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CONJETURAS EN LA PENUMBRA DE SALARRUÉ

Álvaro Darío Lara

Estamos frente a una obra producida durante la juventud de Salarrué, y cuya fecha de primera edición se pierde entre los folios del tiempo. Sin embargo, la edición más conocida,  y de la cual partimos, es la publicada en la recordada Colección Caballito de Mar de la Dirección de Publicaciones,  en 1969, cuando el autor aún vivía.

Ya hemos señalado en otras oportunidades el trasfondo esotérico, de tendencias particularmente teosóficas (aunque Salarrué es muy libre en este aspecto) que permea toda su obra, y que se acusa, quizá de forma más evidente, en algunos de sus libros como O-Yarkandal, Eso y más, el Señor de la burbuja y otros. Sin embargo, esto no debe llevarnos a suponer que existe una línea tajante entre una producción costumbrista, realista-mágica, vernácula, de Salarrué y su orientación, llamémosle esotérica. Ya que como, afirmamos líneas antes, esta visión esotérica, profundamente espiritual, atraviesa toda la producción artística de nuestro autor, hasta convertirse en ese marco referencial, desde el cual traduce la realidad del mundo.

En Conjeturas en la Penumbra, Salarrué se plantea el viejo tema de la santidad, del bien y del mal, y de sus simbólicas encarnaciones tradicionales: el ángel y el diablo; pero no,  desde la lectura clásica de los opuestos enfrentados en una lucha encarnizada, según nos han referido los enfoques acostumbrados de las religiones. No, Salarrué, busca ante todo, un fundamento afincado en un activo humanismo, que reivindique los valores de la justicia, la paz, la no violencia, frente a una sociedad que se ha construido sobre el más cruel “egotismo”, y no sobre el positivo egoísmo.  Términos y redefiniciones salarrueicas, que no significan malabares del lenguaje, sino un genuino afán por explicarse mejor, mediante el  recurso del lenguaje, contenidos que son claves para el artista. Así, nos hace hincapié sobre el verdadero sentido de la santidad, no como la inacción, la pasividad, la no contaminación del mundo; sino como la condición que debe necesariamente, no estar de cara al bien, sino de cara al mal, ya que es el mal al que debe enfrentarse no con los instrumentos que dividen y esclavizan, sino con las armas liberadoras de la luz.

Salarrué cuestiona la institucionalidad religiosa, que ha secuestrado la espiritualidad, diseñándole una camisa de fuerza. Frente al dogma religioso, propone el sentido libertario y ético, de una existencia que pondere el bien individual y el bien común, como formas de expresión interior que mejoren los comportamientos sociales, abiertos hacia la auténtica fraternidad.

Por ello Salarrué no siente aversión al denominado mal, al contrario, la propuesta es ir a su enfrentamiento, porque es ahí, donde se acrisola el carácter, se templa el espíritu, se alza la verdadera humanidad. La lucha de Salarrué, no pasa por el camino único que privilegia la violencia, o en enfrentamiento irracional.  La lucha es planteada así: “Mi concepto de lucha es mucho más sutil que todo eso, mucho más profundo aunque menos vistoso. Mi lucha es un esfuerzo deportivo de previsión, de sugerencia, el esquemático despliegue de  las fuerzas de la resolución y del carácter” (página 26). Cuando define el amor, vuelve a echar mano de su espiritualidad: “El amor es la expresión sencilla de la Divinidad que es intelig3ncia, comprensión, armonía y en una palabra: Sabiduría” (31).

Conjeturas en la Penumbra, abunda en alusiones esotéricas, no las citaremos todas ni en orden, ya que esa sería un interesante tarea, pero quizá, no es la más importante, ya que en nuestra consideración, pesa mucho más, el sentido final, de ese discurso, donde se examina la natural condición humana, fluctuante en toda la gama cromática del arco que se dibuja entre el negro y el blanco. Sin embargo, tres breves ejemplos, congruentes con este señalamiento. El primero como ponderación del saber simbólico: “Por otra parte, Altas, que es el guerrero al servicio del Bien, sabe perfectamente que el Anteo sólo puede ser vencido levantándole en el espacio: separándole del contacto con la Tierra que lo vigoriza; separándole calculadamente del Mal. Todo esto es hablar en símbolos para hacer trabajar la intuición, madre de la comprensión” (pág. 35). El segundo como  expresión de la criticidad de Salarrué hasta de las mismas figuraciones esotéricas“… y por eso en el Mal vemos patente la presencia de Dios recreándose a sí mismo por misterioso motivo que nadie osaría comprender desde el punto de vista humano, pero que a la intuición parece evidente, aunque no basten las palabras a expresarlo ni los signos  a comprimirlo, acertando cuando mucho a grabarlo en monogramas de dudoso poder, como aquel de las cósmica serpiente mordiéndose la cola” (pág. 21). Y el tercero, que perfectamente  resume su concepción de la vida humana, y con el cual finalizamos, esta tentativa de continuar inquiriendo en nuestro Salarrué:  “El impulso del Hombre evolucionante, en cuyo corazón la Divinidad no ha nacido todavía, es llegar a la felicidad, una felicidad presentida y preconcebida; preconcebida siempre en forma tal, que el dolor se ha eliminada de ella, no se permite; sin comprender que en la auténtica felicidad, que es plenitud vital, suprema inteligencia y armonía perfecta, el dolor y la dicha n o son sino el anverso y reverso de una sola medalla” (págs. 38 y 39).

El inmenso legado el de Salarrué nos sigue urgiendo de una exhaustiva lectura y de un estudio riguroso de su obra.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.