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La sociedad como profecías “plaga post” (3)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Más allá de las profecías sobre la sociedad y su nueva-vieja normalidad, la peste ha convertido en billonarios a unos pocos empresarios de: las ventas on line, las redes sociales con sus fake news, y las plataformas digitales que se usan para la educación virtual, y cuando se dice billonarios se dice que no se sabe con exactitud cuánta riqueza acumulan, pero que debe ser inconmensurablemente obscena en un sistema definitivamente obsceno y carente de ética. Esa nueva acumulación de riquezas en medio de la cuarentena es, a todas luces, una expropiación a la ciudadanía, tanto de lo que tiene como de lo que iba a llegar a tener. Sin embargo, la oscuridad de esa misma peste, que se juntó con las pestes del sistema, nos lleva a concluir que es urgente cambiar la política y a los políticos, y eso significa que aún existe el imaginario de la utopía en la utopía del imaginario construido como espacio sociocultural en el que el miedo le va cediendo metros a la ilusión en medio de una sociedad en la que la democracia no muere, mata; en la que la Constitución no es violada, viola; en la que la institucionalidad no está siendo lanzada al vacío, nos empuja al vacío.

Antes de la pandemia, y su respectiva cuarentena, los capitalistas ya hablaban de las bondades de la cuarta revolución industrial –incluso en los países en los que la primera de esas revoluciones está en pañales- fundada en el ingente desarrollo de las tecnologías digitales que –per se- provocan una mayor exclusión social y le quitan cualquier mínima porción de protagonismo a los trabajadores, en particular, y a los ciudadanos -en general- porque son tecnologías en manos de las élites económicas que son defendidas en las Constituciones. Ese es el nudo sociológico en este momento, y es un nudo ciego. Las clases sociales empobrecidas no se benefician de la cuarta revolución industrial, sino que son dañadas por ella debido a que acrecienta impunemente la desigualdad social, tal como lo demuestra la educación virtual que castiga a los jóvenes y niños que no tienen recursos, razón por la cual vemos que ese nuevo imperio económico permea la política, la cultura y las relaciones sociales cotidianas que le dan sentido a la democracia, al menos retóricamente.

Tanto en lo económico como en lo político, nuestro país entra –o es empujado a patadas- a esa nueva realidad tecnológica en total desventaja y con las manos atadas, porque la economía crece solo en las fincas modernas de la clase dominante, y porque la política ha sido el instrumento de empobrecimiento en los últimos 30 o 40 años que han archivado los muertos y las razones de la guerra civil. En nuestro país, la política ha servido para privatizar hasta el alma y para destruir las ilusiones del pueblo que aún espera la llegada del cambio social que fue prometido en los años de la guerra, una guerra que fue justa en sus causales, aunque la izquierda oficializada haya perdido, hoy, la noción de la justicia social y haya olvidado la utopía en la que se asila.

En los años 70 y 80 -¡Qué tiempos aquellos, compañero!- la idea de pueblo y la palabra pueblo lo dominaba todo… y entonces todo era más fácil de definir y comprender porque se resumía en el enfrentamiento entre el capitalismo y el socialismo; entre los ricos y los pobres; entre los malos y los buenos; entre los feos y los hermosos; entre los traidores y los utopistas. Benedetti describió a la perfección esa realidad: “¿Te acordás hermano qué tiempos aquellos cuando sin cortedades ni temor ni vergüenza se podía decir impunemente pueblo? Cada uno estaba donde correspondía, los capos allá arriba, nosotros aquí abajo. Es cierto que no siempre logró colarse el pueblo en las constituciones o en las reformas de las constituciones, pero sí en el espíritu de las constituciones. Los diputados y los senadores todos eran nombrados sin boato como representantes de ese pueblo, ahora el requisito indispensable para obtener curules en los viejos partidos y algunos de los nuevos es no pronunciar pueblo, es no arrimarse al pueblo, no soñar con el pueblo”.

Hoy, como profecía adelantada, los capos de arriba provienen de los corruptos de abajo (o los reveló tal cual ya eran) y aquel viejo mundo que enfrentó al socialismo y capitalismo hoy es el nuevo mundo en el que se enfrenta capitalismo y más capitalismo, cuyos generales de campo son los políticos mediocres y traidores que aprovechan la falta de liderazgos históricos surgidos del pueblo. Sin embargo, el pueblo siempre saca ilusiones de la desilusión porque nunca pierde la esperanza de encontrar opciones en un sistema económico que no le da opciones. Eso explica la decadencia del bipartidismo de facto –y su patética historia- que está en sus últimos días debido a que, como metáfora del realismo mágico, el pueblo ha descubierto el mapa del Macondo de la participación política, real y virtual, que trata de revertir la peligrosa perversión que afirma que no es posible lograr ningún cambio. Que el pueblo crea que son posibles los cambios políticos son la mejor noticia y realidad del momento de cara a cumplir la mejor de las profecías.

Y es que la pandemia –y la sola elucubración sobre las profecías probables- me ha llevado a concluir que la política tiene que volver a construirse desde las bases, no sobre las bases actuales repelladas y maquilladas. En mi opinión, a partir de la pandemia –como posible cambio estructural desde el Estado y que hasta hoy ha sido imposible- lo que permitirá diferenciar a la izquierda de la derecha (que como conceptos de la teoría revolucionaria siguen siendo válidos, aunque no lo sean como discurso electoral) será la voluntad política de esos grupos sociales de crear y promover, en términos reales, profecías de desarrollo que no estén sodomizadas por el neoliberalismo tan digital como excluyente; profecías de otra sociedad como la sueña el pueblo cuando se truena los dedos por las noches. Eso significa que es necesario y urgente que la izquierda se convierta en “las izquierdas” o le dé fuerza a la “pre-izquierda”; que se creen nuevos instrumentos electorales que sigan siendo sociales para que no cuenten votos, sino conciencias; que se construya el nuevo paradigma de la utopía porque, con toda seguridad, la derecha va a construir su propio paradigma, y éste será mucho más feroz, explotador y represivo.

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