La tacita de café

LA TACITA DE CAFÉ

Myrna de Escobar

Escritora y docente

Contaba la abuela que alrededor de una tacita de café mi abuelo le robó un suspiro, y tras aquel primer encuentro se perdieron en un amor entrañable.  Ahora entre los jóvenes, nadie enamora con una taza de café, pero su consumo puede ser una experiencia memorable para los adultos.

Para hacer negocios, reencontrarse con una vieja amistad, iniciar un nuevo día o simplemente por placer, el cafecito es casi inevitable para muchos. Para la abuela era un orgullo ancestral ofrecer el cafecito que brotaba del cafetalito detrás de la casita. Para mí es símbolo de identidad pues creció y floreció con mi niñez al lado de la abuela.

Recordar las noches perfumadas por el aroma de cientos de florcitas blancas que luego eran el manjar de propios y extraños no tiene precio. No obstante, cortarlo era toda una aventura porque las arañas y los escarabajos de todos los tamaños y colores se enredaban en mi pelo, haciéndome correr como loca dando gritos por el cafetal. Temerosa regresaba a buscar los granos de oro entre las hojas, y en medio de las carcajadas de mis primas hermanas. Mi pelo atraía los insectos, pero me gustaba ser parte de esa experiencia de cortarlo, secarlo en el patio, y tostarlo en el comal. Luego veía a mi madre o a mi abuela doblarse ante una piedra para moler el café. Ya listo lo guardábamos en un recipiente.

Hoy me da risa recordar a las arañas en mi pelo, más atesoro estas anécdotas pues era sabroso desayunar trocitos de tortillas tostadas dentro de una taza de café, o acompañarlo con plátanos asados a las brasas, un trocito de Marialuisa, Peperecha, Marquesote, Cemita, Yoyitos o guineítos sudados, al estilo de la abuela. Y usted: ¿Cómo disfruta su café?

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