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Poesía de Myranda Flores

INEFABLE.
No sé quién soy porque no sé si esa sea la pregunta.
Tal vez sepa qué es loque soy y así definir el “yo” que me hace ser.
Yo, soy todo aquello, todo esto que a la vez no soy.
Pero le dejo eso a la genética.
Soy y siempre he sido un cúmulo de estrellas bajo mis pestañas
De sueños al hombro y un horizonte plagado,
O bendecido de emociones.
Soy lo que las limitantes de la inseguridad en ocasiones no me permiten ser
pero soy la locura en sí
Soy lo que todos los miedos temen.
Aquella niña
que ahora casi es mujer
y que viene y brilla.
Soy pasión
soy vida, esperanza
y todo todo lo que doy.
Y al final siempre seré este conjunto abstracto que nadie logra entender.
Mas nunca seré todas las cosas que dices que soy o no soy
Que soy ese confuso y borroso espejo
Que ahí donde vayas, voy
Pero te dejes engañar por el reflejo.
Debajo de esta piel, debajo de estos huesos, se encuentra todo lo que nadie
puede ver.
Se encuentra…
Todo lo que me hace ser.
INDÓMITA
Y a este punto descubrí que mi cuerpo era un muy buen lugar para vivir, no importan todos los defectos que lo recorren, desde las manos hasta los pies,
sé, que perfecta no soy.
Todos estamos equipados con lo que necesitamos, aunque nos tardemos en descubrirlo, en activar las pequeñas minas que van explotando a lo largo del tiempo, de las manos, los suspiros.
Un mapa, hecho de lunares que tarde o temprano nos conduce a ver las estrellas y encontrar tesoros que no se pueden comprar sino con la voz y el aliento.
Y los ojos giran. Y arriba y abajo viajan las costillas rápidamente sin esperar que la agitación se detenga. Sólo todo coopera, todo toma su lugar, y a pesar de saber que no estamos incompletos siempre hay un engranaje para el que tenemos espacio.
Es una pena que no se pueda gritar en voz alta, y que se tenga que encriptar todo, pero eso es mejor ¿no? Así se mantiene la curiosidad… la inquietud con la que los ojos persiguen lo que nunca han visto pero que saben que, al tener el privilegio de hacerlo, no serán sólo ellos los que se deleitarán sino toda la anatomía, ah, y no se diga la mente.
Es que todo lo oculto nos ha mantenido vivos hasta el momento, a esta especie curiosa y sin igual.
Pero me pregunto qué pasará cuando lo liberal nos lleve de regreso a donde Adán y Eva, ¿será lo liberal, o nuestra cualidad inherente humana que no podemos ocultar al nacer, lo que nos hará evo o involucionar? ¿Ya las manos no van a buscar lo oculto porque todo será visible? Ya tal vez a ese punto nos dediquemos a desenmarañar el interior, para poder prender la chispa de afuera, vamos a tener que ir capa por capa, desde el centro hasta la superficie.
Y volaremos a la cumbre a la que tanto nos costó llegar, uniremos cuerpo con alma, y seguido, podremos alcanzar el cielo con sólo tocarnos.

“TU VOZ BAJO LAS SÁBANAS
El sonar de las campanas ya anuncia un nuevo día, estamos al teléfono;
desgastados, agotados, inmersos en las voces y suspiros que lanzan bestiales
nuestras almas.
La distancia ¿Qué es sino la falta de tus manos en mi cuerpo? Y aquél frenesí
sumergido en un mar de suspiros, exhalaciones e inhalaciones pausadas,
costosas, fuertes, profundas…
Mi piel, un lienzo en el que solías dibujar constelaciones uniendo mis lunares
con tus dedos, se eriza sólo de imaginarlo, de imaginarte poseyéndome
enteramente como sueles hacer sólo con una sonrisa, una mirada, un beso.
Entonces siento cómo se vacía el mar de mi interior para que provoques un
tsunami adentro.
Cielo, nubes, truenos y estrellas…Veo estrellas y entrecierro los ojos al
recordar tu voz baja, ronca y queda, diciendo los secretos que los alquimistas
no han descubierto, verdades absolutas, leyes de la muerte, el secreto de la
vida eterna y la inmortalidad.
Sólo ahí logro comprender que había estado apagada toda mi vida, y con mis
manos, sucesoras de Colón, desesperada busco el botón para encender los
fuegos artificiales de mi alma.
Y así quedamos. Lejos, cerca, distantes y en el mismo lugar, unidos por el lazo
interminable de la calle del hospital, que recorre el mundo. En el que sé, al
final de ella, estarás tú sosteniendo mi alma para entregársela a mi cuerpo.“FRUTOS DE SANGRE
Pasa por mi garganta el suave tacto del cultivo saliente de las manos y el
sudor de todos aquellos que pagando la deuda externa desfallecieron en
pequeñas parcelas.
Me invade la temperatura del espeso marrón líquido que recorre mi esófago y
se esparce por mi cuerpo. Adueñándose de mis venas y desatando la ansiedad,
locura o como dicen «hiperactividad».
Y se posan en mí los pensamientos de ilusión que me sacan de este mundo y
me transportan al anterior. O uno nuevo y mejorado. Con visiones y mareos
que me evitan tener sueño.
Con los ojos bien abiertos mirando el firmamento, sin sentir haber caído, haber
estado, en el suelo apelmazado, que está bajo mis pies.
Y me bebo la sangre y me bebo el sudor, de los que tienen hambre, los que
tienen calor, que muelen y arrancan de flor en flor, la semilla que alimenta a
los codiciosos con sed de poder, delirios de grandeza e instinto superior.
Pero sin entender comprendo, lo que el ángel sentenció, que me dijo al oído
cierta vez, confiando en Cronos, que algún día entendería. Que, en esa mirada
perdida tan mía, estaba la respuesta a la ecuación, a la constante, al
logaritmo.
En que se plantea una lineal de un 90% sangrando y un 10% sus copas de
vino llenando.
Que no saben, que no entienden, lo que sus lentes polarizados por dentro
ocultan. Un manojo de desechos, pisoteando los derechos con tal de demostrar
cuál de ellos vale más.
Que, en la velocidad de mi impaciencia bajo los efectos de un expresso, no
puedo controlar, esa vocación, esa voluntad, de querer al manco donar el
brazo que me he de arrancar.“LAS MANOS DE LOS HOMBRES
«Los árboles son vida»; suelen decir las voces que transporta el aire a lo largo
del camino. Y como sabemos que el sonido no existe en el espacio por falta de
oxígeno, es el viento el único capaz de contarnos los grandes secretos que
mantiene ocultos y lo hacen provocar incendios para no revelarlos.
Desde el principio todo fue mentira, o un cuento bien maquillado para aquellos
seres escépticos a los que la verdad les causa escozor.
Yo, al igual que la tribu de la que venía mi abuelo, pienso que nosotros los
humanos vinimos antes que los árboles y que los monos (me disculpe Darwin).
Estuvimos aquí un poco después de los dinosaurios, vivimos como un virus,
una bacteria. El primer hombre era un semidiós, o eso le gustaba creer.
Había nacido de una semilla que brotó de lo más profundo del centro de la
tierra, pero no porque quisiera, ésta expulsó todo lo malo que tenía en forma
de una bolita que salió a la superficie.
Se hacía llamar «A-ham» porque fue el primer vocablo que emitió. Aprendió a
valerse por sí mismo y se olvidó de la comunicación (no tenía con quién
hablar), cazaba pequeñas criaturas para saciar su hambre. Pero al descubrir
que, con su fuerza, astucia e inteligencia era capaz de arrebatar la luz de otros
ojos, se sintió poderoso y grande.
Empezó a hacerlo por placer, mientras más grande la presa, era más grande el
trofeo. Nadie podía contra él, diseñó armas y estrategias para poner a prueba
su destreza y combatir a aquellos que le ganaban en fuerza. Y en la
inmensidad de su omnipotencia, miró al cielo y al darse cuenta de que no
podía matarlo, le lanzó gritos guturales de los que esperaba ver a éste
agrietarse y caer a pedazos.
El cielo, divertido y enfadado, comprendió que había sido A-ham quien mandó
tantas almas inocentes a sus aposentos, e ideó un plan que nunca había
intentado o si quiera pensado para eliminarlo sin que éste al morir subiera a
visitarlo. Y con todas sus fuerzas expulsó un rugido estrepitoso desde lo más
entrañado de sus nubes hacia toda la vastedad de su horizonte, y con el
mismo creó luz, emanó un hilo de formas extrañas y entramadas hecho de
electricidad, que con la velocidad imponente con la que fue enviado, paró en la
cabeza de A-ham. Tenía los brazos extendidos hacia arriba con sus manos
enojadas queriendo arrebatarle algo al éter. Lo petrificó.
Secó hasta su última vena y quedó hecho un tronco extraño y envejecido que
empezó a crecer hacia abajo de la tierra, tomando la misma forma del hilo
extraño que lo hundió viajando por su cuerpo y atándolo al suelo, saliendo de
él y heredándole aquel aspecto que más tarde se llamaron raíces.“Y le crecieron más manos, pequeñas o largas, delgadas y gruesas en dirección
al cielo, por todo el daño que había hecho con ellas, su piel agrietada tomó
color de arena grisácea y gimió por última vez recordando sólo lo bueno que
había vivido. Y su alma quedó encerrada en aquella estatua extraña. Pero en
su corazón se formó una bolita verde, ésta bajó un poco hasta arriba de su
vientre y cayó y rodó y rodó,

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