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Son treinta años del retorno de los seis mil salvadoreños en Colomoncagua, municipio de Intibucá, en Honduras. La exoficial de protección del ACNUR, Solange Muller recuerda como la vivencia de la solidaridad y la fe reconstruyeron las vidas de los compatriotas en la época del conflicto armado. Foto Diario Co Latino/Museo de la Palabra y la Imagen.

“Colomoncagua, la vivencia de la solidaridad y la fe”: Solange Muller

Gloria Silvia Orellana
@GloriaCoLatino

“En Colomoncagua pudieron sobrevivir los refugiados salvadoreños porque mantuvieron sus comunidades, sus costumbres y su vivir. Reconstruyeron su cultura, compromisos con sus familias, sus relaciones humanas y su fe”, recuerda de manera fidedigna Solange Muller, exoficial de protección del ACNUR durante el conflicto armado de los años ochenta en El Salvador, en entrevista exclusiva para Diario Co Latino.

Su vida al servicio de los demás, sin escatimar tiempo, seguridad personal u otras oportunidades laborales llevaron a esta nutricionista en salud pública, a trabajar por los refugiados salvadoreños en Colomoncagua, municipio de Intibucá, Honduras, siendo la primer mujer en el sistema de las Naciones Unidas (ONU) que ostentó en esa época este cargo, en un momento crítico de un conflicto armado.

A treinta años del retorno de esos seis mil refugiados a El Salvador, para fundar la comunidad Segundo Montes, Morazán, Solange expresó su desencuentro de emociones por el reencuentro de un pueblo del que se “enamoró”, en esa difícil década de los años ochenta.

-¿A qué te dedicas actualmente?

Soy nutricionista en salud pública, trabajo en Centros Comunitarios de Salud en la ciudad de Nueva York (EE.UU.), son centros que proveen salud a todas las personas y no tienen que pagar, si no pueden hacerlo, y tengo la suerte de trabajar pacientes que vienen de Ecuador, México o Centroamérica.

-¿Qué te trajo a Centroamérica?

En 1979 me gradué en Salud Pública y Nutrición y comencé a trabajar con la organización internacional -Save the Children-, trabajo que me llevó a muchos países de Centroamérica, y como mi madre es chilena sentía una relación profunda con las personas hispanas y quería trabajar en América Central o América Latina. Pero dejé ese trabajo porque políticamente no era para mí, era financiado por el gobierno de mi país, pero yo quería un trabajo más de base y concientización, quería hacer más, ese trabajo como nutricionista en el campo.

Pensé hacerme misionera laica y fui a la orden Maryknoll en New York, cerca de la ciudad en donde nací, hablé con la hermana Maura Clarke, era una mujer increíble, tenía una sonrisa muy calmante, muy acogedora y nos explicó que estaba trabajando en Nicaragua. Me quedé impresionada con esa reunión y seguí trabajando en ese trabajo solidario.

Estaba en Washington cuando mataron a monseñor Romero y  luego las monjas Maryknoll, y eso me afectó muchísimo y fui a catedral a la misa en memoria de ellas, me duele mucho, no se de matar a personas religiosas y la población inocente, era difícil, duro, así que decidí que no quería vivir más en mi país, y me vine a vivir a Centroamérica.

Solange Muller, exoficial de Protección del ACNUR.
Foto Diario Co Latino/Silvia Quinteros.

-¿Cómo llegas al ACNUR y Centroamérica?

Me casé y junto a mi esposo íbamos a trabajar en salud pública en Nicaragua, pero no me dieron la aprobación el gobierno sandinista, porque había trabajado con esa agencia norteamericana que recibía financiamiento del gobierno. Y bueno, estaba en Nicaragua y me preguntaba qué hacía, cuando me comenta una pareja que necesitaban una nutricionista en un campamento de refugiados de El Salvador en Honduras y acepté de inmediato.

Llegué a Tegucigalpa en julio de 1981, y me dirigí a los campos de refugiados porque necesitaban de una nutricionista y llegué a Colomoncagua. En ese entonces estaba la Iglesia católica a través de Cáritas, quienes me dieron alojamiento y fue la agencia con la que trabajé como nutricionista en un principio. Allí era la encargada de los centros de nutrición, daba clases a los promotores de salud y me enamoré de la gente de Colomoncagua, tan humilde, tan amable, era el trabajo de campo que yo quería, cuando el ACNUR supo de mi trabajo me contrató para el puesto de asistente de programa de ACNUR, en Colomoncagua, Honduras, y me encargaba que las agencias internacionales y hondureñas pudieran llevar a cabo, su asistencia material a los refugiados.

No se cuántos meses trabajé de asistente de programa, pero me ofrecieron el trabajo de oficial de protección del ACNUR; en febrero de 1983 comencé este nuevo cargo, hasta pasaporte diplomático tenía y fue interesante porque cuando acepté yo fui la primera mujer Oficial de Protección para las Naciones Unidas en Honduras. Para mí, era una responsabilidad que se debía cubrir muy bien, porque los campamentos de refugiados estaban rodeados de militares hondureños.

-¿Cómo llegaban los refugiados a esos campos?

Como oficial de protección era la que tenía que ir a encontrarlos en los lugares a donde llegaban primero. Eran unos campamentos aledaños y me acuerdo visualmente que los primeros estaban en un campo de pinos, cerca del campamento Callejón, y yo tenía que ir con el teniente y el oficial de migración. Mi trabajo era asegurar que a los refugiados no les pasara nada, solo tenía mi cabeza y mi habilidad para la negociación.

Era impresionante ver a las mujeres y los niños; eran más mujeres que habían caminado horas y horas, de noche, y tenían sus bolsas chiquitas con sus cositas, sus mochilitas de tela, era un grupo como de cien personas. Y el militar comenzaba a registrar las personas y las trataba como a mí no me gustaba, entonces le dije: ¿pero teniente que está haciendo usted? esa gente acaba de venir, ha caminado toda la noche y han sufrido, tienen frío, están desnutridos, tienen hambre y sed, qué cree usted que ellas llevan en sus bolsitas de tela. Y solo me respondió, “ay, Solange, no puedo hacer mi trabajo cuando usted está cerca de mí”.

Para Solange Muller, exoficial de protección del ACNUR, los salvadoreños refugiados en Colomoncagua sobrevivieron gracias a la práctica de sus costumbres y reconstrucción de su cultura, sus relaciones humanas y la fe. Foto Diario Co Latino/Museo de la Palabra y la Imagen.

-¿Una experiencia que te tocó emocionalmente?

Siendo oficial del ACNUR conocí a Rufina Amaya, y puedo decirte que he escuchado tantos testimonios que te rompen el corazón, pero por esto te entregas más, por este pueblo tan sufrido y que a la vez contienen tanta fe, porque eso me impresionó de los refugiados salvadoreños, que afirmaban que iban a tener un país donde podían regresar y poder tener justicia, recuperar su derecho a sus tierra y alimentación.

Todos desde que entraron al campamento en Colomoncagua, de lo único que hablaban era que iban a volver, aunque tuvieron que esperar nueve años en Honduras. Yo me quedé solo dos años más con ellos, pero estoy segura que esa fe y esperanzas les dio esa fuerza para mantener en alto sus espíritus. Ellos realizaron un trabajo colectivo que fue impresionante.

Fue un experiencia de comunidad, que el mismo padre Segundo Montes conoció y que consideró como un modelo para El Salvador, y él quería que regresara la gente y que comenzarán a construir esas comunidades colectivas que habían formado en el campamento. Y lo más impresionante es que estaban rodeados de militares y nosotros teníamos que pasar una tranca para ingresar al campamento y llevar alimentos, madera y las cosas que necesitaban los soldados hondureños no los querían en Honduras, por su política.

Eso impulsó a la gente a crear una comunidad donde ellos hacían todo, desde las cocinas colectivas, talleres donde se hacían su ropa, construyeron sus casas y vivieron cosas increíbles, como el proceso de alfabetización en los campamentos. No estaban allí esperando la ayuda del ACNUR, Cáritas u otras agencias, ellos tomaron un papel de liderazgo impresionante, de esas personas que sumaban seis mil, de los campamentos; luego tuve que cubrir a compañero en Mesa Grande, allí eran diez mil personas en los campamentos.

-¿Cuál es la sensación de reencontrarse con la gente de la Comunidad Segundo Montes o de Colomoncagua?

Yo no había regresado por muchos años a El Salvador, como oficial de protección ACNUR acompañé a embajadores y funcionarios de alto nivel, a los campamentos en Honduras, y mi padre me aconsejó no volver por un tiempo. Pero cuando me metí en la junta directiva de “Voces en la Frontera”, me di cuenta de una cosas y la más importante, que el amor de esa gente, el amor de los refugiados de Colomoncagua era lo que me dio fuerza para hacer mi trabajo como nutricionista, como asistente de programa y como oficial de protección. Porque realmente me dieron su confianza y su amor y me inspiraron su fe.

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