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Sueños de una bella viajera

JOSÉ ROBERTO RAMÍREZ
Cuentista

Nació en las costas de la Bahía de Tokio, treatment muy cerca de donde los “gringos“, un quince de abril de mil novecientos ochenta y tres inauguraron Disneylandia, como para que muchos de las nuevas generaciones de japoneses nunca rememoraran lo que le pasó a Hiroshima y Nagasaki. De hecho, creció merodeando y jugando en este fantástico lugar, que sin duda le creó y estimuló un mágico mundo de ilusiones y sueños, al que se aferraba y juraba que le pertenecía. Era una criatura joven y muy bella, de determinantes instintos, con un espíritu de valentía y ansiosa de aventuras. A muy temprana edad hizo gala de las cualidades antes mencionadas, cuando decidió que podía conocer por sí misma el Aeropuerto Internacional de Tokio, y calculó instintivamente, que la distancia era no más de quince kilómetros en línea recta. En esa ocasión que decidió hacer su primer y corto viaje, quedó deslumbrada de todo lo que sus sorprendidos ojos observaron, principalmente cuando tuvo de cerca a muchos aviones y vio esas enormes pistas de aterrizaje. Antes, los aviones solo los había observado en el cielo muy de lejos, y hoy tenía la oportunidad de apreciarlos detenidamente. Era admirable ver con minuciosidad parte de todo lo que el ser humano es capaz de hacer: Enormes y pesadas máquinas –para  llenarlas de personas y cosas-, capaces de flotar por los cielos y desplazarse a velocidades envidiables con la finalidad de llegar a diversos y apartados lugares.
Estaba ya acostumbrada a semi habitar con las personas. Conoció a muchas de cerca. Sabía, –y lo aprendió muy bien de sus padres-, que la distancia adecuada y cautelosa mantenida con los humanos era primordial para su vivencia; por eso los observaba con un especial detenimiento y un recelo surgido de sus instintos. Estaba muy al corriente de sus rutinas, de todas sus actividades y progresos materiales, que de alguna u otra manera atentaban con su existencia y con el mundo natural que amaba.
Después de ese viaje al aeropuerto, e inspirada por el asombro de los enormes aviones que volaban grandes distancias, se le prendió la idea de viajar y viajar lo más lejos posible, sin rumbo, sin destino, más que solo buscar un lugar con menos ruido y progreso humano. Talvez elegir la distante e imposible América, para considerar de ella algún país no tan ruidoso como la urbe de Tokio, pero sí cálido; no tan industrializado como Japón, pero sí amador de la naturaleza.
Estaba tan dispuesta de alejarse de los suyos, que con el fin de lograr sus juveniles objetivos, en poco tiempo logró trazar su bitácora de viaje y su probable destino. Había pensado viajar al sur, muy al sur sobre el mar, atravesar el trópico de Cáncer y llegar a Manila, la más importante ciudad marítima con el  principal puerto de las Filipinas.
Con sus inclinaciones naturales y sus propias investigaciones intuitivas, llegó a la conclusión que la distancia desde la Bahía de Tokio hasta su primera escala iba a ser de      –aproximadamente- tres mil kilómetros lineales. Al llegar allí, descansaría un par de noches para reponer energías y seguir su viaje más y más al sur. Planificaba hacer su segunda escala cuatro mil doscientos kilómetros adelante, en pleno corazón del Océano Pacífico y llegar a las Islas Carolina, específicamente la isla Pohnpei, y concretar su arribo cerca de su aeropuerto Internacional. Continuar y  pasar por las Islas Marshall, atravesar la Línea Internacional de cambio de fecha, que esto le supondría un ahorro en tiempo; y por último, el tramo más largo en el cual necesitaría de toda su inspiración, resistencia y tesón, y que abarcaría una distancia de más de doce mil kilómetros, hasta llegar a las lejanas playas de Costa Rica, país de América Central, que por alguna desconocida razón había elegido.
Su ruta estaba planificada. No había más preparativos que hacer. Sólo esperar el momento oportuno, quizá un despejado amanecer, la corriente de aíre apropiada…e iniciar el vuelo. La naturaleza la había diseñado para este tipo de hazañas; de hecho, como escribí ya, era una criatura joven y muy bella; agregaría, muy fuerte. De un hermoso semblante, con un plumaje castaño blanquecino y dos perfectas y aerodinámicas alas ennegrecidas en los extremos,  con una envergadura de casi tres metros y medio, creadas específicamente para vuelos constantes y lejanos. El nombre con que los humanos le llamamos a esta espectacular ave marina es: Albatros viajero.
Pero esa última noche, antes de iniciar el vuelo, por una desconocida y confusa razón, soñó que era una persona. Con seguridad que en su subconsciente convergieron, explosivamente, sus instintos y sueños de ave con toda la interacción humana que había tenido en su vida: Recorrer playas y mares, volar tras barcos y acercarse a ellos, visitar constantemente el aeropuerto de Tokio, y en cada lugar ver humanos… y más humanos por todos lados. Y soñó que vivía en Costa Rica, que su madre era una hermosa japonesa y su padre un varonil costarricense. Se sintió seductora, esbelta; de piel suave y lozana como su plumaje. Se soñó con un nombre personal y propio; que ya no se llamaba Albatros Viajero, sino Hina, Hina, Hina… Se soñó sensible y mágica, pero determinante, como la fortaleza de sus alas extendidas en medio de una corriente de aire salina, sobre un mar azul impecable. Se soñó libertaria, intensa, pasional, amadora de la vida y la naturaleza, corazón de niña y labios de poeta…Se soñó con brazos abiertos, circundando el mundo y haciéndolo cambiar, amando y siendo amada…

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En Heredia, Costa Rica, a más de veinte mil kilómetros de Japón, el sol salía imponente rompiendo la penumbra del cielo. Hina, despertó sobresaltada en medio de su propio sueño, aún sintiendo sus brazos agigantados, convertidos en colosales alas extendidas usurpando su dormitorio, y la brisa marina acariciando su hermoso y recién despertado rostro… Se acercó al espejo y comprobó que sus labios eran labios y no el pico rosado de un Albatros Viajero. Meditó casi en voz audible sobre la insólita bifurcación de su sueño, mientras sonrió…
-¿Cómo siendo humana, sueño ser un ave marina? ¿Y por qué siendo un ave en mi sueño, sueño conmigo misma?…A lo mejor soy un Albatros Viajero y no Hina… O quizás viceversa…
¿Por qué los que tenemos pies soñamos con tener alas… Y ya teniendo alas, soñamos con tener pies?…
En el fondo de su corazón, Hina es como un Albatros Viajero, dueña de mares y océanos, de cielos y de soles; de dos fuertes y maravillosas alas metafóricas e idealistas, diseñadas para volar; insubordinada a la convencionalidad del pensamiento, resistente a las embestidas tormentosas de los momentos adversos; al silencio y la soledad…
En el fondo de su corazón, Hina… es como un Albatros Viajero, sensible y frágil ante la brisa, a la vida y los sueños; deseosa de amar sin tiempo ni espacio, deseosa de viajar más allá del contexto mágico de las palabras…

Se levantó de su cama, encendió el computador, extendió sus alas y alzó el vuelo al firmamento de las emociones y el alfabeto para empezar a escribir…
Tiempo después, el reloj despertador sonó avisando que eran las cinco y media de la mañana. Hina, cayó en cuenta que tenía que incorporarse a la rutina de sus amaneceres…pero se resistió. Fue irreverente contra el tiempo; surcó espacios y océanos, sueños y pasiones… hasta que le puso punto y final… a su más reciente poema…

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