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Covid–19 y Resiliencia

German Rosa, s.j.

Los supermercados abarrotados de mercadería rápidamente se vacían y se vuelven a surtir. Los consumidores compran productos como si se preparan para una guerra prolongada. En Roma, poco a poco se aplican las medidas preventivas contra el Covid–19 o el coronavirus, y se van quedando vacíos los lugares más visitados.

A lo largo del río Tíber pocos caminan o corren a ambos márgenes. El castillo Sant’Angelo está cerrado y sin visitas turísticas. La Vía de la Conciliación y la Plaza San Pedro están desoladas. Asimismo se encuentran la Plaza Navona, el Panteón de Agripa, la famosa Fontana de Trevi -que nos recuerda la inolvidable escena del film la Dulce Vida de Federico Fellini-, el Circo Romano, la calle Vittorio Emanuele, la Vía del Corso. Todos estos lugares parecieran ser el panorama de una película de ficción de un pueblo fantasma. De igual forma se dibuja la soledad en bares, cines, restaurantes, centros comerciales, teatros, museos, estadios, parques, playas, iglesias.

El cielo de Roma está despejado, sin visos de contaminación, y el silencio nos hace escuchar el canto de los pájaros. La primavera comienza con espléndidos rayos matutinos que van hasta las puestas de sol ofreciendo un clima maravilloso que inunda de flores los parques. Justo ahora, nadie puede salir a las calles ni a los grandes jardines de la ciudad de Roma. La cuarentena nos hace sentir las grandes tragedias personales y del mundo. Nos recuerda las personas afectadas, fallecidas y las que están en intensos tratamientos terapéuticos en los hospitales, saturados de pacientes y algunos colapsando por el alto número de infectados.

Y se desata la histeria colectiva. Pronto aparecen en las redes sociales medicinas y pociones mágicas que curan el coronavirus, predicciones apocalípticas religiosas que anuncian el fin del mundo y el castigo de Dios, las predicciones de Nostradamus que ya había anunciado la calamidad, y la teoría de la creación del coronavirus en laboratorios como parte de un plan horroroso y maquiavélico de una guerra bacteriológica para disminuir la población mundial más pobre en el contexto de la confrontación de las grandes superpotencias de Estados Unidos, China y otros países. Todos estos temas que tienen que ser tratados a fondo por los científicos, los investigadores sociales, los politólogos, los filósofos y los teólogos, para liberar la humanidad de los fundamentalismos religiosos, la conciencia mágica y el peligro real de las guerras biológicas. Sin lugar a dudas, el Covid–19 es un hito histórico. Esta calamidad marca un antes y un después en la historia de la humanidad.

En este contexto difícil y de prueba para toda la humanidad, hay una experiencia que se ha ido vislumbrando en la oscuridad del silencio de la muerte de tantas personas afectadas. Es una resiliencia que nace desde lo más profundo de nuestro interior. La resiliencia es la capacidad que tenemos los seres humanos y los pueblos para resistir a los traumas, a las adversidades de la vida, para hacerles frente, y que nos impulsa a encontrar respuestas positivas y flexibles de adaptación. La resiliencia nos hace crecer y nos da la fuerza para la reconstrucción de nosotros mismos y para poder crear proyectos positivos para el propio futuro y el propio bienestar.

Somos resilientes cuando somos capaces de resistir a las dificultades y tenemos la fuerza de caminar en contra del viento de las adversidades, a pesar de los traumas, la violencia, los abusos, las enfermedades y calamidades, las guerras, los accidentes o catástrofes naturales. Me parece interesante la comprensión de Luciano Sandrin, quien define la resiliencia como un proceso activo de resistencia, de auto-reparación y de crecimiento en respuesta a las crisis y dificultades de la vida (Cfr. Sandrin, L. 2019. La Resiliencia. La Fuerza para Caminar con el Viento en Contra. Burgos: Sal Terrae, pp. 13 – 14). Destacamos algunas de las experiencias de resiliencia entre tantas, en el contexto de la pandemia del Covid–19.

En esta pandemia asistimos al renacer de la sensibilidad que despierta la conciencia de la vulnerabilidad humana. Ante la inminencia de la crisis sanitaria, se ha despertado una tierna amistad entre las familias, los vecinos, los pueblos y, también en el mejor de los casos, entre los gobiernos. Los gobiernos realistamente han asumido la imposibilidad de enfrentar la pandemia del Covid–19 de manera aislada. Todos estamos implicados a nivel económico-financiero, médico-científico, y también políticamente. Se percibe de manera positiva la buena disposición a colaborar y a unir esfuerzos.

La resiliencia ha provocado una reacción social oculta e invisible de la solidaridad humana que crea vínculos y restaura el tejido social. Han surgido tantas iniciativas extraordinarias: desde el acompañamiento de las personas más vulnerables, la atención personalizada a domicilio de las personas adultas mayores, los encuentros virtuales culturales, la educación a distancia mediante el internet, el teletrabajo, el acompañamiento heroico de los médicos y enfermeras y su disposición a dar la vida por las personas afectadas de la pandemia.

Estamos experimentando el redescubrimiento del sentido de la política y la importancia del Estado de bienestar ante las crisis sanitarias y el derecho universal a la salud. Han sido asombrosas las inversiones multimillonarias de Italia y muchos otros Estados europeos en la adquisición y el equipamiento de los recursos médicos necesarios para la atención de las personas con el virus, y esto ha evidenciado que no todo lo resuelve el mercado. Hay derechos universales, como el de la salud, que tienen que ser garantizados para el bienestar de los ciudadanos en su conjunto. Si dejamos a la suerte del mercado la atención clínica sanitaria de la pandemia del coronavirus, muy probablemente el 80 % de la población global no tendría acceso a la cura y al cuidado sanitario de esta peste. Y el 20 % restante estaría expuesta siempre al contagio.

Vamos sintiendo cada vez más la importancia de la seguridad integral y ecológica ante la vulnerabilidad y las tragedias humanas. El cuidado de la salud no puede ser sino integral. Da gusto escuchar cómo el mal de esta pandemia ha causado tanto bien en lo que respecta a la protección de la casa común. Se ha purificado el aire y han disminuido los niveles de contaminación, como se puede observar desde las fotografías espaciales del planeta tierra. Las aguas de los canales del río de Venecia han vuelto a ser cristalinas, espejo de tantos afluentes que están siendo saneados producto del impacto del Covid–19, que igualmente ha incidido en ralentizar radicalmente la carrera industrial desmesurada y toda la actividad del circuito económico global.

Estas experiencias nos muestran cómo la resiliencia ha lanzado a la humanidad a responder con estrategias proactivas ante la pandemia del coronavirus, y cómo estamos encontrando nuevos significados y valorando nuevos aspectos de la vida humana y del planeta.

Dado que el coronavirus deja muchas víctimas, también somos testigos del resurgimiento de la memoria colectiva de las víctimas olvidadas de la historia (Cfr. https://www.diariocolatino.com/el-proceso-y-la-condena-a-muerte-de-jesus-memoria-peligrosa-de-las-victimas-parte-ii/). Nos damos cuenta que la humanidad ha sufrido calamidades horrorosas que han destruido países y pueblos enteros. Y los avances técnicos, científicos-culturales, también políticos y económicos, nos dan una capacidad acumulada para afrontarlas sin reproducir los graves errores del pasado.

La resiliencia en el contexto de esta pandemia se vive con una profunda espiritualidad y sensibilidad humana. Sin olvidar, desde la perspectiva cristiana, que la memoria de la pasión va unida a la memoria de la resurrección (Ver https://www.diariocolatino.com/el-proceso-y-la-condena-a-muerte-de-jesus-memoria-peligrosa-de-las-victimas-parte-i/).

La cuarentena nos está haciendo vivir a fondo la cuaresma, y nos prepara a la Semana Santa con una austeridad profunda que nos hace tocar con hondura el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, unidos a las víctimas y a los olvidados de la historia. La pandemia está dejando grandes enseñanzas para todos en poco tiempo.

En las calles vacías de Roma se observan deambulando muchos pájaros y gaviotas que olvidan por un momento su vuelo, como si ocuparan el territorio de los humanos ausentes. Roma es conocida como la “ciudad eterna”, pero, ¿qué es lo eterno de Roma desde la fe cristiana? Su eternidad alude a su historia, a su cultura, a su arte, a su pueblo, pero también a esa lectura creativa de su grafía que al invertir las letras del nombre –Roma- nos descubre la palabra amor. Lo eterno de Roma es el Amor. Amor divino porque Dios es amor, y también el amor humano, inseparable al primero en Jesús de Nazaret, el Dios-hombre, quien desde su resiliencia generosa nos vino a descubrir que la esencia de nuestra humanidad es el amor, y un amor sin límites.

En Roma, contemplando este momento crucial, nos damos cuenta que es tiempo para la humanidad de renacer en el amor. Amor concreto hacia los más vulnerables, hacia los empobrecidos, que son lo más afectados de siempre, hacia las víctimas de esta pandemia, pero también hacia las de esa otra mayor de las víctimas de la injusticia y la desigualdad en la historia de la humanidad. Todo pasará menos el amor, nos recuerda San Pablo (1Cor 13,8).

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