Entre la Esperanza, la Desilusión y el Poder Político
Por David Alfaro
23/10/2025
Hoy la diáspora salvadoreña en EEUU ronda los 2.9 millones de personas, y aproximadamente la mitad vive sin papeles. Esa masa humana, trabajadora y esperanzada, sigue siendo el rostro de una nación que, aun lejos, no ha dejado de buscar su lugar en el mundo.
La historia de los cientos de miles de salvadoreños indocumentados que han hecho de Estados Unidos su hogar durante décadas es una mezcla de esperanza y desilusión. Esta comunidad ha vivido siempre en equilibrio entre dos mundos, marcada por el fanatismo político y por el sueño persistente de un El Salvador mejor al que algún día puedan regresar.
La mayoría emigró huyendo de la pobreza y la violencia. Llegaron sin papeles y llevan en ese país 10, 20 o hasta 40 años. Sin embargo, la integración plena ha sido casi imposible. Su estatus migratorio y las políticas restrictivas de Estados Unidos les impiden regularizarse y adaptarse del todo.
Esa condición los mantiene en permanente vulnerabilidad. Viven con un pie en Estados Unidos y otro en El Salvador, atrapados en una dualidad que genera ansiedad, desarraigo y conflicto interno. La inseguridad legal y emocional se ha convertido en parte de su identidad colectiva, y con el tiempo, en terreno fértil para el fanatismo político.
Esa fragilidad psicológica, agravada por las políticas represivas de Donald Trump y el temor constante a la deportación, ha impulsado en muchos un deseo profundo de protección y pertenencia. Buscan una figura que les ofrezca seguridad, aunque sea simbólica. Y en ese vacío, Nayib Bukele ha sabido moverse con habilidad.
A través de una propaganda eficaz, Bukele ha explotado esa vulnerabilidad emocional. Pese a que su gobierno no ha hecho nada concreto por mejorar la situación de los salvadoreños indocumentados ni por ayudarles a regularizar su estatus, ha logrado construir una imagen de líder providencial. Su narrativa lo presenta como el único capaz de llevar a El Salvador hacia la prosperidad, ignorando la complejidad de la realidad nacional.
Muchos salvadoreños en el exterior se aferran a esa imagen idealizada como si fuera una tabla de salvación. Temen ser deportados, pero al mismo tiempo sueñan con volver a un país que imaginan transformado por ese mismo líder. Es una contradicción emocional que refuerza el apego y el fanatismo: rechazan toda crítica y defienden con fervor una ilusión que les da sentido y esperanza.
La llegada de Bukele al poder en 2019, encendió esa esperanza colectiva. Prometió un país seguro, moderno y con oportunidades. Sin embargo, la realidad ha sido otra: las condiciones para un regreso digno siguen sin existir, y la mayoría continúa atrapada entre dos mundos, sin sentirse plenamente parte de ninguno.
Vale aclarar que este fenómeno es particular de la diáspora salvadoreña en Estados Unidos. En países como Canadá o Australia, los gobiernos implementan programas de integración que permiten a los inmigrantes adaptarse, sentirse parte y vivir sin el miedo constante a la expulsión. Allí la migración es dignificada; en Estados Unidos, en cambio, se sobrevive.
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