Álvaro Darío Lara
La mayoría de las personas en este mundo contemporáneo, tan determinado por los avances tecnológicos, vive con gran rapidez el día a día, olvidando disfrutar los breves instantes que nos regala la existencia.
Siempre recuerdo, con mucho afecto a nuestro gran amigo el artista nicaragüense-salvadoreño Antonio Lara (+), el querido Toño, quien tenía como frase de sobremesa: “El eterno presente”, refiriéndose a la importancia de vivir el día a día, sin grandes afanes o terribles preocupaciones.
Nos es muy difícil centrarnos en el presente. Siempre estamos situados en el pasado doloroso o en el futuro incierto. Recuerdo que cuando era un jovencito, llegaba fácilmente al llanto con canciones que hablaban de amores rotos, perdidos, accidentados, y todavía no me había enamorado. No conocía del amor humano, el romántico amor de pareja, pero era borbotones de lágrimas. Lloraba y ni siquiera conocía la razón. Luego con el paso del tiempo, creí en el cuento de la rígida planificación, y, debo confesarlo, pocas veces la realidad se pareció mucho a lo planeado.
No es que despreciemos la previsión sobre el futuro, no; tampoco que desdeñemos el aleccionador pasado, mucho menos. Lo que sucede es que, mientras no comprendamos que las certezas humanas, vitales, son tan frágiles, nuestra vida estará determinada por el nerviosismo, la ansiedad, y el sufrimiento.
Al respecto, la autora motivacional Deborah Smith Pegues nos dice: “Actualmente, todo el mundo vive demasiado distraído. Parece como si nadie supiera cómo disfrutar el momento o la etapa actual de sus vidas. Esta obsesión por vivir en dos tiempos a la vez, el presente y el futuro, puede producir estrés. Estoy haciendo lo posible por ser una excepción a esta tendencia. Me esmero por esta en el presente con las personas que en ese momento están en mi presencia. Si eres como yo, exigente y orientada a metas fijas, tendrás que hacer un esfuerzo por aprender a ejercer cierta disciplina mental para estar presente con las personas en un entorno dado. Una de las estrategias que suelo utilizar es aislar un bloque de tiempo en el que pueda estar sin pensar en lo que tengo que hacer después. Prefiero esperar a estar con alguien hasta poder dedicarle más que unos pocos minutos, para que la persona en cuestión no se sienta frustrada por mi atención divida y mi horario apretado”.
Nada ilustra, quizás, mejor lo descrito anteriormente por la autora, que las conversaciones presenciales, donde una de las partes o ambas, están pendientes de su teléfono móvil, manteniendo de forma virtual una o varias charlas, a la vez que “conversan” con la persona de forma física.
A la base de todo esto, existe un profundo miedo. Miedo a que lo previsto no se cumpla como deseamos; miedo a que seamos defraudados, engañados por los demás. En definitiva, miedo a perder “un control” que no existe. Puesto que, la única persona a quien podemos controlar es a nosotros mismos, lo demás escapa completamente a nuestra órbita. Y qué bueno que sea así, ya que los seres humanos somos fundamentalmente libres. Y no es mediante los obsesivos “controles” de las personas, del tiempo o del espacio cómo alcanzaremos la paz y la tranquilidad tan necesaria para una vida armoniosa.
Ni siquiera sabemos si el día de mañana llegará, si estaremos vivos. Pensar que lo material nos da la total seguridad es una falacia. Pensar que la compañía del ser amado, es una garantía para la felicidad es otra. Igual sucede con la familia. Venimos solos a este mundo, y nos vamos de él, sin pena, ni gloria, solos también. Practicar el desapego, y entender que sólo contamos con esa fuerza del amor universal que es incondicional, y que ha sido llamado y entendido de distintas formas y maneras por todas las culturas históricamente, será probablemente, el gran consuelo y sostén en nuestras vidas.
Al final somos aves de paso, apenas un diminuto y breve destello en el cosmos. Ya lo decía el gran poeta chichimeca Nezahualcóyotl: “Nadie es jade, / nadie en oro se convertirá:/en la tierra quedará guardado. /Todos nos iremos. / Allá, de igual modo. / Nadie quedará, / conjuntamente habrá que perecer, / nosotros iremos así a su casa”.
Por ello, vivir el presente de forma plena, es quizás, nuestra única y verdadera satisfacción.