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Unas horas en La Gruta de Corinto

Tania Primavera

 

 

El universo se abrió para que las conociera. Nunca había estado ahí, pero había visto las pinturas al óleo que pinta aun Edgardo Quijano, que las ha investigado empíricamente desde hace 45 años o más.  Me encontraba entonces, ese “Miércoles Santo”, en Corinto, departamento de Morazán, uno de los lugares más remotos de El Salvador. Donde la cultura de los Lencas anduvo, y otros caminantes nómadas pasaron por ahí. Pero estaba cerrada la puerta del parque, logré entrar ante mi ruego al vigilante. Los perros saludaron, el ojo de agua me vio, un rótulo de “entrada gratis” se encontraba en pie, aún. Y otro rótulo pequeño en madera decía: Gruta del Espíritu Santo, con una flechita.

Corinto está situado cerca de la línea divisoria con el departamento de La Unión, y separado de Honduras por el río Torola que sirve de frontera. Ocupa el lugar donde fue la antigua hacienda del “Espíritu Santo de la Cueva”, y cuando en 1888 fue erigido el pueblo, recibió su actual e histórico nombre. A la gruta, El Espíritu Santo, le quedó de nombre la hacienda con ese nombre.

La geografía cambiante, formaciones rocosas, entre el sendero amplio que conduce a la gruta, hay muchos árboles de eucalipto, los amates enraizados entre las rocas, megalitos, más y más arbustos y más árboles. Trato de esquivar algunos ruidos, y concentrarme en los cantos de las chicharras, de los zanates, vi que hay unos sopes por ahí, hay colibríes, hay la brisa, el sol radiante, me invita a seguir y dice: adelante.

Me sorprendo, y logro ver la inmensa cueva como sombrilla, hecha por la naturaleza miles de años atrás, y ahora, camino entre estos senderos. Se encuentran unos rótulos que ya no tienen la información, son solo hierros clavados en el suelo piedra. Y ya antes me había dicho el vigilante: “Van a remodelar me dijeron, estará cerrado dos años más”.

Pensé, ojalá que perdure la esencia, sin estropear su natural personalidad sería lo mejor. Es probable que construyan un centro interpretativo o una tienda de souvenirs. Lo que me importaría más es la preservación de estas marcas, las más antiguas, y que casi nadie conoce.  Está en la punta recóndita del oriente salvadoreño.  Atravesé pueblos solitarios, llenos de historias. Entrando desde San Miguel, se continúa por Morazán. Pasé por otro pueblo llamado Sociedad, y después seguir subiendo y se llega a Corinto, a dos kilómetros de ahí se encuentra la entrada al llamado actualmente Parque Arqueológico Rupestre. La gruta, donde hay pinturas rupestres. El término «rupestre» deriva del latín rupestris, y éste de rupes (roca). Hay figuras pintadas, pero también algunas grabadas en la piedra, son prehistóricas.

La Dirección de Registro de Bienes Culturales declaró como Monumento Nacional por medio del Decreto Legislativo N° 25, con fecha 29 de junio de 1972. Desde 2012, el sitio posee el Escudo Azul, que es el emblema fijado en la Convención de La Haya de 1954 para la protección de los bienes culturales en caso de conflicto armado.

Hubo investigadores que, atraídos por ella, arribaron a ese lugar desde antes de ser Monumento Nacional.  Estuve consultando la visita que realizó Santiago I. Barberena, quien según dice, se le encomendó por decreto en 1912 escribir la historia salvadoreña y publicó lo investigado en el libro Historia Antigua de El Salvador, publicado en 1914. Él ya las conocía, y escribe:  “a fines de 1888 visité por primera vez esta preciosa reliquia, la Gruta del Espíritu Santo… Está constituida de 25 metros de altura en su parte media, por 50 metros de base”.  Creo, que, para su época y tecnología, I. Barberena, realizó importantes hallazgos y detalló en textos lo investigado, fue a verla, y muchas figuras que describe, yo no las vi en esta visita que hice por primera vez en este abril de 2023.

Cuando llegué al pie de la cueva, al entrar bajo ella, nada oscura, porque está bien iluminada por su forma de arco natural, se notan las inscripciones, las figurillas. Me quedé perpleja, porque aún me sorprendo. Intenté reconocer, las figuras que ya había visto en las pinturas que hace Edgardo Quijano, quien sigue dibujando y pintándolas, él ya con su cabello totalmente blanco se sabe de memoria sus formas, un pintor que sigue casi en el anonimato, pero que en su libro “Las Estrellas y las Piedras”, también describe, a los petrograbados del lago de Güija, en Metapán, Santa Ana, situado al otro extremo.

En la gruta del Espíritu Santo, -le sigo llamando así porque no tengo claro qué otro nombre tuvo ancestralmente- el arte ahí registrado por los antiguos habitantes o nómadas, se quedan en la memoria porque inmortalizaron sus dibujos como muchas manos y figuras humanas, con la mano alzada, o tomadas de las manos, y algún animal como un pájaro. Busqué, caminé, sentí la tierra, abracé los árboles, vi los grandes megalitos, todos tesoros ocultos y desconocidos por la gente que se enreda y no sale más allá de los caminos de las grandes ciudades como San Salvador. Hay más, un valor incalculable, un respeto, un eco que me llama.

Al fin, diviso con alegría, mis ojos se abren más, sigo viendo hacia arriba, para descubrir, cuando veo a las dos figuras tomadas de la mano, con algo que parece unos cascos con antenas, una mano, otra mano, y otro algo así como un pájaro. Pero muchas, de las pinturas se han difuminado, por unas manchas grises. Andan por ahí, unos niños adolescentes morenos habitantes cercanos que deambulan alegres. Siento su mirada que me ven extrañados quizás, porque ellos están acostumbrados a esta maravilla, a esta cueva con forma de una ola gigante. Entra la brisa, tomó una piedrita, la veo, la suelto de nuevo para colocarla ahí mismo.

En el libro del científico salvadoreño, publicado como ya dije en 1914, Santiago I. Barberena menciona que “de todos nuestros monumentos arqueológicos, el que más me ha llamado la atención es la Gruta de Corinto, en el territorio ocupado por los lencas…” Después prosigue: “pintadas con una sustancia roja, la mayor parte de ellas…El tiempo y sobre todo la incuria, han borrado más o menos completamente algunas de estas inscripciones… Un hombre alto y desnudo, parado haciendo arco con sus piernas. Hay un gran número de figuritas apareadas, cogidas de las manos, y muchísimas manos aisladas, de tamaño poco mayor del natural, pintadas de varios colores (unas coloradas, otras azules, otras amarillas, etc., etc.) También se ven otras figuras, que parecen jeroglíficos…Otra figura, medio borrada que representa un hombre con resplandor y otro adorándolo”.

Pasan las horas. Camino un poco, pero no subí por otro sendero. Se puede subir al techo de la gruta, pero no lo hice. El tiempo pasaba y era un viaje de un día.

 

 

Martes 11 de abril de 2023.

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Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.