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La peregrinación de ciclistas a Esquipulas

Texto y fotografía de Néstor Martínez
Periodista/Escritor

El murmullo del enorme camión provoca que Olimpia mire de reojo sobre su hombro izquierdo, desvía su bicicleta apenas unos centímetros, cuando decenas de toneladas de carga pasan rodando a su lado, la turbulencia la tambalea pero no lo suficiente para que caiga, como si nada, ella sigue pedaleando sobre la torturante carretera CA-9, atrás vienen más camiones, varios tipos de vehículos y decenas de ciclistas que van en peregrinación a Esquipulas desde la Ciudad de Guatemala.

Son las cinco de la mañana en la Plaza de la Constitución, Ciudad de Guatemala del sábado 25 de enero. El frío cala los huesos. Frente a la Catedral está el kilómetro cero, allí, ya enfundados en sus trajes para la carrera, empiezan a llegar decenas de ciclistas guatemaltecos de variadas edades que calientan rodando sus bicicletas.

Los conocidos intercambian saludos, algunos ya tienen muchos años de participar en la peregrinación, bromas, estrechones de manos, risas, saludos, abrazos. Esta será la XLVIII edición, de lo que empezó con amigos católicos en 1972. Unos pocos entonces -ahora suman casi 400 ciclistas- ya que muchos se suman a la peregrinación durante el recorrido.

Entre la multitud destaca un ciclista cuyo cabello entrecano sale por los respiraderos del casco, es don Rubén López, ya listo con la vestimenta oficial de color rosado. Él tiene cuarenta peregrinaciones y dice que la motivación para recorrer los 222 kilómetros es la fe y la devoción al Cristo Negro de Esquipulas, pero no deja de lado que el resultado final es la afirmación de la amistad, compartir y conocer nuevas gentes, “bicicletear juntos”.

Juan Pablo Mejía, “me dicen Titi”, recuerda que comenzó hace ocho años “sin saber a qué me metía, con otro mi cuate (amigo), supimos que iba a haber una romería a Esquipulas, nos aventuramos, hicimos solo 120 kilómetros, es algo bien duro y nos motiva la satisfacción de lograrlo y llegar sin novedad con el grupo de amigos, pedalear con los amigos, conocer más gente, disfrutar la carretera”.

Olimpia Ángel y Filiberto Dubón -ambos salvadoreños- vienen a ponerse a prueba.

Filiberto a sus cincuenta y ocho años tiene mucho recorrido en Guatemala, donde participa en mucho torneos como el masters, del cual es uno de los reconocidos campeones, él dice que esta carrera es “el primer entreno largo para saber como va a estar uno en el transcurso del año para las competencias”. Le dicen “el comeniños”, porque a su edad se lleva por delante a muchos jóvenes. Es ejemplo de dedicación al ciclismo.

Olimpia Ángel, con amplio historial en largos recorridos, participó hace una semana en la romería desde El Salvador hacia Esquipulas, esta vez quiso recorrer la ruta desde la ciudad de Guatemala, además de “venir a pasear”. Recuerda que antes los ciclistas de El Salvador y Guatemala coincidían en Esquipulas, sin embargo, ahora cada parte lo hace por su cuenta.

Las 5:20 de la mañana. La voz de una mujer sale por el altavoz de un vehículo en cuya delantera, en medio de un ramo de flores, está el Cristo Negro que acompañará a la caravana. Son las últimas instrucciones para ciclistas y acompañantes.

Acompaña a los peregrinos un vehículo para socorro mecánico, otro para posibles por accidentes, y varios denominados “acompañantes” que con sus luces intermitentes se colocan detrás de los ciclistas para protegerlos.

Las campana de la Catedral sueltan su tañido anunciando la salida, rápido se movilizan los ciclistas perdiéndose entre el tráfico matinal rumbo a Esquipulas.

En lo que busco, enciendo mi vehículo y trato de abrirme paso entre el tráfico pierdo de vista a los ciclistas. A lo lejos distingo las luces intermitentes, allá va la caravana. Me sumo con mis luces intermitentes a quienes van detrás cuidando de los ciclistas, pero son pocos pedalistas, y quiero fotografiar al grupo, así que trataré de rebasar, una osadía en calles estrechas y llenas de vehículos de lento rodar debido a los ciclistas.

Adelanto carro tras carro, camiones, sobrepaso al grupo y ¡listo! Tomo posición y salen las primeras fotos sobre el recorrido. Llegamos a la primera parada oficial: 57 kilómetros recorridos, no veo a los salvadoreños, intuyo que van adelante, pues sucede que pertenecen al grupo de experimentados. Tomo la carretera con la misma intención: alcanzarlos y fotografiarlos.

Al fin los veo. Sobrepasaron con creces a los demás porque no se detuvieron en la primera estación. Van pedaleando a todo vapor. Me colocó detrás de ellos con las luces intermitentes.

En un tramo cuesta arriba, veo que Filiberto, algunas veces, ayuda a Olimpia impulsándola por la espalda; en la recta Olimpia, sin detenerse ¡saca el teléfono celular y toma fotografías del paisaje! Con una mano aferrada al timón y con la otra fotografiando.

Los salvadoreños Filiberto y Olimpia listos para peregrinar.

Los adelanto y los fotografío, van entre el grupo de los mejores pedalistas, pero tengo que pagar el precio: todos los vehículos que sobrepasé ahora se me adelantan. Vuelvo al jueguito de sobrepasarles y… ¡pasé de largo el desvío hacia Esquipulas! en el municipio de Río Hondo, justo allí sobrepasé un camión. Más adelante me percato que no veo ni ciclistas ni carros con luces intermitentes ¡voy por el kilómetro 172! y la parada era en el 127, en un hotel que nunca vi.

Consulto el mapa digital: escribo mi posición y luego Esquipulas: ¡68 kilómetros! Inicio la marcha y la voz computarizada me dice: al sur. Ummm… Iba para el norte, giro al sur y regreso hasta el desvió en Río Hondo.

Diviso un ciclista. Estoy en la ruta correcta. Pienso que los salvadoreños no se detuvieron, y sigo: una hora y 45 minutos hasta Esquipulas. Los encontraré en el camino, me digo. Sobrepaso a varios ciclistas y así llego a Esquipulas, pues sucede que ¡se quedaron almorzando! por más o menos una hora.

Bien, mi viaje terminó, no así el de los ciclistas. Pienso en lo torturante de este último tramo de la carretera a Esquipulas, que incluso tiene un tramo señalado con un rótulo como peligroso.

La llegada de los ciclistas se estima en las 6:30 de la tarde en el mirador, desde donde se contempla la ciudad, para bajar juntos hacia la catedral donde está el Cristo Negro, centro devocional muy famoso y visitado en Centroamérica. No llegan juntos: los más avezados primero y tras de ellos,a veces llegan uno por uno, otras en pequeños grupos.

Unos minutos después, entre aplausos de la gente entran a la ciudad. Cerca de las siete de la noche, en el parque frente a la catedral, estallan petardos, seguidos de luces que iluminan de colores la noche. Esto marca la llegada de los ciclistas y el inicio de la bendición por un padre benedictino.

“Ya antes tuvimos un peregrino aquí, nuestro señor Jesucristo”, dijo el padre durante su homilía quien alabó la devoción de los ciclistas, luego bendijo bicicletas y ciclistas, y público en general. Tras la ceremonia lo organizadores repartieron diplomas de participación entre los ciclistas quienes muy satisfechos, son despedidos bajo otra andanada de petardos y luces de colores.

Los dolores de rodillas, espalda y músculos quedan paliados, solo serán recuerdos que se diluirán en la próxima peregrinación. “Gracias a Dios no tuvimos ningún incidente serio”, dijo uno de los organizadores y todos se desperdigaron entre la bulliciosa ciudad.

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