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¿Cuál es el peligro para un país de tener a un presidente inmaduro, narcisista, mitómano?

Por David Alfaro
31/10/2025

Simone de Beauvoir se preguntaba, con su lucidez habitual, “¿Qué es un adulto sino un niño inflado por la edad?”. Con esa frase, la filósofa francesa nos recordaba que incluso en la madurez persisten rasgos de la niñez: caprichos, inseguridades, ansias de atención. Pero hay quienes nunca logran dar el salto a la verdadera adultez. Y cuando uno de esos adultos inmaduros llega a ser presidente, como es el caso del dictador Nayib Bukele, el riesgo para un país entero se vuelve enorme.

Tener a un líder con esas características no es un asunto menor. Un presidente influye en el rumbo, el ánimo y la estabilidad de toda una sociedad. Si ese liderazgo está marcado por la inmadurez, el narcisismo, la mentira compulsiva y la limitación intelectual, el resultado inevitable es un daño profundo al tejido político, social y económico del país.

LA INMADUREZ lleva a decisiones impulsivas, dictadas por las emociones del momento más que por la razón o la reflexión. Esa forma de gobernar produce políticas erráticas, cambios repentinos, promesas sin sustento y una constante incertidumbre, tanto dentro del país como ante la comunidad internacional.

EL NARCISISMO, por su parte, empuja al gobernante a verse a sí mismo como el centro de todo. Su prioridad ya no es el bienestar del pueblo, sino alimentar su propio ego y proyectar una imagen de grandeza. El resultado: un país polarizado, una sociedad dividida y un gobierno que actúa para el aplauso, no para resolver los problemas reales.

LA MITOMANÍA, esa necesidad compulsiva de mentir, incluso sin motivo, destruye la confianza en la palabra presidencial. Cuando la mentira se vuelve costumbre, la verdad pierde valor. Y sin verdad, no hay democracia posible. Las instituciones se erosionan, la ciudadanía se confunde y la propaganda sustituye al pensamiento crítico.

Finalmente, LA LIMITACIÓN INTELECTUAL del dictador, reduce su capacidad de comprender la complejidad del mundo que gobierna. Las decisiones se vuelven superficiales, improvisadas y dañinas. El país termina pagando las consecuencias de esa idiotez con retrocesos económicos, sociales y diplomáticos.

Podemos concluir diciendo que un presidente inmaduro, narcisista, mentiroso compulsivo e intelectualmente limitado no sólo representa un problema político: es una amenaza para la estabilidad emocional y moral de la nación. Su gobierno destruye la confianza, desintegra la cohesión social y convierte la esperanza en frustración. Un país necesita líderes con juicio, empatía y visión, no adolescentes atrapados en cuerpos de adultos jugando a ser salvadores.

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