Masferrerismo

Rafael Lara-Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech

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Desde Comala siempre…

 

Salarrué contra la Iglesia Católica en 1932

La memoria olvidó (este archivo)…  F. L.,»Patria», 27 de diciembre de 1936

 

Resumen: la censura de los archivos nacionales describe la apropiación actual del pasado.  Un ejemplo sencillo lo ofrecen dos números del «Repertorio Americano» (24 de septiembre y 19 de noviembre de 1932), publicado en Costa Rica por Joaquín García Monge.  Este breve ensayo concentra su atención en cómo el homenaje a Alberto Masferrer (1868-1932) olvida los eventos principales que ocurren ese mismo año de su muerte.  Se examinan tres paradojas: la oposición complementaria entre censura de prensa y libertad de expresión para los intelectuales salvadoreños (1), la conmemoración de la muerte de Masferrer, bajo el silencio de la matanza de indígenas en enero, excepto en Costa Rica (2), y el ataque a la Iglesia Católica por su tentativa de convertir a Masferrer, pero el silencio sobre la bendición del ejército salvadoreño en febrero (3).  Un doble epílogo comenta la ausencia del general Maximiliano Hernández Martínez en las denuncias de las dictaduras latinoamericanas (4) y la de toda influencia marxista en la inteligencia salvadoreña (4-5).  Por una clara disyunción del concepto actual de «el 32» y el año de 1932, la poética define el anhelo del más apreciado —Juan Preciado— por monopolizar el legado material e intelectual de la Muerte.  1933-4 certifica que la matanza pertenece al olvido como Masferrer, a la memoria, al hablar de la censura de prensa.

Memoria sin archivo

Una simple revisión del «Repertorio Americano» revela la facilidad de evadir la censura de prensa del régimen dictatorial hacia finales de 1932, esto es, al inicio del primer período presidencial del general Maximiliano Hernández Martínez (12/1931-1934; 1935-1939; 1939-1944).  El reproche que el diario «Patria» recibe en El Salvador «el 3 de septiembre de 1932» (AGT), lo publica el «Semanario de Cultura Hispánica» el «24 de setiembre de 1932» y, en reincidencia, el 19 de noviembre.  Igualmente, su contenido masferreriano lo redobla la difusión oficial del «Boletín de la Biblioteca Nacional» hacia las mismas fechas.  Antes de cualquier comentario la lectura puede consultar este par de enlaces:

https://repositorio.una.ac.cr/handle/11056/10408

https://repositorio.una.ac.cr/handle/11056/10414.

 

De los múltiples documentos incluidos en el «Repertorio Americano», se transcribe el ataque frontal de Salarrué contra la Iglesia Católica por su actitud ante la muerte de Alberto Masferrer «el 4 de septiembre a las 10 y 55 minutos de la noche» (Alfonso Rochac, «Carta alusiva» y «Los últimos días de Masferrer», «recorte de Patria»),  sin «el don» de la palabra, o a «las 9 y 40 minutos» según Efraín Jovel («Cómo expiró Alberto Masferrer»).

 

Una vez más me parece evidente que en los procedimientos de la iglesia católica o por lo menos del clero, hay algo de anti-cristianismo, de despiadado, de egoísta, en una palabra de monstruoso.  Voy a comentar esta visita al lecho de muerte de Masferrer con todo el dolor e indignación que me produjo y quisiera que alguien tratara de probarme con argumentos igualmente fuertes que la Iglesia Católica procede cristianamente en estos casos.

Ante todo, téngase por seguro que Masferrer no ha significado que abjuraba de sus ideas por el simple hecho de haber apretado la mano a un sacerdote.  Yo estuve cerca de él en sus últimos días y puedo asegurar que aquella opresión de su mano interpretada erróneamente por el padre Moreno era constante, y hasta parecía ser una característica de su enfermedad.

Yo habría sentido respeto y tolerancia si los sacerdotes se hubieran acercado a Masferrer con la intención pura de ayudarle a bien morir como manda el corazón; pero es el caso que la Iglesia enviaba una avanzada tratando de arrancar palabras de humillación al gran moribundo; la Iglesia llevaba ahí su política, esa política descarada del Trono Papal, que nombra diplomáticos y representantes del Estado del Vaticano y que da de lado al ritual místico para sustituirlo con la pluma del leguleyo.  Porque lo que aquellos sacerdotes pretendían simplemente, era arrancar, sí, arrancar de un tirón despiadado, el testimonio de abjuración; hacer un acta que nadie quiso firmar (gracias a Dios), para después darle publicidad, no en son de alabanza, sino en son de desprecio.  Aquella abjuración iba a ser alzada como la cabellera en manos de un piel roja, con un grito feroz de triunfo y de saña.

Y la Iglesia Católica nacional se valía, para arrancar aquel trofeo de guerra, de uno de sus representantes más respetados; el padre Moreno, cuya mansedumbre es proverbial y que además, según dicen, había sido maestro del difunto Masferrer.

Esto prueba que la Iglesia Católica no respeta la solemnidad de la muerte.  Allí donde nadie se atreve apenas a respirar, el cura alza su grito de amenaza, pidiendo adhesión a su partido político, hablando del infierno, de los pecados y de la salvación que pretende llevar en sus propias manos,

¡Un acta!  ¿De qué podrá servirle un acta a la Iglesia sino para su propia defensa?  Los curitas pálidos y lampiños se vanaglorian ahora y dicen a sus amigos con malicioso retintín: «¡Ya ve, Masferrer, murió como Voltaire, arrepentido y contrito!»  (Frases textuales de un curita a una persona amiga).  Lo dicen relamiéndose, gozando de poder herir la mente desconcertada de los ingenuos que se imaginan perdida moralmente la existencia entera de un hombre fuerte y seguro.

La Iglesia busca al hombre para convencerlo cuando lo imagina débil y aterrorizado.  La Iglesia convence a los muertos.  El momento propicio es aquel en que el hombre ya no puede argüir o protestar porque ha perdido la voz.

Es necesario, pienso yo, que los verdaderos católicos, los católicos de sentimiento místico, traten de salvar su iglesia combatiendo el terrible espíritu de política que la roe.  Hay que devolver a la Iglesia Católica su esplendor y su eficacia, hay que restregarle la mugre con que la han cubierto los ignorantes y los fariseos.  Y si no se hace eso, fácil es prever a dónde irá a parar.

La muerte de Masferrer hubiera sido armoniosa en su dolor, si los representantes del clero católico no hubieran rasgado esa armonía con su burda pretensión, huérfana de piedad.  Si no hubiera sido por el viejecito inocente de «San Francisco» y por el respeto que todavía inspiran los hábitos, herencia de nobles varones, los habríamos echado a la calle…

Se comentan tres problemas para entablar una discusión abierta al respecto, bajo la consigna que siempre «hay cinco opiniones sobre el asunto» y toda nueva lectura «busca lo que falta» (Salarrué, «La escultura invisible»), según la democracia que sólo existe en la fantasía.  Estas interrogantes son: 1) censura editorial de «Patria», pero apertura a ese mismo legado masferreriano y a sus seguidores en el «Boletín de la Biblioteca Nacional»; 2) conmemoración de la muerte de Masferrer, pero silencio sobre los eventos de enero o, en cambio, impulso a la denuncia en Costa Rica; y 3) acusación a la Iglesia Católica por intentar que Masferrer abjure, pero silencio sobre la misa en Catedral en honor al ejército.  De esta trilogía se concluye que «el 32» no ocurre en 1932, para la inteligencia salvadoreña (para Francisco Gavidia, véase la conmemoración a su muerte en «Cultura» (No. 5, septiembre-octubre de 1955) que transcribe el homenaje del martinato a su figura en 1933, sin «el 32»).  En cambio, se halla en juego una episteme ignorada por la desidia de recobrar la documentación primaria, así como por la voluntad de proyectar el presente hacia el pasado.  Se trata de restaurar el legado abolido del Padre Muerto, casi un siglo después.  Coartada por la epidemia actual del «mal de archivo» (J. Derrida), la memoria actual (con)funde la teosofía y la religión oriental denegadas con el marxismo, sin ahondar sus diferencias notables.

 Censura y apertura de prensa

En un vaivén pendular de lo «tachado» a su reposición, la herencia de Masferrer la edita el «Boletín de la Biblioteca Nacional».  Así lo demuestran los siguientes índices que resumen esa revista durante las mismas fechas, en las cuales aparecen publicados los enemigos del régimen.  El caso sintomático lo ofrece Alberto Guerra Trigueros (AGT) quien denuncia al régimen de «censura de prensa», pero su obra la divulgan las revistas oficiales.  En ese debate por difundir el vitalismo masferreriano —»Patria» vs. «Boletín de la Biblioteca Nacional»— el axioma marxista de la lucha de clases lo sepulta la disputa fratricida por hacerlo suyo, sin mención explícita de la revuelta ni la matanza.  A la lectura de interrogar si esta antigua dimensión de los hermanos enemigos continúa en el presente, el cual no admite el debate ni «busca lo que (le) falta», luego de un mínimo de «cinco opiniones sobre el asunto» («La escultura invisible»).  A menudo, el deseo de acumular el usufructo ético de la Muerte —en olvido del presente popular vivo, i.e., 28 de febrero— provoca un conflicto intelectual entre iguales.

 

No. 4, 10 de septiembre de 1932

 

«Corazón» por Vicente Rosales y Rosales, pp. 1.

“Tragedia” por Alberto Masferrer, pp. 3-4.

“¿Tiene sus símbolos el alma salvadoreña?” por Raúl Andino, pp. 5-8.

El zenzontle, la campánula, el amate (bajo su sombra descansa el señor de Cuzcatlán de su cruda guerra contra el blanco”.

“Mesones trágicos”, “Ciudad dichosa” por José Valdés, pp. 8-9.

«Vitrinas» por Serafín Quiteño, pp. 10-11.

“Antirrealismo en pintura” por Luis Alfredo Cáceres, pp. 11-12.

«Lardé visto por Salarrué», s/p.

«El profesor Lardé» por José Gómez Campos, pp. 13-14.

«A la deriva» por Carlos Bustamante, pp. 14-15.

“Carta de amor a la ramera”, por Alberto Guerra Trigueros, 15-18.

“Mitología de Cuscatlán (Cosmogonía, Los dioses, Los bacab, Los arbolarios, Chasca, la virgen del agua, La Siguanaba, Cipitín)” por Miguel Ángel Espino., pp. 19-22.

“Toño Salazar (Huellas de identidad)” por Salvador Cañas, pp 24-26.

“El pulgar inconfundible de espiritualidad” como dice Salarrué

“Charleston” por Gilberto González y Contreras, pp. 27-29.

“Descendiste a nuestra sensualidad”.

“La molienda” por Arturo Ambrogi, pp. 30-37.

 

No. 5, 10 de noviembre de 1932

 

Editorial, pp. 1-2.

“Acontecimiento doloroso: la muerte de Alberto Masferrer […] símbolo de la historia de la literatura salvadoreña […] su obra florecerá eternamente”.  Urge a “leer y escribir” como política estatal.

“Mirando frutas indias.  El mango” por Francisco Luarca, pp. 6-7.

“La mitología de Cuscatlán (Nahualismo, El tigre del sumpul, Lolot, el nahualista chontal, Los pájaros nahuales, Atlahunka, el teponahustista de la corte de Atlacatl, roba a la princesa Cipactli) por Miguel Ángel Espino, pp. 8-13.

«Canción a la alegría de un día de sol» por Quino Caso, pp. 13-14.

«La guerra nacionalista contra William Walker» por Alfonso Rochac, pp. 15-29.

«El canto de la savia» por Camilo Campos, pp. 29-30.

“El rey mendigo” por Alberto Guerra Trigueros, pp. 30-33.

Dibujo de A. Masferrer en su lecho de muerte por J. Mejía Vides, entre 38-39.  (véase ilustración)

“Pobre ladrón nocturno” y “Periodismo” por Alberto Masferrer, pp. 38-40.

“La muerte del cisne”, por José Valdés, pp. 43-45.

 

«José Mejía Vides, el pintor que usted ya conoce, tomó dos apuntes al carbón del rostro de Masferrer» (Alfonso Rochac, «Carta Alusiva», San Salvador 10 de septiembre de 1932, en «Repertorio American», 19 de noviembre de 1932).  A la lectura de indagar si existe una estrecha correlación entre «los apuntes» que menciona Rochac —bajo la denuncia de censura— y el «dibujo» del maestro que difunde el «Boletín de la Biblioteca Nacional», nueve días antes.

En remate de ese vaivén entre opuestos complementarios —censura y apertura— a dos de sus máximos críticos, Francisco Gavidia y Salarrué, los recibe «la Banda de los Supremos Poderes» durante la celebración del Centenario de Goethe y del Padre Delgado en la Universidad Nacional, hacia fines de 1932 («Torneos Universitarios», 1933).  Quizás esa colaboración entre «Patria», Gobierno y Universidad Nacional suelde la «resistencia pasiva».  Tal cual la recomienda Alberto Guerra Trigueros (AGT), el estado acepta tal comisión al impulsar la creación de un canon artístico y literario nacional en las publicaciones oficiales que incluyen a sus rivales.  Obviamente, la democracia haría lo mismo con sus enemigos que critican sus últimas decisiones como el Bitcoin, ya no se diga de la academia radical que no publicaría sin opiniones opuestas a la suya.  Aquellos periódicos incómodos, según el gobierno en curso, deberían divulgarlos sus propias instituciones culturales, sin restricción.  Por un doble enlace (double binding), a quien denuncie la censura de prensa —AGT lo demuestra en Costa Rica— el gobierno lo publica y quien proponga la resistencia pasiva acepta colaborar en respaldo cultural del régimen.

 

 

  1. Masferrer, 1o de diciembre de 1928, T. XVII, No. 21. Según Masferrer, la censura data de una época insospechada anterior a la denuncia del presente y a saber si continúa hoy. Al conmemorar un Bicentenario —en olvido del Centenario— queda «tachada» la afirmación de Gavidia sobre «la democratización de toda la América» en 1932 («Torneos», 96).

 

La ambigüedad del término «censura» la descubre la revista «Cypactly» (Junio 22 de 1932: 25-26).  Su interpretación le atribuye esa condena al «régimen anterior» y al presente del 2021, el cual selecciona archivos a su arbitrio para reinventar un pasado a su imagen y semejanza.  El mismo número incluye «Maestra y amiga» de Salvador Cañas (7 y 30) «El Cheje.  Cuentos de barro» de Salarrué (13-15), «Fragancia y Luz» de Amparo Casamalhuapa (20), entre personajes menos renombrados.   (continuará)

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