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Sociología de la anticipación: los ideales sociales

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Pero, no se pueden rectificar los pasos si no se ha imaginado el camino que van a recorrer. Y es que la imaginación no solo es superior al conocimiento, es también la madre de la originalidad y la partera empírica de las soluciones a los problemas de todo tipo. Asimismo, la imaginación transforma lo real para llevarlo a su perfección (la cual es una relatividad histórica), y en ese esfuerzo, crea los ideales adecuados, es decir, que hace de las ilusiones un instrumento de la objetivación. Para la sociología, las ilusiones colectivas (o ideales), son un factor de cambio del comportamiento social cuando se traducen en una utopía o en los pasos para llegar a ésta: la justicia, la libertad, la solidaridad, todas ellas como contrastes de la realidad que se sufre en la impotencia del comedor.

La sociología de la anticipación plantea que en todos los ideales, sea cual sea su intencionalidad, hay una relación dialéctica entre la síntesis y la ruptura de la realidad. En esa relación, como motor de la acción colectiva, ambas circunstancias se acercan y se niegan recíprocamente, aunque en la síntesis impera la razón científica y en la ruptura imperan los sentimientos, demostrando, por un lado, que los seres humanos somos la unidad orgánica de cuerpo y sentimientos; y por otro, que la sociología es históricamente pertinente cuando asume el compromiso social con los pobres, además, ésta no puede existir ni desarrollarse sin utopistas. Los ideales –explícitos-, muchos de ellos, en la propaganda electoral -al menos en el papel-, le quitan a la realidad lo “malo” y la viste con lo “bueno” (socialmente relativos esos adjetivos por ser construcción cultural), purificando y moldeando la práctica colectiva a imagen y semejanza de la utopía. En otras palabras, los ideales son diseños figurados de la sociedad que se quiere construir.

Para tener validez histórica y ser motores del comportamiento, los ideales deben ser colectivos y deben ser retomados por instancias político-ideológicas (partidos, sindicatos, gremios, etc.), para que no queden en simples sueños del descontento, ya sea porque solo se reproducen en la cotidianidad personal de la cama o porque han sido abandonados-traicionados, por quienes los abanderaban antes de la avalancha de dinero y de privilegios, que como por arte de magia, provocan los cargos en el gobierno. Los ideales colectivos son la coincidencia y la conciencia de muchos ideales individuales, pero no son la simple sumatoria de los mismos, son una calidad sui géneris. En ese sentido, no es que se sume el ideal o los sueños de uno y otro -y de otro más- y se formen, así de simple, los ideales colectivos en tanto misma forma de sentir, de pensar y de actuar. Ciertamente, cada sistema económico, cada siglo e incluso cada generación (como lo muestran los resultados electorales de 2019), tienen sus propios ideales y su propia utopía: la del fin de la esclavitud, la de la independencia, la del fin de la historia, la del consumismo desenfrenado, la del socialismo.

En ese sentido, los ideales empiezan siendo inquietudes intelectuales de una élite y poco a poco, se socializan y se convierten en un patrimonio colectivo que, por ser proyectos de largo plazo, se pretenden transmitir a las siguientes generaciones sin buscar imponerlos porque eso es imposible. Sin embargo, no podemos negar que los ideales cobran más validez y simpatía cuando surgen líderes históricos, que los encarnan y simbolizan, convirtiéndose en los referentes de la organización y de la lucha, al menos hasta que son suplantados por otros líderes –de igual o distinto signo- o son olvidados por la mayoría de la población.

El concepto abstracto del líder histórico, que busca la perfección (bajo la figura de una sociedad mejor y posible) y por ello se anticipa a la realidad, se nutre de la verdad que el pueblo deduce que porta y en ese sentido, todo ideal es una fe –más que una convicción- en la posibilidad misma de construir eso que “es mejor” o que creemos que es mejor de acuerdo a nuestros propios intereses. En la lucha contra “lo malo” se anticipa una férrea ilusión de que en eso anticipado existe algo realmente “mejor”. De ese modo, la sociología de la anticipación (o la construcción de ideales sociales), no propone un sitio de llegada, propone caminos en los que los ideales son las señales. En este punto, parece que estuviéramos arribando al terreno del idealismo funcionalista, pero no es así, en realidad nos fincamos en la territorialidad del imaginario sociológico que es, por cierto, muy fértil y diverso.

De ese modo, ha habido tantos ideales como imaginarios, lo cual obliga a pensar en una sociología de la anticipación, porque los ideales siempre se anticipan y anticipan la realidad. De la misma forma podemos afirmar que no hay sociología sin utopistas y que todos los utopistas serán censurados precisamente por serlo, unas veces por las tiranías y sus cuerpos represivos, otras por aquellos que no quieren perder los privilegios o que simplemente, no comprenden la lógica de la realidad y terminan censurando a los otros que piensan distinto. Ahora bien, los ideales no le pertenecen para siempre a un partido político, ni puede ser reclamado un monopolio sobre aquellos, porque se estaría entrando en el terreno de la religión más fanática o se estaría promoviendo un dogma estético que haría estítica a la sociología, es decir, algo así como tener el derecho a la libertad de expresión, pero no a la libertad de pensamiento.

La realidad política salvadoreña ha demostrado que la construcción de ideales que se anticipen a la realidad -o su traslado a otras estructuras políticas cuando el desencanto y la desilusión toman la palabra-, no le pertenece a unos individuos en particular y para siempre, pues el anhelo de buscar “lo mejor” puede encenderse en el imaginario del sociólogo marxista; del historiador chatarra y del que tiene garra; del filósofo creyente y del que vive del sudor de la gente; del cobarde que censura la valentía y del que da la vida por una causa justa.

En todo caso, de lo que trata la sociología de la anticipación es de reconstruir los ideales sociales, que el pueblo defiende cuando siente que todo está acabado, debido a que la esperanza es lo que único que puede anticipar la realidad y salir victoriosa e ilesa.

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