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Violencia y discordia

José M. Tojeira

El arzobispo de San Salvador, prostate Mons. José Luis Escobar, ha presentado recientemente una carta pastoral que lleva la fecha del 24 de marzo y que está en cierta forma dedicada a Mons. Romero. Su título es “Veo en la Ciudad Violencia y Discordia”. Este documento amplio y extenso hace un análisis certero de los orígenes de la violencia en nuestro país y de sus causas. Reflexiona sobre la misma violencia desde la Sagrada Escritura, la tradición de la Iglesia y especialmente sus últimos y más recientes documentos tanto del Concilio Vaticano II como del episcopado latinoamericano. Y finaliza con una serie de recomendaciones y una plegaria por la paz. Sin lugar a dudas es un excelente documento de estudio que conviene reseñar precisamente en estos tiempos en que la violencia invita con demasiada frecuencia a la mano dura o a caer en esa especie de espiral de acciones y reacciones que no conducen sino a más dolor, con frecuencia de las personas más jóvenes o más inocentes.

Después de hacer un recorrido histórico por los caminos de violencia que ha ido sufriendo El Salvador a lo largo del tiempo, y que de alguna manera han influido en nuestros patrones culturales, el arzobispo nos habla de las raíces de la violencia. La exclusión social que incluye desigualdad, la idolatría del dinero, el individualismo y la impunidad se nos presentan como los elementos que alimentan y mantienen la violencia en el país. El análisis es amplio y merece la pena leerlo y asimilarlo adecuadamente. Porque sólo lograremos vencer la violencia en la medida en que trabajemos y avancemos dialogada y consensuadamente en torno a las raíces que la alimentan. Se puede superar la impunidad y disminuirla sensiblemente. Pero si simultáneamente no se trabaja la disminución de la desigualdad, los problemas de fondo permanecen. Y esa especie de tradición violenta que lleva a resolver los problemas por la fuerza bruta puede en cualquier momento despertar de nuevo la espiral de la violencia. Se puede promover una conciencia más social, pero si no se trata la idolatría de la riqueza, tan denunciada en su momento por nuestro beato Romero, los problemas pueden surgir de nuevo bajo diversos aspectos como la corrupción y todo lo que conlleva.

Tras el análisis de la violencia y sus orígenes, la Carta Pastoral presenta la necesaria posición cristiana ante la violencia, apoyada en la Sagrada Escritura. Es de señalar en ella la referencia fuerte e inmediata a la persona de Jesucristo, con su misericordia, su apoyo a los débiles y sencillos, su denuncia de los poderes que oprimen, su radical pacifismo. Posteriormente complementa la reflexión bíblica con el pensamiento tradicional de la Iglesia y con la doctrina social y el pensamiento eclesial latinoamericano. Parte de la paz como “obra de la justicia” y va desarrollando el pensamiento que la misma Iglesia sigue generando según circunstancias y momentos a partir de esa vinculación tan clara de justicia y paz. Los mensaje de los obispos reunidos en Medellín, Puebla, Santo Domingo y Aparecida tienen aquí un protagonismo especial, pues hablan de nuestra realidad latinoamericana y aplican a la misma los criterios de construcción de la paz. A partir de esta visión doctrinal, nuestro arzobispo invita a construir una cultura de la vida y luchar contra el predominio de la cultura de la violencia y la muerte. En ese contexto señala la necesidad de sanar las heridas del pasado incluso a través de juicios históricos especialmente orientados a  la aceptación de la verdad de las víctimas, como forma primigenia de justicia. E insiste en vencer la idolatría del dinero, la exclusión social, la impunidad y el excesivo individualismo. Sólo tocando las causas de la violencia se puede superar esta realidad que en nuestra tierra ya es una verdadera plaga.

Finalmente, y con el subtítulo de “vuelve tu espada a su sitio”, se nos presenta en la Carta algunos pasos necesarios para la construcción de la paz. Renovar la esperanza, acrecentar la solidaridad desde la misericordia y la sensibilidad ante los problemas de los más débiles y pobres, centrarnos en la fraternidad, el servicio y la reconciliación, valores cristianos que tienen su culmen en la eucaristía, son caminos de superación de la violencia. En la exhortación final de la Carta se recorren las responsabilidades de los diversos grupos de la familia nacional, desde los católicos y los distintos grupos cristianos, hasta los gobiernos, los poderosos económicamente, encargados de la ley, educadores etc. El propio arzobispo asume en la carta su responsabilidad de animar a quienes tienen poder político o económico para que construyan una sociedad que asegure “la inclusión, la equidad y el bienestar de las grandes mayorías”.

La importancia de esta Carta Pastoral reside no sólo  en su oportunidad, precisamente en estos momentos en los que la violencia arrecia. Sino también en recordarnos que frente a la violencia debemos tener el corazón abierto a la solidaridad con las víctimas y la razón enfocada prioritariamente a las causas de la violencia y a la búsqueda de soluciones pacíficas, racionales y coherentes con la dignidad humana. Con mucha frecuencia la violencia engendra violencia. Esa espiral no se rompe solo acrecentando manos duras o iniciando una especie de guerra permanente hasta una supuesta victoria final. Es necesario ir a las causas, analizar las injusticias de todo tipo, incluidas las sociales, superar las desigualdades injustas y construir una sociedad más igualitaria con métodos pacíficos. Y es imprescindible tocar la generosidad de los corazones y poner los esfuerzos en la construcción de una sociedad más fraterna, capaz de vencer la pobreza y todo lo que reduce o golpea la igual dignidad de todos los eres humanos. En definitiva, que nos encontramos con una Carta Pastoral que debemos leer, meditar y comentar como aporte básico para la construcción de un futuro mejor.

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