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El arte de dar un pésame

EL ARTE DE DAR UN PÉSAME

Por Wilfredo Arriola

No sabemos si la primera acción será una palabra o el universal gesto del abrazo. Es complicado buscar las frases que sean las oportunas, porque pueden esperar mucho de nosotros o simplemente reparamos con nuestra presencia, estar ahí basta.

Decir: «Desde que lo supe, sabía que tenía que venir a verte» o las clásicas tres palabras que por usadas dejan de tener la validez de la sinceridad a pesar de que lo sea, «cuanto lo siento» o «mi más sentido pésame».

Gambardella selló unas palabras en el acto religioso de cuerpo presente, cuando todos estaban en sus espacios sentados e irrumpió en el pleno, se acercó a la enlutada y sentenció: «Durante los próximos días, cuando sientas el vacío, que sepas que siempre puedes contar conmigo». La voz se torna cálida y segura, creando cobijo para lo venidero, esa extraña paz frente al incendio voraz de la honda tristeza que deja la partida de alguien especial. Consuela, aunque sea por breves momentos.

También están los oportunistas que no los mueve el talento, ni la admiración, sino el comentario superficial de recordar al ser fallecido destacando a la par de sus proezas los halagos que les hicieron a ellos mismos. Se valen de la muerte para su propio ego. Poco importa qué te dijo o qué pensaba de ti ante la avasalladora noticia de la partida, pero aun así recuerdan en «su sentido comentario» lo bien que pensaba de ellos el ahora fallecido. No les mueve la muerte, les duele que se marche alguien que les halagaba. Me parece militar en el oportunismo del que se fue.

El listón de luto, el homenaje, el brindis a su salud (que dejó de existir ya), la canción que le gustaba, el lugar que te hacía recordarle… etc., esa suma; son elementos donde se navega en el recuerdo, ¿cuál practicamos? o ¿es el silencio el mejor culto que rendimos a solas mientras nos despegamos de la realidad por la ausencia que nos acongoja? Unas flores en su último día, para adornar su féretro, la languidez de colocarlas ahí, a su vera.

A veces quisiéramos tener la lucidez de dictar las mejores oraciones, de expresar con prudencia que todo estará bien, que la muerte es inevitablemente una parte de la vida, no sabemos si la última, no sabemos el enigma del después. Pero en el azaroso camino de dar el pésame nos encontraremos ante la imponente duda de la elección. La voz desatará el grifo de las lágrimas o quizá sólo nuestra presencia como lo escribí líneas atrás. Ser entes de alivio o de poner el dedo en la llaga. Hay otras formas de consuelo y en efecto colaboran con la situación: ocuparse de lo olvidado, pagar recibos, compartir comida, hacer los trámites porque al doliente no le es posible actuar con despejo. También ese es un pésame, apoyar con acciones. Luego vendrán días complicados donde las palabras y la conversación jugarán un papel importante para afrontar el duelo, después… siempre después. En el momento, el día o en los dos días de cuerpo presente, uno de los mejores pésames será estar. ¿Habrán mejores palabras que esas?

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