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Noticias de un des-secuestro (1)

René Martínez Pineda *

Si tan solo pudiera volver, sildenafil case una a una, health dos a dos, healing siglo a siglo, sobre las huellas dejadas atrás de mi rumor de hoja seca, para ir rehaciendo el paisaje de cosas y de hechos y de cuerpos-sentimientos hermosos y memorables como los muertos de García Márquez; aquel remoto y grisáceo paisaje de otoños desolados y rompidos por las balas del ofendido al que le había llegado el turno… y que no lo dejó pasar para que no tuvieran que esperar turno sus hijos y sus nietos… y los nuestros. Si tan solo pudiera volver; sin tan solo pudiera, volvería como confeso libertador de ilusiones y des-secuestraría esta avenida-partera que, por decisión inalienable e inconstitucional, le pasa lamiendo las costillas a los hospitales públicos, al paso a desnivel masacrado y a la universidad pública que es anterior a mí y a mi utopía de garganta metálica, aunque no anterior al achaque ideológico y a la herrumbre cultural heredada que le tienden una emboscada. Esta avenida-nostalgia envuelve y me devuelve, envuelta en trapos placenteros, mi mirada colectiva y diáfana y en alto, la de hace apenas veinticinco, o cuarenta, u ochenta y tres años… o ciento ochenta y tres años, digamos de una buena vez para terminar rápido; esos años sin GPS acusatorios cuando la vecindad del plomo y del arma blanca emponzoñaba la tierra cotidiana de los que tenían cuchillos de palo y no tenían moscas en la boca.

Por eso, si tan solo pudiera volver, sin tan solo pudiera, des-secuestraría esta avenida-abrigo con todas sus esquinas y cunetas y escondites tan fieles como animal doméstico, porque es doloroso y cruel y luctuoso dejarla recién anochecida con tantas cuadras y tantos semáforos como si fueran, en conjunto, la patria a solas de los que duermen en ella solos; y con tantos pasos que no saben dónde están parados, ni quieren saberlo; y con tantos funerales como nunca anunciados en las páginas del amor en los tiempos de la cólera y otros demonios. Aquí, justo aquí en esta avenida-mártir que yo vendría a des-secuestrar pagando un rescate sociológico, si tan solo pudiera volver, si tan solo pudiera; en esta avenida-sangre que no tiene quien le escriba, estarán todavía y estarán siempre: los enemigos de clase con conocimiento de causa ajena, pero sin exaltaciones personales ni hemorroides sangrantes; los tétricos “orejas” sin certificado escolar de tercer grado ni libreta de vacunas que siempre andaban alevosos, enjundiosos y persignados en busca de mejillas donde plantar sus besos de la soledad fosforescente; las piernas perfectas y los pies teológicos de mujer que todavía arrastran mis ojos diminutos lejos de la ecuación exponencial de dos incógnitas que, en silencio y a solas, explica la expropiación geométrica de las tierras comunales y ejidos.

Esta avenida-nostalgia hecha con lápidas sin nombre y con funerales sin pan dulce ni café de olla, es una novela de amor entrañable escrita a mano por madres mutiladas por el desamor y la ignorancia. En esta avenida-beso que, sin dudarlo, vendría a des-secuestrar si tan solo pudiera volver sobre los ecos dejados atrás (si tan solo pudiera) hay arco iris y hay sombras; hay pericos y hay sordomudos; hay tormentas y hay sequías; hay abejas y hay alacranes; hay perros sin fortuna y hay carros de lujo; hay inundaciones de mar rojo y hay derrumbes de excrementos miserables; hay alguna muerte anunciada y hay muchas muertes sin anunciar; hay hojas secas y hay utopías frescas como flor recién abierta al beso; hay árboles y balcones que nos recuerdan mejor de lo que nosotros los recordamos a ellos; hay cláxones furibundos y hay nombres desolados por el sol más indecente y dolorido de las tardes sin meridianos; hay cien años de soledad y hay nubes sin rumbo que van engordando y van creciendo en mi ventana sin rostro, mientras la lluvia de marzo y de julio viene cargada de lamentos y moscas y zopilotes óseos. Sin embargo, en esta avenida-olvido que, sin poner peros en las manos ni pelos en la lengua, yo vendría a des-secuestrar si tan solo pudiera volver sobre los calendarios sin hojas, existe también el pasado y los antepasados con sus súbitos ritos de copinol y sus recatados escándalos de incienso sin curas subversivos; con sus duros y rudos sonidos de una ansiedad de plomo; en esta avenida-hiel existe cualquiera y su todavía insignificante picazón de recuerdos y existen las cualquiera que venden fritada donde antes se enseñaba la revolución de los venados y guanacos.

Esta avenida-nostalgia asfaltada con huesos y cuadernos inconclusos; esta avenida-presagio iluminada con risas sin boca, es una fábula social a la que le falta la moraleja individual. ¡Ah! Si tan solo pudiera volver, si tan solo pudiera, volvería enterito y coleando para des-secuestrar esta avenida-suicidio que nos reta a vivir; esta avenida recién anochecida en la que ferozmente resucito y a la que revivo y de la que sé de memoria, con estricta nostalgia y con más cristiana resignación, el número, la altura, el peso, el color y el nombre de sus setecientos trece árboles, de sus doce mil veinticinco casas, y sé de memoria la dirección postal de todas las ratas y cucarachas que habitan en el dédalo de sus cloacas sin pagar alquiler ni derecho de piso.

En esta avenida-sendero los locos se sentaban por las tardes, nos sentábamos por las tardes, a contar los pasos que pasaban sin rostro, ni rastros, ni dignidades, ni imaginarios emancipadores, y siempre hacíamos cuentas cabales para tener ganado el derecho de volver al día siguiente.

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