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Correr 5 o 10 kilómetros al amanecer

Caralvá

Intimissimun

 

Eran las 04:30 a.m. ese día acordamos salir de casa a correr por la autopista.

Se necesita cierto tiempo antes de partir a calle abierta, es necesario estirar los músculos, beber un poco de agua, imitar a los gatos cuando despiertan de su letargo nocturno, así brazos, cuello, hombros, piernas, rodillas, todo necesita un giro rotatorio mínimo; en nuestro empírico conocimiento creíamos que aquello era por gusto, así un grupo de cinco amigos incursionamos en la autopista, lo cual a nuestra edad de once años era solo un juego.

Avanzamos en la madrugada, con cierta oscuridad adyacente que proporciona un sentido de exploración a ciegas, las tenues lámparas  de la calle lateral protegían nuestros pasos, aunque a esa hora los autos no circulan en grandes cantidades, teníamos la precaución de correr siempre en sentido contrario de la vía, de esa manera podíamos visualizar al trayectoria de los carros, era una ventaja, en realidad no era una carrera de velocidad sino un trote alegre, con paso firme, como acostumbrando al cuerpo al desafío, también nuestra ruta era hacia el poniente.

Poco a poco un calor ligero va subiendo por las piernas, lentamente la respiración se acompasa, todo el cuerpo responde, en realidad no duele nada.

Realizamos el giro a los cinco kilómetros, era refrescante al retornar observar el saludo del sol al amanecer, aquella jornada duraba aproximadamente una hora y 30 minutos, el sol majestuoso nos recibía con su brillante saludo, a esa altura del aerobic, el sudor comienza a rodar por todo el cuerpo, mientras los pulmones se llenan de aire ligero y fresco, respiras a todo pulmón ello te brinda una sensación de placer, plenitud e invulnerabilidad, eres la unidad de pensamiento-cuerpo-distancia, en ese instante el pensamiento se enfoca en lo deseado, en aquellos momentos tantas metas vitales.

Recuerdo mi sudadera deportiva, zapatos tenis, un pantalón corto de fútbol, el sencillo traje colegial, la vida sin preocupaciones, mis padres eran los preocupados por todo, yo lo comprendía, por ello aquél sencillo evento me recordaba que: “esfuerzo era todo” “hacer más que los demás”, así imaginaba mi vida corriendo por una meta.

La carretera se llama Autopista Sur, muchos años después de: conmociones sociales, guerra civil, años de paz, abandono de proyectos, cambios de nombres ridículos, la ruta San Salvador-Santa Tecla terminó por llamarse “Bulevar de Los Próceres”… si sumo los años moriré por aritmética o incredulidad, pero lo viejo no quita las corridas.

El retorno a casa era un mosaico de pensamiento, la meta, la llegada, que finalizábamos en un pequeño parque de la Colonia Monserrat, en ese momento final demostrábamos la máxima velocidad.

La magia del paso se inicia cuando no sientes que corres, ni las zancadas, ni siquiera el cuerpo, el pensamiento invade tu cuerpo, eres aire o ave que salta metros de autopista, es una mecánica hipnótica, la repetición del cuerpo forma un halo o domo alrededor del cerebro lo cual imita una burbuja transparente, al menos eso sentía cuando al final hacía el “sprint”, el famoso máximo de velocidad, que eran alrededor de unos 200 metros…. El momento era apasionante, ya no existía cuerpo alguno, solo piernas a la máxima velocidad, sin autos, sin peligros adyacentes, solo el cuerpo a plenitud, así corríamos para llegar al inicio del parque y continuábamos luego aminorando el paso por inercia sin detenernos abruptamente, disminuyendo, disminuyendo, por la aceleración heredada.

Los pulmones parecen explotar, el sudor invade todo el cuerpo, eres una esponja a la inversa, en ocasiones el sudor invade tus ojos es irritante, también la boca te encuentras con un sabor salado, en pocas ocasiones puedes poseer esa sensación tan intensa; así al finalizar la sudadera es en realidad un reservorio de sudor, hasta el color cambia en el caso azul se torna negro oscuros, en caso del blanco se vuelve crema, verde al verde-olivo, así como el tono del traje tu rostro parece explotar en rojo de sangre, lo cual sería posible con solo un pequeño roce al caer al piso; ahora goteas sudor, mejor dicho empapas como regadera tus pasos; mientras recobras el aliento, aquél empape de agua corporal se va poco a poco enfriando y el agradable calor se convierte en un traje frío.

Han pasado unos minutos, puedes respirar a ritmo, el sol ha escalado el cielo, el astro luminoso ahora está alto y soberbio… sin prisa marca el tiempo; nos despedimos del grupo que llega a su ritmo, pero con igual rutina, subes las escalinatas del edificio multifamiliar, tomas un baño y el agua es un cuchillo frío que templa de nuevo tus músculos, cumpliste entonces el rito de la carrera.

Tus padres sorprendidos ni respiran por el color de tu rostro.

Parecería que todo terminó bien, tomas un breve descanso y duermes.

Han pasado un par de horas, el esfuerzo ha consumido mucha de tu energía.

Despiertas levemente, entonces intentas levantarte, en ese instante un poderoso dolor sacude toda tu humanidad, los músculos parecen engarrotados, duelen las piernas, duelen las articulaciones, apenas puedes elevarte, pero al dar un paso, el dolor es tan intenso que te impide hacerlo, comprendes que te dañaste los músculos. El dolor no cede, ni siquiera con pasos mínimos, así pasas varios días en postración, para caminar lo haces como los ancianos, son pasos aplanados, mínimas contracciones, imposible flexionarlos… gran lección aprendida, debías calentar y estirar los músculos al menos treinta minutos.

Las siguientes aproximaciones después del doloroso evento, son más prudentes, aunque la intensidad es la misma.

Como muchas cosas en la vida, el conocimiento no se regala a nadie, ese evento fue inolvidable, después de superar las lesiones regresamos a las carreras, evidentemente un poco más sabios, como dicen los mayores: “soldado avisado no muere en la guerra”, siempre corro… sí corro peligro todos los días cuando intento cruzar una calle.   amazon.com/author/csarcaralv

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