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Mirar al futuro

José M. Tojeira

Las tragedias, los desastres, las desgracias cuando vienen, hacen que fijemos nuestros pensamientos en el presente olvidándonos con frecuencia de la planificación del futuro. Es relativamente normal que en tiempo de crisis el mayor esfuerzo se ponga en la superación de la misma, sin preocuparse especialmente de nada más. Superar crisis requiere energía, y al concentrar la energía en lo que nos preocupa especialmente, perdemos la capacidad de pensar en la corrección de todos aquellos factores que han posibilitado que el presente sea trágico o desastroso. Lo que es normal en la vida personal cotidiana, lo que nos pasa individualmente ante el desastre, no debe tener el mismo comportamiento ante problemas o desastres colectivos.

En la actualidad estamos viviendo momentos de tensión y preocupación por la presencia epidémica del Covid-19. La mayoría de las conversaciones grupales se centran en eso y no es para menos. Desde el tiempo de la guerra civil no ha habido una interrupción de la vida ordinaria en El Salvador de la magnitud de lo que estamos viviendo. Es normal que solo hablemos de eso, que solo leamos de eso y que solo nos preocupemos por pasar lo mejor posible esta situación crítica que nos afecta a todos. Pero olvidar el futuro ante un problema de este calibre sería un error fatal. Algunos ejemplos de cómo nuestro futuro debe cambiar a la luz del presente pueden iluminarnos sobre la importancia de planificar un futuro que incorpore la experiencia actual.

Un aspecto clave que debe cambiar en nuestra cultura es el de la poca importancia que le damos a la prevención. Es cierto que no se puede prevenir del todo el salto hacia el ser humano de un virus característico de un animal. Pero hay realidades previas que sí se pueden prevenir. Los que mueren de Covid-19 suelen tener como causa de muerte la neumonía. Y resulta que en El Salvador la causa más importante de muerte infantil es la neumonía. Esta realidad parece que no nos preocupa. Porque de hecho hay vacuna contra la neumonía. En otras palabras, nos preocupa morir por neumonía de Covid-19, pero no nos preocupa que la neumonía procedente del neumococo o de la influenza sea la mayor causa de muerte de nuestros niños, a pesar de que ésta sí es evitable. Algo parecido ha pasado en adultos con la insuficiencia renal crónica, que en El Salvador se ha convertido en una verdadera plaga sin que hayamos visto medidas de prevención adecuadas. Incluso un buen estudio sobre este último tema, analizando causas, ha sido relegado al olvido y menospreciado, fundamentalmente porque establece a pesticidas y plaguicidas como factores de la enfermedad. No faltan entre nosotros personas que prefieren no tocar intereses económicos en vez de prevenir la enfermedad.

Debajo de esta despreocupación por la prevención está -como elemento cultural de las élites- la despreocupación por el problema de la pobreza. La mayoría de las plagas que afectan a El Salvador se dan las más de las veces en los sectores más pobres. Si hoy nos preocupamos por la pandemia es porque puede darnos a todos. En El Salvador mueren diariamente, y no por el Covid-19, entre 125 y 130 personas. ¿Cuantas de estas muertes hubieran sido evitables si tuviéramos una mayor inversión en salud? Probablemente bastantes. Es cierto que todos tenemos que morirnos, pero a nadie le gusta que sus seres queridos se mueran porque quienes deberían preocuparse por ellos no se preocupan. Y el Estado salvadoreño debe tener una preocupación mayor por la salud. Ahora que todos estamos preocupados por la salud nacional en torno a la epidemia de Covid-19, es el momento de preocuparnos mucho más por la salud salvadoreña. Ya ahora, pero sobre todo cuando salgamos de la situación de calamidad en la que ahora nos encontramos.

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