Página de inicio » Nacionales » Víctimas de Masacre de El Mozote, ecos del pasado que claman justicia
Gloria Silvia Orellana @SilviaCoLatino Los ametrallamientos indiscriminados, el atronador ruido y destrucción de las bombas, las interminables “guindas” para ponerse a salvo y el terror en su infancia o juventud, forman parte de los testimonios de Eugenio Mejía, Alejandro Hernández Argueta y Benito Márquez Chicas, emitidos ante el juez segundo de Primera Instancia en San Francisco Gotera, Morazán. Sus recuerdos se remontaron durante la ejecución del operativo “Tierra Arrasada” que impulsó la Fuerza Armada de El Salvador, y que ahora se ventila la responsabilidad intelectual y material del Alto Mando militar. Alejandro Hernández Argueta de 48 años de edad, agricultor en pequeño, relató cómo perdió a su familia y la cotidianidad de su vida en un lapso de cuatro horas, luego que los militares llegaran al cantón La Joya, lugar identificado como uno de los sitios aledaños a la Masacre de El Mozote, acaecida en diciembre de 1981. “Llegaron dos de mis hermanos mayores corriendo que venían de una fuente de agua en el cerro de los Del Cid y le dijeron a mi mamá que había gente armada y ella de inmediato llenó una bolsa de manta con tortillas, era un rimero y me las dio para que la cargara y me fuera, también me dio a mi hermano José María de 4 años, yo 11 años. Corrimos a otro ojo de agua y en la carrera miré algunos bultos negros... eran soldados, pero corríamos y teníamos gran miedo, luego regresé a la casa, ya no estaba mi mamá y no tenía a mi hermano, se perdió, así que tuve que regresar a esconderme por el río. Nosotros huíamos porque sabíamos lo que había pasado en El Mozote”, narró. De esa incursión militar Alejandro perdió a su madre María Modesta Argueta, a tres hermanos Santos, Elvira y Gilberto, este último de 4 meses de nacido y la desaparición de José María. “Regresé como a las cinco de la tarde de nuevo a buscar a mi mamá pero no los encontré y fue hasta al día siguiente que mi padre los encontró. Quedaron un poco más abajo del río. Mi padre me contó que a mi madre le faltaba una parte de la cara y ahí estaban también juntos mis otros hermanos”, añadió. Eugenio Mejía de 61 años de edad, originario del cantón La Joya, manifestó que la tortura y golpes que recibió en su rostro por parte de los elementos militares ese 10 de diciembre de 1981 generó la ceguera que lo acompaña desde sus 25 años de edad. Fue amarrado con cáñamo y torturado a golpes de culata de sus fusiles, cortes y heridas con armas cortopunzantes y patadas. Mientras, no dejaban de gritarle que era guerrillero y que entregara las armas. “Era temprano y estaba preparando el desayuno a mi papá cuando ellos entraron a la casa, me amarraron, golpearon y tiraron al suelo. Mientras, otros sacaron a mi padre de la casa y se lo llevaron a un magueyal y le gritaban que era guerrillero y ahí le quitaron la vida. Yo me salvé porque unas vecinas vieron cuando llevaban a mi papá y fueron a buscarme y salimos huyendo. La gente lloraba por la balacera y los más eran niños y mujeres. Me escondí por seis días, quemaron la casa. Con unos vecinos enterramos como pudimos a mi padre, los animales ya lo habían devorado. En ese día casi no podía ver… y me quedé ciego a los seis días”, narró. A la pregunta del fiscal del caso sobre ¿qué demandaba?, Eugenio respondió “justicia, que no se vuelvan a repetir estos hechos”. “Yo me fui a Colomoncagua (Honduras) y regresé después de la firma de los Acuerdos de Paz (1992). Me quedé solo, sin familia y nunca tuve hijos, recuerdo que si nadie me regalaba un pan o monedas para conseguir comida no comía porque no podía valerme por mí mismo. En mi valle hubo más de 40 asesinados y eso es triste”, reflexionó. Mientras, Benito Márquez Chicas evocó ese momento difícil que vivió en la búsqueda de sus hermanos y familia, que residían en el caserío Ranchería, sitio vinculado a la Masacre de El Mozote, ejecutada el 10, 11 y 12 de diciembre de 1981. Y aunque residía a varios kilómetros de distancia en el caserío Las Pilas, jurisdicción Arambala, Morazán, supo que su vida iba a cambiar para siempre luego de escuchar las noticias de El Mozote. “Eran las once de la mañana cuando llegaron unas personas a decirme que habían matado a toda la gente de El Mozote y quemado sus casas, me quedé pensando y esperé unos días y me fui a Ranchería a buscar a mis dos hermanos Facundo y Segundo, solo encontré sus casas quemadas. No los encontré ni a ellos, ni sus familias, solo habían osamentas. Decidí entonces ir a El Mozote y pasé a la iglesia que estaba destechada y entré donde era el Convento pero ahí solo un montón de niños muertos estaban, no pude ver cuántos eran porque el hedor era insoportable”, expresó al rendir su testimonio. En su petición de justicia Benito Márquez resumió “todavía estoy sufriendo… mataron a toda la gente, perdí a 15 miembros de mi familia entre hermanos y primos. Mis hermanos no aparecieron. Por eso es que pido justicia”, puntualizó.

Víctimas de Masacre de El Mozote, ecos del pasado que claman justicia

Gloria Silvia Orellana
@SilviaCoLatino

Los ametrallamientos indiscriminados, el atronador ruido y destrucción de las bombas, las interminables “guindas” para ponerse a salvo y el terror en su infancia o juventud, forman parte de los testimonios de Eugenio Mejía, Alejandro Hernández Argueta y Benito Márquez Chicas, emitidos ante el juez segundo de Primera Instancia en San Francisco Gotera, Morazán.

Sus recuerdos se remontaron durante la ejecución del operativo “Tierra Arrasada” que impulsó la Fuerza Armada de El Salvador, y que ahora se ventila la responsabilidad intelectual y material del Alto Mando militar.

Alejandro Hernández Argueta de 48 años de edad, agricultor en pequeño, relató cómo perdió a su familia y la cotidianidad de su vida en un lapso de cuatro horas, luego que los militares llegaran al cantón La Joya, lugar identificado como uno de los sitios aledaños a la Masacre de El Mozote, acaecida en diciembre de 1981.

“Llegaron dos de mis hermanos mayores corriendo que venían de una fuente de agua en el cerro de los Del Cid y le dijeron a mi mamá que había gente armada y ella de inmediato llenó una bolsa de manta con tortillas, era un rimero y me las dio para que la cargara y me fuera, también me dio a mi hermano José María de 4 años, yo 11 años. Corrimos a otro ojo de agua y en la carrera miré algunos bultos negros… eran soldados, pero corríamos y teníamos gran miedo, luego regresé a la casa, ya no estaba mi mamá y no tenía a mi hermano, se perdió, así que tuve que regresar a esconderme por el río. Nosotros huíamos porque sabíamos lo que había pasado en El Mozote”, narró.

Eugenio Mejía y Benito Márquez Chicas, sobrevivientes de la Masacre de El Mozote y sitios aledaños. Foto Diario Co Latino/Gloria Silvia Orellana.

De esa incursión militar Alejandro perdió a su madre María Modesta Argueta, a tres hermanos Santos, Elvira y Gilberto, este último de 4 meses de nacido y la desaparición de José María. “Regresé como a las cinco de la tarde de nuevo a buscar a mi mamá pero no los encontré y fue hasta al día siguiente que mi padre los encontró. Quedaron un poco más abajo del río. Mi padre me contó que a mi madre le faltaba una parte de la cara y ahí estaban también juntos mis otros hermanos”, añadió.

Eugenio Mejía de 61 años de edad, originario del cantón La Joya, manifestó que la tortura y golpes que recibió en su rostro por parte de los elementos militares ese 10 de diciembre de 1981 generó la ceguera que lo acompaña desde sus 25 años de edad. Fue amarrado con cáñamo y torturado a golpes de culata de sus fusiles, cortes y heridas con armas cortopunzantes y patadas. Mientras, no dejaban de gritarle que era guerrillero y que entregara las armas.

“Era temprano y estaba preparando el desayuno a mi papá cuando ellos entraron a la casa, me amarraron, golpearon y tiraron al suelo. Mientras, otros sacaron a mi padre de la casa y se lo llevaron a un magueyal y le gritaban que era guerrillero y ahí le quitaron la vida. Yo me salvé porque unas vecinas vieron cuando llevaban a mi papá y fueron a buscarme y salimos huyendo. La gente lloraba por la balacera y los más eran niños y mujeres. Me escondí por seis días, quemaron la casa. Con unos vecinos enterramos como pudimos a mi padre, los animales ya lo habían devorado. En ese día casi no podía ver… y me quedé ciego a los seis días”, narró.

A la pregunta del fiscal del caso sobre ¿qué demandaba?, Eugenio respondió “justicia, que no se vuelvan a repetir estos hechos”. “Yo me fui a Colomoncagua (Honduras) y regresé después de la firma de los Acuerdos de Paz (1992). Me quedé solo, sin familia y nunca tuve hijos, recuerdo que si nadie me regalaba un pan o monedas para conseguir comida no comía porque no podía valerme por mí mismo. En mi valle hubo más de 40 asesinados y eso es triste”, reflexionó.

Mientras, Benito Márquez Chicas evocó ese momento difícil que vivió en la búsqueda de sus hermanos y familia, que residían en el caserío Ranchería, sitio vinculado a la Masacre de El Mozote, ejecutada el 10, 11 y 12 de diciembre de 1981. Y aunque residía a varios kilómetros de distancia en el caserío Las Pilas, jurisdicción Arambala, Morazán, supo que su vida iba a cambiar para siempre luego de escuchar las noticias de El Mozote.

“Eran las once de la mañana cuando llegaron unas personas a decirme que habían matado a toda la gente de El Mozote y quemado sus casas, me quedé pensando y esperé unos días y me fui a Ranchería a buscar a mis dos hermanos Facundo y Segundo, solo encontré sus casas quemadas. No los encontré ni a ellos, ni sus familias, solo habían osamentas. Decidí entonces ir a El Mozote y pasé a la iglesia que estaba destechada y entré donde era el Convento pero ahí solo un montón de niños muertos estaban, no pude ver cuántos eran porque el hedor era insoportable”, expresó al rendir su testimonio. En su petición de justicia Benito Márquez resumió “todavía estoy sufriendo… mataron a toda la gente, perdí a 15 miembros de mi familia entre hermanos y primos. Mis hermanos no aparecieron. Por eso es que pido justicia”, puntualizó.

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