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Mística para una política cristiana humanista Valoraciones sobre la vigencia de Simone Weil

Alberto Quiñónez/ 

Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico

 

Introducción

La obra de Simone Weil, muchas veces caracterizada como ecléctica o idealista, no ha tenido la suficiente valoración sistemática sobre la importancia que puede presentar para la situación actual mundo, de la fe y de la filosofía. Parte de tal abandono es precisamente esa caracterización rápida y resumida y, como tal, simplista, de la filosofía de Weil como mero eclecticismo, pues sobre esa caracterización se ha erguido el descrédito o la marginación de toda o casi toda su obra, principalmente desde los círculos intelectuales académicos.

Lo cierto es que, pese a que no puede negarse la muy diversas fuentes en las que abreva Weil y las conclusiones muy poco políticamente correctas a las que llega, al mundo de hoy, tan cercano en muchos aspectos sociales, políticos y económicos al mundo de hace setenta y cinco años, bien le haría una dosis de cierto escepticismo, de cierto compromiso, y de cierta marginalidad como la que caracteriza a la obra de Weil. Esto sobre a la luz de la necesidad manifiesta de configurar una política que sea capaz de tener en su centro la dignidad de la vida humana.

En este sentido, el presente ensayo intenta explorar algunos de los elementos que caracterizan la obra de Simone Weil y que pueden tener relevancia actualmente, tanto a nivel de comprensión de la realidad, del modo de entender y ejercer la fe, y de hacer filosofía que, siguiendo una premisa muy cercana al marxismo, no puede ya ser sólo teórica sino pasar a una práctica comprometida con la transformación del mundo. Al final, se sistematizan las principales conclusiones del ensayo.

La experiencia de la marginación como experiencia mística

Como primer elemento resulta importante establecer en qué plano comprende Simone Weil la experiencia mística, entendiendo por ésta el encuentro entre el ser humano finito y un ser divino, infinito, produciendo un éxtasis psicológico y espiritual en la persona que lo experimenta. La experiencia mística es pues un estado transitorio en medio del estado de normalidad de la vida cotidiana. Para Weil, el factor concomitante de ese encuentro entre el ser finito y el infinito es el sufrimiento que sucede en las condiciones de marginación.

En otras palabras, la experiencia de la marginación se convierte en el factor que posibilita y propicia la experiencia mística. Más adelante se verá, en el apartado dedicado a la importancia soteriológica de la desdicha, el motivo de que la marginación tenga un peso tan importante en la determinación de la experiencia mística o, en términos aristotélicos, que la marginación sea la causa eficiente de la experiencia mística.

La vida de Simone Weil es testimonio de que la experiencia de la marginación es, o puede ser, uno de los activadores de la experiencia mística. Muchos son los pasajes en sus escritos en que retrata que, en medio de las condiciones de privación, se ve avocada a una experiencia propiamente mística, en el sentido tradicional del término. En el acompañamiento experiencial de la opresión de las clases subalternas –obreros, antifascistas, cristianos humildes-, Weil da cuenta de que la divinidad es casi tangible en medio de la desdicha.

Si bien es cierto, la iglesia cristiana ha sabido dar cuenta de la necesidad de volver su mirada hacia los desposeídos y marginados, esto sólo fue posible después del proceso conciliar de mediados del siglo XX, por lo menos para la iglesia católica. La opción preferencial por los pobres y la asunción de la historia como el lugar de la necesaria construcción de la utopía cristiana, entre otros puntos, han podido dar cuenta, en cierto modo, de la internalización en la práctica cristiana de la situación de marginalidad de grandes proporciones de la humanidad.

En este sentido, puede decirse que en efecto ha podido avanzarse en la constitución de una mística política cristiana preocupada por el ser concreto de la humanidad, es decir por las condiciones de marginación que lo hacen aparecer en el mundo como un ser sin dignidad, como mera corporeidad, como accidente o como mercancía. Y, pese a estos avances, cabe también no cejar en señalar la necesidad de que la fe, como fe verdadera, no puede desligarse de los problemas actuales del mundo y del ser humano como sujeto de ese mundo.

La fe fuera de las instituciones

Si la experiencia de lo divino se da esencialmente en aquellas condiciones donde prevalece la marginalidad, el desahucio y las carencias materiales de todo tipo, difícilmente podría proponerse que la fe se encuentre enmarcada en los muros de la institucionalidad religiosa –o de otro tipo. Por el contrario, Weil sostendrá, no sólo en sus escritos sino en su vida cotidiana, la necesidad de vivir esa fe al margen de las instituciones, es decir, en el plano de la libertad y de la búsqueda individual pero comprometida de la trascendencia divina, que sólo puede entenderse, cabe aclarar, como un compromiso con la humanidad sufriente.

Como lo han señalado muchos teóricos de las instituciones –sociales, estatales, religiosas y demás- éstas, pese a servir de catalizadores de la acción humana individual desordenada, también llevan el lastre de erradicar la espontaneidad y la creatividad del genio humano. Ya Max Weber, por ejemplo, caracteriza a la sociedad moderna como tendiente hacia la burocratización de sus instituciones y si bien es cierto que lo decía a propósito de las instituciones sociales, su análisis fácilmente puede hacerse extensivo para el caso de las instituciones religiosas por antonomasia: las iglesias.

Es precisamente aquí donde los planteamientos de Weil cobran toda su fuerza. Por un lado, como una crítica a las instituciones tradicionales de la religiosidad cristiana que, con su burocracia religiosa, congelan la espontaneidad de las creencias de los seres humanos concretos y las reducen a un decálogo de ritos o de procedimientos que poco o nada tienen que ver con la vivencia humana de la fe, mucho menos con la experiencia de la divinidad. La ritualidad de la iglesia, aunque puede dar cabida a un sentimiento de pertenencia y de comunión, es –o puede ser- un mecanismo de control de la subjetividad en la búsqueda de la redención, monopolizándola.

Por otro lado, el ímpetu de buscar la trascendencia en la divinidad de forma individual, que es muy propio de la mística tradicional –como por ejemplo en Hildegarda de Bingen o en Margarita Porete-, supone la posibilidad de rescatar la importancia de la subjetividad humana. Ello en tanto que, por un lado, supone alzarla por encima del quehacer institucional, mientas que, por otro lado, supone radicalizar el compromiso individual, la asunción individual de la doctrina de fe, y convertirla en una ética irrecusable para aquel que la profesa. Es decir, asumir la búsqueda individual de la trascendencia y de la redención, suponen también individualizar la responsabilidad de la tarea de la redención.

De esta forma, resulta muy claro lo que una mística política cristiana de signo humanista puede rescatar de la obra de Weil: la preeminencia del sujeto por sobre las instituciones, sin decir que éstas son superfluas o innecesarias pues, como demuestran las ciencias sociales y la antropología filosófica, difícilmente puede entenderse la condición humana sin la existencia de instituciones de todo tipo. No obstante se trata de que, usando una conocida fórmula bíblica, sean las instituciones al servicio de la humanidad, y no la humanidad al servicio de las instituciones.

La radicalidad del compromiso cristiano

El hecho de que la fe se encuentre fuera de las instituciones o que, en su defecto, éstas no representen un rol prioritario para la asunción de la fe, al contrario de lo que a simple vista podría considerarse como expresión de un relativismo, supone la radicalización del compromiso cristiano y de la responsabilidad que éste conlleva. Esto significa que la asunción personal, individual, no coaccionada ni institucionalizada, de la fe, supone también la asunción de una mayor responsabilidad tanto en términos religiosos como también éticos e intelectuales.

Tal responsabilidad se concreta en el reconocimiento de la personalidad del semejante sufriente en términos de igualdad, como un ser con dignidad inmanente e imprescriptible. En un mundo dividido por diversos esquemas de dominación, en donde unos seres humanos son opresores y otros oprimidos, y que configura formas particulares de relaciones humanas sesgadas, el reconocimiento del otro como semejante implica intentar transformar esa realidad de opresión, sobre todo porque es un sistema opresivo que mantiene en la desdicha a las grandes mayorías.

Pero tal postura frente a la realidad no es una postura solamente moral o espiritual, sino que es necesariamente una toma de posición práctica, material, concreta, radicalmente activa. El ser humano no es un ente dual que pueda separarse en forma, por un lado, y materia, por otro. Por eso es que para Weil, no puede existir un compromiso sin avocarse física, corpóreamente, al encuentro de los marginados y a la lucha por cambiar su realidad. Este compromiso es pues una disposición total del sujeto hacia sus semejantes, incluso a costa de su propia vida.

Los episodios de la vida de Weil que dan cuenta de este compromiso son abundantes: su trabajo en la fábrica de automóviles en condiciones extenuantes e inhumanas, su participación en la guerra civil española al lado de la República, su autoprivación alimentaria en solidaridad con sus compatriotas de la Francia ocupada de la Segunda Guerra Mundial, entre otras. Estos episodios, y otros, expresan a cabalidad lo que Weil sostenía en sus escritos, que el compromiso debe ser radical, siempre en contacto con las clases subalternas, no sólo desde una perspectiva moral sino también material.

La desdicha como una propedéutica de la trascendencia

Otro punto importante dentro del pensamiento de Weil es la relevancia que se le otorga al sufrimiento y a la desdicha. En sus últimos escritos sobre todo, Weil resaltará que la situación de sufrimiento del ser humano adquiere connotaciones importantes para el conocimiento del mundo y para el acendramiento de la fe. En el primer caso, porque es desde esa situación que el ser humano puede ver las condiciones de explotación y marginación más acuciantes en que la vida humana, pese a todo, transcurre. En el segundo, porque sólo en el lugar del sufrimiento, el ser humano puede espiritualmente verse avocado hacia la trascendencia.

Muy cercano a los planteamientos de autores de la Escuela de Frankfurt –especialmente Horkheimer, Adorno y Benjamin-, el pensamiento de Weil sostiene que la situación de la desdicha supone un punto de partida esencialmente fecundo para que el ser humano sea consciente de su “ser en el mundo”, es decir, de su situación existencialmente carenciada, precaria, marginada, pero por ello mismo llamada a comprometerse con la posibilidad de transformar esa realidad.

En sus escritos, Weil no sostiene en modo alguno que el sufrimiento pueda ser sólo material o sólo espiritual. Pues tal separación, cuyas raíces epistemológicas pueden rastrearse hasta la filosofía platónica que separa el mundo material del mundo de las ideas, supone falsear de raíz la naturaleza del mundo humano. El ser humano es al mismo tiempo entidad material, corpórea, y entidad espiritual, trascendente. De ahí, que el sufrimiento del espíritu encuentre siempre un asidero material, y que el sufrimiento corporal, mucho más patente, sea un medio de la desdicha del espíritu.

Sin embargo, la desdicha encuentra en Weil una asunción positiva. En consonancia con los planteamientos de la mística cristiana tradicional –como los del maestro Eckhart o los de San Juan de la Cruz-, la desdicha, por más que suponga la patencia de la “noche oscura” del mundo a la que se enfrenta el alma del creyente, es el punto de partida para la búsqueda de la divinidad y de la trascendencia. Es en esa oscuridad de la desdicha en donde al ser humano le es posible ver la luz de la trascendencia como esperanza y, con ello, emprender su búsqueda que es la búsqueda de la redención.

A manera de conclusión

Como se ha tratado de mostrar, la obra de Simone Weil posee varios elementos que pueden ser aprovechados en la actualidad tanto por la ciencia social crítica, como por la filosofía y por las comunidades de fe. Ello obedece no sólo a que el mundo, la realidad y el ser humano, siguen enfrentados a cuestiones que ya la misma Weil problematizó, sino también porque algunos de sus puntos de vista, algunos de sus hallazgos, pueden aportar a la asunción crítica y humanista de la política, del conocimiento y de la fe.

Esto significa, entre otras cosas, que estos ámbitos de la praxis humana tengan como principio y como finalidad la dignidad del ser humano, es decir, que esta dignidad sea el centro a partir del cual se estructuren y funcionen. Sólo la asunción de la dignidad del ser humano, que se vuelve crítica en la situación del sufrimiento y la desdicha, puede hacer asequible la experiencia de la divinidad; es decir, sólo por el compromiso radical del ser humano con sus semejantes es que éste puede dar cuenta de la trascendencia en y hacia Dios, casi independientemente de que este dios sea el dios cristiano o no.

La vida de Simone Weil es testimonio de que el compromiso cristiano es, antes que nada, un compromiso ético con la humanidad. Y no con cualquier humanidad sino de forma prioritaria con aquella parte de la humanidad que sufre, que vive en la desdicha y que, desde ahí, busca las posibilidades de emanciparse y de realizarse como seres humanos. Este compromiso es radical también porque no escatima esfuerzos físicos, corporales, incluso a costa de la propia vida, para hacer patente que la opción preferencial de la fe debe situarse materialmente con aquellos que sufren.

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