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UNA CULTURA DE LA FELICIDAD

Rubén Sicilia, F.R.C.
(Miembro Investigador del Consejo Internacional de Investigaciones Rosacruces) No. 4
La Reorientación de la Mente y La Purgación de la Consciencia

Estos dos procesos se proyectan hacia toda la vida mística. Implican múltiples conexiones. En ambos casos su alcance se refiere tanto a la vida interna, como a la externa. En cuanto al primer caso, la idea de reorientar la mente presupone que la mente contemporánea padece una desorientación crónica producto de la cultura y la civilización que cultiva apariencias y valores materialistas.

Como ya indicamos,  el hombre no suele tener en sí una escala de valores sencillos sobre aquellas cosas que los místicos llaman “la sal de la vida”, es decir, las cosas pequeñas que producen una cierta felicidad. El valor de la pareja, de la familia, de la amistad, del altruismo, del gozo de hacer el bien, etc.., aparecen supeditados a los intereses y no al contrario, tal como debería ser. El que hace todas estas cosas, el que no devuelve el mal con mal, por ejemplo, es mirado como un ser raro. El que cumple con cierto rigor la regla de oro de Jesús el Cristo, “Así como quisiérais que hicieran los hombres con vosotros, así haced con ellos, porque esta es la ley y los profetas”, se considera entonces el summun de la excentricidad.

Cuando los modelos raros y absurdos en verdad son aquellos que  nos hacen infelices, porque perdemos nuestra armonía con el propósito divino. Pocas personas están dispuestas a romper hasta el fondo estos falsos modelos.  Por eso se hace difícil alcanzar la felicidad que es dable al hombre en este mundo de forma permanente. La experiencia confirma que la felicidad no es la gran intensidad, sino algo más sobrio y simple. Un estado de armonía. Y sin embargo, la ansiedad actual busca todo lo contrario. Reorientar la mente debe entonces abarcar dos líneas de acción: primero, la práctica constante de un método de desarrollo interior o más sencillamente, una técnica de oración o meditación; segundo, la asunción y aplicación ininterrumpida de un código de conducta consciente, que resuma lo mejor de toda tradición espiritual que esté en crecimiento constante y que sea lo menos represivo posible permitiendo reajustar el propio comportamiento en cada caída o error sin complejo de culpa.

   

Desterrar viejas pautas de conducta

Por otra parte, la idea de una purgación de la consciencia implica un acto de mayor envergadura. No olvidemos que la mente está contenida dentro de la consciencia. Desde este punto de vista, purgar la consciencia implica desterrar de nosotros las viejas pautas de conducta. Desarraigarlas hasta estar desprevenidos y reaccionar espontáneamente, de acuerdo al nuevo ideal. Shakespeare decía: “Si no tienes una virtud, adóptala”, esto es,  que un comportamiento incorporado por reflejos finamente se hace nuestro y sustituye el hábito anterior. Este proceso abarca toda la consciencia y conlleva el desasimiento de múltiples zonas que el discípulo debe purgar y abandonar. Es éste un trabajo de sanación y limpieza que más tarde o más temprano debemos hacer. No debemos dejar en ello ninguna zona oculta, pues si así fuera, emergería en otro momento de la senda, causándonos perjuicio.

Ello conlleva también sacar a la luz toda experiencia negativa vivida hasta donde nuestra memoria lo permita y cambiar su polaridad convirtiéndola en un estímulo para algo bueno, de tal modo que al final, la escoria sea arrojada de nosotros, lo cual no afirma que seamos perfectos, pues es éste un punto dudoso en el mundo que vivimos.

No debe surgir aquí una nueva forma de vanidad, el orgullo espiritual. Así como intentamos describir , así debemos esforzarnos por obtener toda la cuota de felicidad posible al hombre. Aún cuando nos parezca que es demasiado esfuerzo para una recompensa dudosa, la vida de muchos místicos a lo largo de los siglos, y de los que lo conocieron, es un testimonio de esta bendición y sus consecuencias. Es ésta suficiente motivación tal vez para que observemos nuestra psicología de la acción con una nueva mirada.

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