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Marcelina Hernández, llega a enflorar en el Monumento a la Memoria y la verdad del Parque Cuscatlán a su hijo Carlos Armando Contreras, que desapareció para los años de la guerra. Foto Diario Co Latino/Gloria Orellana.

“Nosotros no los hemos olvidado”, afirma Marcelina Hernández

Gloria Orellana
@GloriaCoLatino

“Yo lo sueño a él … a veces pequeñito, a veces grande, siempre vengo a ponerle una flor y decirle que nosotros no lo hemos olvidado. No sé donde quedó su cuerpo, pero tenemos la esperanza, y por eso venimos aquí”, expresó, Marcelina Élida Hernández, al pie del Monumento a la Memoria y la Verdad, en el parque Cuscatlán.

Entre sus manos acuna el retrato en blanco y negro de Carlos Armando Contreras, su hijo mayor, mientras relata que los autores de la desaparición fue un grupo de los Escuadrones de la Muerte, que meses antes acechaban a los residentes en San Antonio Abad, porque eran integrantes de las Comunidades Eclesiales de Base.

Fue la mañana del 23 de julio de 1980, cuando Carlos Armando, de 18 años de edad, se alistaba para irse a su trabajo, y ayudar a la economía familiar, ya que Marcelina era madre soltera con dos hijos más.

“Mamá -me dijo- póngame mi almuerzo.. y se lo puse, y se fue, cuando dieron las 6 de la tarde me preocupé, porque siempre llegaba a las 5 y le dije a la abuela -no ha venido Armando- cuando fueron las 8 de la noche y no apareció (llora), supe que al trabajo no llegó, creo que en el camino lo agarraron”, relata la mujer.

“En esos momentos uno de madre, -le digo- hubiera querido ser pájaro y salir a buscarlo, a ver a dónde lo hallaba, pero ya no apareció. En estas fechas uno espera saber ¿Dónde están? “, dijo Marcelina, que a sus 84 años, espera encontrar los restos de Carlos Armando, para darles cristiana sepultura.

La soledad marcó este 2 de noviembre la conmemoración del Día de Difuntos, además de las restricciones por la pandemia Covid-19, que pasaron factura a los familiares y sobrevivientes del conflicto armado que en su mayoría son adultos mayores, lo que generó una presencia limitada como medida de prevención.

Intactas las 48 planchas de granito negro del Monumento a la Memoria y la Verdad, se extienden en un mural de 85 metros de largo que resguarda el nombre de 30 mil víctimas de homicidios, desapariciones y masacres, registradas entre 1970 a 1991.

Como testigo permanente de uno de los capítulos más oscuros de la historia de país, el memorial describe el impacto de una dictadura cívico-militar que se convirtió en un Estado Terrorista, negando a la población salvadoreña los elementos democráticos de un Estado de Derecho.

“Mi esposo fue desaparecido político, se llamaba Eddis Alejandro Mayen González, y lo desaparecieron unos hombres el 9 de diciembre de 1981”, recordó, Gladys Ayala, mientras pega con cinta adhesiva flores de colores llamativos al nombre de su esposo.

“Mi esposo era del Sindicato de la ANDA, cuando a las 4 de la tarde, mientras estaba pasando consulta de emergencia en el Seguro Social (ISSS), Zacamil (Mejicanos), fue capturado en la unidad de emergencia. Fueron unos hombres vestidos de mecánicos. Yo lo busqué por un buen tiempo desde ese 9 de diciembre hasta febrero de forma intensa, después fue más difícil para mí”, relató.

“Aquí no existe la justicia para toda esta gente que está en este muro, porque todos esos nombres de esas personas no se encontraron y falta un buen grupo, que ni los nombres se han puesto porque sus familias no denunciaron o murieron todos. Cuando llegaba a los cuerpos de seguridad de aquellos años, era una burla para nosotros, así que, acudí a CHDES, Socorro Jurídico, Comité de Cruz Roja Internacional y Diario El Mundo, con la denuncia, pero no se logró nada”, relató Gladys Ayala.

El Monumento a la Memoria y la Verdad fue impulsado por el Comité Pro Monumento a las Víctimas Civiles de Violaciones a los Derechos Humanos, conformado por organizaciones pro derechos humanos y la cooperación internacional, que fue presentado públicamente en diciembre de 2003.

Juan Ruano, estudiante de antropología de la Universidad de El Salvador, que junto a sus compañeros se encuentran en un curso de especialización de Identidad y Patrimonio Cultural, visitaron lugares emblemáticos como la Cripta en Catedral Metropolitana que alberga los restos de San Oscar Arnulfo Romero y el Monumento a la Memoria y la Verdad, en el parque Cuscatlán, para indagar sobre como se ha ido transformando esta identidad cultural y las víctimas.

“Dentro del patrimonio cultural tangible este monumento recoge en esas 48 láminas, el nombre de 30 mil víctimas -aunque consideramos que eso puede triplicarse- porque si recordamos la represión fue tan brutal y tan oscura en este etapa de la historia del país”, relató.

“Investigamos el punto de vista de la identidad cultural de las víctimas, pretendemos explorar y descubrir de su identidad como víctimas, cuáles son sus opiniones que tienen al respecto en cuanto al cumplimiento de la reparación moral de parte del Estado. Y el papel que han jugado los gobiernos, en los diferentes momentos históricos después de la firma de los Acuerdos de Paz”, señaló Ruano.

El memorial a las víctimas del conflicto armado en El Salvador, tiene su origen en las recomendaciones que hizo la Comisión de la Verdad, en 1993, que aconsejó realizar una serie actos y monumentos en reparación moral y dignidad de las víctimas y sus familiares. El 20 de enero de 2011, fue declarado “Bien Cultural” , protegido por la Convención de La Haya de 1954.

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