, pp. 11-12.

«Lardé visto por Salarrué», s/p.

«El profesor Lardé» por José Gómez Campos, pp. 13-14.

«A la deriva» por Carlos Bustamante, pp. 14-15.

“Carta de amor a la ramera”, por Alberto Guerra Trigueros, 15-18.

“Mitología de Cuscatlán (Cosmogonía, Los dioses, Los bacab, Los arbolarios, Chasca, la virgen del agua, La Siguanaba, Cipitín)” por Miguel Ángel Espino., pp. 19-22.

“Toño Salazar (Huellas de identidad)” por Salvador Cañas, pp 24-26.

“El pulgar inconfundible de espiritualidad” como dice Salarrué

“Charleston” por Gilberto González y Contreras, pp. 27-29.

“Descendiste a nuestra sensualidad”.

“La molienda” por Arturo Ambrogi, pp. 30-37.

 

No. 5, 10 de noviembre de 1932

 

Editorial, pp. 1-2.

“Acontecimiento doloroso: la muerte de Alberto Masferrer […] símbolo de la historia de la literatura salvadoreña […] su obra florecerá eternamente”.  Urge a “leer y escribir” como política estatal.

“Mirando frutas indias.  El mango” por Francisco Luarca, pp. 6-7.

“La mitología de Cuscatlán (Nahualismo, El tigre del sumpul, Lolot, el nahualista chontal, Los pájaros nahuales, Atlahunka, el teponahustista de la corte de Atlacatl, roba a la princesa Cipactli) por Miguel Ángel Espino, pp. 8-13.

«Canción a la alegría de un día de sol» por Quino Caso, pp. 13-14.

«La guerra nacionalista contra William Walker» por Alfonso Rochac, pp. 15-29.

«El canto de la savia» por Camilo Campos, pp. 29-30.

“El rey mendigo” por Alberto Guerra Trigueros, pp. 30-33.

Dibujo de A. Masferrer en su lecho de muerte por J. Mejía Vides, entre 38-39.  (véase ilustración)

“Pobre ladrón nocturno” y “Periodismo” por Alberto Masferrer, pp. 38-40.

“La muerte del cisne”, por José Valdés, pp. 43-45.

Continuará

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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