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Encrucijadas y desafíos de la sociología (1)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Navegar por los años, surfeando las olas de las fechas cabalísticas, es algo que, desde la sociología de la nostalgia, más que un recurso metodológico es caer en la paradoja del tiempo-espacio y en los códigos ocultos de la revolución social que demandan ser traídos del pasado; es navegar con la brújula del Gramsci de los cuadernos de la cárcel; o con la del Sherlock enigmático que encarnó al método hipotético deductivo; o con la del Marx del 18 Brumario. Las fechas cabalísticas son los puntos de referencia simbólicos que guían la fascinante expedición del saber sociológico que busca ser pertinente. Este año, por ejemplo, se cumplen 44 años de la masacre del 30 de julio de 1975 –el 44 es un número especial para los salvadoreños por la “huelga general de brazos caídos” que tumbó al General Martínez-; y este año, también, parece haber perdido trascendencia histórica el instrumento orgánico que abanderaba la utopía libertaria –al convertirla en una utopía sin utopistas o en una revolución sin cambios revolucionarios- lo que exige una crónica de las sinuosas encrucijadas y desafíos de la sociología, siendo unos de ellos: la reapertura de la teoría sobre la revolución democrática burguesa; la ruptura de la teoría de los movimientos sociales desde la lógica de las redes sociales que cambian la noción de solidaridad; y la recuperación de la memoria histórica para arraigar la identidad ciudadana y profesional en época de cambios y en los cambios de época.

Debemos volver sobre nuestros pasos y repasos epistémicos usando la sociología de la nostalgia para alejarnos de “los que no quieren recordar” la sangre derramada (sociólogos reaccionarios), porque por tradición sociológica la mayoría de nosotros somos parte de “los que no pueden olvidar” la utopía, aunque seamos tildados como los últimos soñadores, los últimos dinosaurios de la emancipación a través de la teoría-práctica, los últimos utopistas, los últimos militantes del tiempo, los últimos viajeros de las paradojas de la presencia y ausencia. En otras palabras: debemos volver sobre nuestros pasos para buscar ser de nuevo los intelectuales orgánicos de la revolución y los rompe-paradigmas de la academia, y salir de la triste situación de come-teorías ajenas y la de simples burócratas que piensan en el salario antes que en el pueblo.

Pero ¿qué hacer para que las fechas cabalísticas cobren vida en el imaginario y en la teoría sin depredar la realidad? ¿Redactar un informe burocrático o hacer un relato humano punteado con sentimientos y epistemologías mundanas que más que dar cátedra quiere dar esperanzas a quienes la han perdido? Esa es mi encrucijada. Como acto reflexivo afirmo que la sociología debe estar en función de: a) la herencia de honestidad de la labor intelectual, del compromiso social y de la severidad científica que le da vida a la relación dialéctica teoría-práctica; b) incidir en la política y en la formulación de las políticas sociales; y c) impulsar procesos exitosos con excelencia académica en la concreción de 5 funciones básicas de la sociología: docencia, investigación, proyección social, pensamiento político y compromiso social. En esos rubros algo hemos hecho, pero no lo suficiente como para que sea considerado un aporte a la sociedad, y la principal limitante es la carencia de recursos financieros y la dispersión, razón por la que más que gestionar proyectos se han gestionado iniciativas, buenas intenciones y mística de trabajo de la mayoría, mas no de todos.

Y entonces concluyo –conciliando un informe oficial con un relato humano- que lo correcto es lo segundo para no permitir que la burocracia sodomice a la idiosincrasia de la sociología. Quienes nos consideramos herederos de la mística y militancia progresista de los pioneros de la sociología estamos moralmente obligados a asumir un papel militante en la sociedad.

Estar moralmente obligados con la sociología y con el pueblo (palabra que algunos consideran de mal sabor y por eso no la dicen) significa que no debemos evadir lo básico: el compromiso colectivo que es un hecho sociológico sui géneris; la lealtad y la creatividad que debe signarlas para romper paradigmas inertes y falacias epistémicas como: fin de la historia y de la ideología; globalización; educación por competencias; sociedad del conocimiento.

Y es que los datos dicen otra cosa: nos indican que estamos en la sociedad de los datos que abruman, no en la sociedad de la información; nos dicen que estamos en la sociedad del no-conocimiento o del conocimiento baladí que, aparte de ser producido en los mismos centros de poder, no soluciona nada: cada 15 segundos se publica un libro y cada 5 minutos un libro sobre violencia desde la perspectiva de las ciencias sociales, sin embargo cada día son asesinadas más de 3 mil personas, es decir un poco más de dos personas por minuto, así que mientras leemos este artículo diez personas acaban de morir de esa forma. Si eso es así ¿de qué sirve el conocimiento sociológico? ¿Sólo para llevar un control más fidedigno y morboso de los problemas sociales y saber dónde nos podemos ir a tomar una selfie con los  muertos?

En el caso de los maestros, esa obligación moral –al ser líderes burocráticos, para usar las palabras de Weber en el sentido de Lenin- tiene como premisa no olvidar quiénes somos y no olvidar que el darle el título académico a alguien es darle poder; en el caso de los estudiantes, esa obligación moral está en función de su formación integral y autodidacta y sus referentes ideológicos, con la cual debemos atravesar lapsos de fuerte discrepancia teórica y político-ideológica, lo que no se puede evadir ni temer. La sociología –per se- es una heredera de las mejores tradiciones de la lucha revolucionaria, tradiciones que se han pervertido en los lupanares de la burocracia, razón por la que la izquierda institucional salvadoreña perdió mucho del camino recorrido, lo que nos obliga a empezar de nuevo con otros instrumentos de lucha y con otras ideas de la transición hacia la revolución social.

La historia corta de la sociología (de 1970 hasta estos días, período en el cual se enfrentó a la dictadura militar y la privatización de los servicios públicos como segunda acumulación originaria de capital) se re-escribe en un país convulsionado por la delincuencia, la migración forzada, la inseguridad ciudadana, la crisis de la democracia y del sistema de partidos políticos, los nuevos tipos y re-tipos de hegemonía y contra-hegemonía y, como corolario hermenéutico, el colapso de paradigmas emancipadores.

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