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Poesía de Katheryn Rivera Mundo

Katheryn Rivera Mundo, nace en 1989. Ha sido promotora cultural en la ciudad de Santa Tecla y San Salvador. Docente en educación parvularia. Perteneció al primer taller literario y de teatro del Palacio Tecleño y al Taller Liteario El perro amuerto. Ha publicado en diferentes periódicos y revistas nacionales e internacionales. Su primer poemario, fue ganador del Primer Certamen Ipso Facto, por editoial Equizzero.
Actualmente pertenece al Proyecto Máscara.

 

DIEZ DE MAYO

Te regalo el esqueleto de la noche
envuelto en el pistilo de mis pupilas.
Grillos revoloteándote las vertebras,
como herida en el pilar del vientre abandonado.

He sido los clavos de tu cruz
benditos con moho extraído del infierno.
Yo debería ser el abanico de tu jardín ausente,
marfil que adorne tu sonrisa
enterrada en el caminar de mis veintiún puertas.

Soy la humillación de tus rutinas sin relojes,
la religión fiel y anónima de tus entrañas.

 

 

 

 

 

Atrás de la puerta

Miradas que perforan las espaldas,
espejos que ofrecen sus brazos al abismo.

Los días beben el disfrute de lo ajeno,
los hombres azotan la ventana de los cuerpos,
sienten que la locura es muerte
y se ocultan en la cárcel del insomnio.

Las niñas duermen con la luna entre sus piernas
con sus trenzas de gaviotas
enfrascadas en la noche.

Atrás de la puerta
todos ocultarán el tren de lágrimas carbonizadas.

Colgados de una vena

Cómo vivirá el universo en una ostra
si el día se arrastró por los tejados,
si las manos envejecieron sobre avenidas de tijeras.

La tarde no tendrá paredes desde ahora,
pero sí claves muertas y palabras rotas.

¿Cómo iremos colgados de una vena,
si un par de cráneos adornaran la vida
que hoy se levanta entre nosotros?.

Serpientes con mirada al horizonte

Llegaron a robar fragancia sin importar candados.
Cada beso fu espada para el sueño,
cada caricia nube quemada en las orillas de la acera.

El corazón floreció
junto a cada botón mal pronunciado.

Tantas sirenas decapitadas
con hermosos rostros
rostros grabados en alguna lengua desconocida.

¡Cuántos nombres en el moho de una mirada!
¡cuánta infancia marchita en un suspiro!
¡cuánta peste repartida por las calles!

 

El humo nos resuena

Inútil es llevar las manos
sin conocer el sabor del llanto
como una despedida en el aleteo de las venas.

En noches como ésta la soledad se vuelve casa,
los relojes marcan la neblina en los zapatos.

Sin saber a dónde mueren las palabras
barnizamos el silencio con saliva
y encontramos que en una sola lágrima
se ha derramado tanta vida.

La hora más complicada

Los pájaros forman en la mirada
una barrera cromada de plumajes.

La calle, es agua que se quiebra entre pupilas.

A esta hora,
el viento es un anciano que nos mira y levanta las faldas.

Las paredes nos encierran en una cárcel de silencio,
los árboles como ciegos se acercan a tocar nuestros rostros.

Abracemos la oscuridad como cobija…
Porque los muertos
cuelgan una canción a esta hora.

El color de su estatura

Sin olvidar el sueño frágil de mis manos
no niegues tus trenzas a la sombra de mi llanto.

Niña ,
invítame a la danza que guardas bajo la lluvia.

Abrázame niña,
sin importar el color de tu estatura,
ni la forma doliente de mis pupilas.

abrázame pronto,
una caricia tuya
tiene la llave de mi corazón en llamas.

No digas que mañana acabará tu pulsera de sirenas,
porque el invierno llorará sobre mi lágrima.

Muñeca rota

Soy el reloj quebrado en los caminos
un rostro más en la plática de muertos.

Llevo flores oxidadas en el pecho,
caricias congeladas en las manos.

La voz duele desde su casa rota.
y me convierto en el luto de mi sonrisa

Corazón adornado con agujas,
música de tanta mirada sucia.

Soy el reloj quebrado en los caminos
un rostro más en la plática de muertos,
mañana: hueso de un tren que olvidará mis nombres.

Balada a la tristeza

Yo sé los sueños
que tuvo una cucaracha sobre mi mano.

De lumbrales que abrazaron el silencio de las calles.

Mis ojos saben de claveles que murieron en el primer suspiro.

Sí,
mis brazos también conocieron nudos
en la espalda de la sonrisa más seria.

Y me contagié de la sombra que nos deja el frío.

El autobús no hace paradas en el tiempo

La muerte se embotella en una caja de alfileres.

La nostalgia y las heridas se congelan
y las lágrimas se rompen
cuando los adioses llegan.

El calendario teje de arrugas los caminos
y sus manos son trenzadas de perfume.

Al terminar mañana,
fabricamos cadenas de abrazos
y el ayer no tiene nombre.

A corazón quitado

Aquí se han cruzado los enemigos de la vida,
cambiaron madrugadas por la oscuridad del viento.

Robaron el primer beso de la rosas,
los puntos cardinales de sus vientres.

Aquí adelantamos las espinas del calendario
e ignoramos el canto de la sangre apuñalada.

Aquí decimos nada
y confesamos todo,
fingimos nombres para asegurar la noche,
o morimos
hasta que nos traga el miedo.

Dicotomía

Le propongo ser yo por un día:
caminar en el fuego sembrado,
llorar y formar collares por cada lágrima caída.

Colóquese mis ojos en el pecho,
encuentre poemas en el crepúsculo de un navío.

Le propongo ser yo por un día.
vivir sin límites para llegar a lo prohibido,
escuchar los gritos de la ausencia
con la sangre inmóvil
colgada en la herida de mi garganta.

Antiseptiembre

En mis huesos septiembre ya no existe.

Se fue con el aliento de una noche que atravesó mis venas.

Enredó mis nervios en la calle de la risa.

Dejó en mis labios
huracanes de abandono.

Las lunas durmieron en la maleta de mi llanto.

Septiembre sigue aquí
y para mí no existe.

El peso de la sombra

Fui la gotera donde nunca entró la luna
clavé dardos de silencio en mi garganta,
evité gritarle a los rosarios
cuando el corazón necesitó descanso.

Fui parásito rogándole a la muerte
un abrazo que abarcara el tiempo,
pero solo fue una mirada de alacranes adivinándome los sueños.

Le regalé el amanecer de mis manos,
la caricia antigua estrenada en el sepulcro.

Ah, cuanto le regalé a la muerte,
hasta ella se olvidó de mí
y me cerró la puerta.

Lo que haré en la tumba

Tallaré mi tristeza en una sábana,
serán paredes los silencios,
las horas se disfrazarán de moho,
allí olvidaré los besos maquillados.

Temblará la sangre
sobre hojas de cemento.

Bordaré de fuego el nácar que me espera,
allí guardaré los ojos
y los labios alimentados de tortura.

No sé si volveré a ser niña
o el perro que devora la náusea de una burla.

Quiero enterrarme e este cuarto

Dónde abrazaré mis huesos colorados:
donde poco a poco
deshoje sus alas una mosca
y se conviertan en rosas sus heridas.

Quiero enterrarme en este cuarto,
aunque no exista espacio para una piedra arrodillada
ni ventanas donde salgan
las oraciones que su dios ignora.

Balance perfecto

Ustedes se amaron sin prisa
en compañía de inviernos que fueron hoguera.

Sin saber que eran a la medida exacta
se vistieron el uno con la piel del otro.

Llevaron el pétalo de su amor como escudo.

Enterraron horas de lágrimas y llagas.

Bajo el palpitar de la luna,
jamás el murmullo de su espalda don la otra.
en sus calles no hay caídas en la tentación del brazo ajeno,
descansan solo en sus miradas.

Saben que uno es el resultado de uno más uno
y no se dividen siquiera,
en la enfermedad que es hormiguero del otro.

Veo el horizonte
de sus caricias sin ausencias
en compañía de dos gaviotas
tatuadas con su misma sangre.

Nací con ustedes
donde los dos nacieron,
y crecí en el agua de sus días,
donde fui la raíz de su primer beso.

Margarita en la sangre del decapitado

Ella: margarita en la sangre del decapitado,
palabra de amor en el cráneo de los niños.

Me coloca el sol en el pecho para dejar de sentirme muerta,
solo ella sabe sanar los marzos con el secreto de su falda.
Sabe por qué cada lágrima se une a la lluvia.

Ella guarda estrellas en sus labios,
amuleto de muertos es su corazón,
su sombra esperanza en la oscuridad de los perdidos.

Ella abre la ventana de su risa
y llora la edad de su primer beso.

Cabello de agua

Mi abuela lleva los ojos medio vivos,
tiene rosas sembradas en las manos,
en ella las hormigas curan cicatrices.

Su cabello de agua ocultó las cartas en el tiempo.

Ella guardó el llanto con los brazos de su rostro,
ahí sus caricias enfrentaron los lamentos.

Mi abuela
olvidó la cantidad de barcos en el mar de sus caderas,
los rayos ahorcados con sus piernas
así aprendió a enlazar su vientre con la luna.

Ella lleva la esperanza anclada
en su corazón de sueños.

Mi abuela se olvidará de mí,
se olvidará de todo.

Desnuda en ella

Mi voz creció en su pecho.

Y me cobijó, con la sábana de sus manos.

Ella es la golondrina
que hace olvidar los cuchillos de la noche.

Con ella sangro desde la ventana del tiempo.
Con ella creo en el movimiento de mi sombra.

Ella nos enseñó que la infancia
es un suspiro empujándonos a la muerte.

Recuerdo desde la ceniza

Usted fue el brillo del polvo
visitándome en la hora inesperada.

Desnudó su garganta con el anillo de la risa.
Olvidó sus huellas en la porcelana de los pájaros.

Hombre sediento de fogatas nuevas,
a espera de la noche que voló sin luna
el adiós le sorprendió en un beso.

Abandoné el abrigo de sus brazos.
Dormir en ellos, es muerte.

Estación de la tormenta

El ayer está lleno de rostros inclinados,
es la hora mutilada en la memoria
siempre tan amargo como el color de los huesos.

Monasterio de luciérnagas con canciones apagadas.
Manada de ángeles con cuchillo a nuestro cuello.

Ayer es el reloj enterrado en las aceras del olvido,
se muere con la costra de los días.

El ayer está lleno de rostros inclinados.

Pálida, llena de gracia

Abuela, si mañana muero,
se irá el ácido de mis poros con el dolos de mis huesos.

No dejes que mi madre asfixie sus relojes en mi sangre,
que no busque los matices de lo que ayer fueron mis ojos.

Entonces,
conocerás el por qué de mis pestañas apagadas,
la gota que llevo por corazón encenderá su esperma.

Aunque hayas aprendido
a leer los caprichos de mis labios
verás que mi cabello hizo el amor con el silencio de un latido.

Si mañana muero,
perdona el licor de mi nombre que laceró tus oraciones.

Recuerdo de un ángel que nos asesinó el sueño

Olvidé el escombro donde robaron la primera lágrima,
el suspiro que nos sostuvo el canto.

¿En qué valles olvidaste la mirada?
¿De quién esas uñas deshecha en la ola del tiempo?.

Sólo tu ropa marchita,
sólo tu diadema de setenta y ocho vuelos
en el esqueleto de mi memoria.

Abuela:
¿En cuál esquina del silencio se nos fue la vida?

Cenizas

En cada beso
dejé un trozo de mi corazón.

La lluvia de mis ojos late sin el pañuelo de tus manos.
Te llevaste la ceniza de mis caricias,
entre mis gritos dormidos en tus labios.

En el espejo,
mi rostro es una sombra con otoños grises en el alma.

¡Qué saben las golondrinas de golondrinas!
si vuelan sin saber que han pertenecido a las olas
que se ahogaron en el murmullo de la arena.

Desnudo

Eres niño con tres alas en los labios,
agua que eriza mi nombre,
lirio que reclama mi tormenta.

Recorres caminos hasta poblar mi sangre
y me cantas el sueño sellándome los labios.

Eres eco del mar en los relojes,
trueno de pétalos entre las piernas.

Huracán de besos en la espalda,
¿Cuántos meridianos resolviste en el silencio?.

Muchacho de cabello triste

Enséñame de nuevo
el minuto donde nace el beso.

regresa porque hemos fallecido
y el lamento llega anticipado.

Mis manos sin tu cabello, son niñas que juegan a morirse.

Regresa porque aquí
el corazón molesta como campanada inquieta.
Extranjeros del tiempo

Beso el grito apagado de cada caricia
y te conviertes en el dueño de mi sonrisa cotidiana.

Aquí el último suspiro del calendario,
tan cercano para adornarnos con espinas,
tan lejano para amanecer sin la memoria.

Tu mirada congelada al horizonte,
grita que somos extranjeros de esta ciudad en que vivimos,
porque somos hijos de la hora que no llega.

La voz se multiplicó como polvo entre la sangre
porque somos hijos de la hora que no llega.

Cómplice de un ladrillo doblado

De mi boca salió el llanto hecho cuchillo,
piedras que deseaban cortar las venas de un corazón sin dueño.

Tu vista escondía oraciones marchitas
que alguna vez respiraron sangre,
vientres abiertos que hospedaron tus manos
y las sonrisas que suprimiste
al bajar de cada nube en que viajabas.

Quise orinarme en tu aliento,
besar tu espuma hasta dejarte muerto
y querer odiarte hasta llorar tu vida.

 

Juegos inconclusos

He llorado veneno por la boca.

He olvidado el puñal inquieto de la muerte.

Con mi sombra no soy nadie,
camino sobre el corazón oscuro
y jorobado de canciones.

Bajo tu ropa
soy amante de tus manos,
algún día sedientas de mis noches.

 

Cuerpos antiguos

Ya no dibujaremos el sol
en la costilla del viento.
Ni existirán palabras para evitar el llanto.

No usaremos la desnudez como vestuario.

Iremos sin una carne movediza
con heridas acariciadas por el fuego.

 

Hoy que ya no vuelves

Cargo un escapulario de tiniebla
en el bolso de mis amoríos,
donde quebraste las alas de mis lágrimas,
donde olvidé los otoños prohibidos
y se ahogó el mar del oleó casto.

Sentí entre las piernas de la cama
el abandono de tus manos.

Las arrugas pesan en el calendario,
cómo a mí me pesa la púa del olvido.

Esta sombra del adiós
conoció el color de los poros muertos.

Hoy me desvisto de tu compañía
y me pinto la soledad como vestido.

 

 

 

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.