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Malcom X: el ministro del poder negro (2)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Al salir de la cárcel con la misma actitud reflexiva de quien regresa de deambular cuarenta días en el desierto de la discriminación -y de digerir todo el imaginario que ésta encierra y pregona de forma convincente- Malcom conoció a Muhammad, a quien veneró como su líder espiritual, e inició un agresivo y expansivo proceso de divulgación y reclutamiento para que la llamada Nación del Islam lograra más seguidores o, al menos tuviera más simpatizantes de lejos sin saber que, de esa forma, se construyen los grupos sociales significativos como contracultura. Adoptó la “X” como apellido simbólico porque -así como en una ecuación la “x” representa la incógnita que hay que encontrar para restablecer la igualdad numérica- los apellidos africanos eran una incógnita cultural de la desigualdad y, por aquello del control sobre sus antepasados (los esclavos), los “diablos blancos” les habían impuesto apellidos de blancos o risibles desfiguraciones de éstos. En todo caso, Malcom X se había puesto como misión de apertura: botar el denso lastre genético de “violador blanco” (para decirlo con sus propias palabras) que le circulaba por las venas que estuvieron abiertas, antes que él, en los campos de esclavos, y las que, muchas décadas después de la Guerra de Secesión (1861-1865), seguían abiertas en las calles, en las fábricas, en los ayuntamientos, en los restaurantes, en el transporte público, en las cárceles, en las universidades y, claro está, hasta en la Casa Blanca… que en verdad es blanca por dentro y blanca por fuera… blanca arriba y blanca abajo; blanca de noche y blanca de día.

En más de una entrevista periodística -y en muchas charlas informales- Malcom X comparó a los blancos norteamericanos con Hitler, debido a que el Partido Nazi de los Estados Unidos predicaba y practicaba básicamente la misma obscenidad: la discriminación racial sobre la base de la corrupción de los sentidos, incluido el sentido común. Pero la crítica mordaz de Malcom X no se detuvo en los hombres blancos, pues esa hubiera sido una simpleza ideológica, del mismo modo que sería una simpleza (en estos días, en nuestro país) creer que la corrupción tiene signo ideológico o partido político preferido. Sobre Martín Luther King –la otra cara de los cuerpos en resistencia; la otra táctica de la lucha por los derechos civiles- dijo que se había convertido en la más sutil, las más silenciosa y la más letal arma de los blancos que soñaban con “bestializar” a los negros sin hacer uso de los grilletes ni látigos de largo alcance. Malcom X –un fiel no creyente en la lucha pacifista- estaba convencido de que: todo negro que predique a otro negro que “ponga la otra mejilla” lo está idiotizando y desarmando, y eso era -precisamente- lo que predicaba Luther King, razón por la cual no escapó de su crítica que estaba llena de emoción histórica, de resentimiento justificado y, sobre todo, de una indignación tan vital y tan fascinante que lo llevó a ser el segundo orador más solicitado en su país.

Y como sucede con todo grupo de presión o movimiento social que surge teniendo como referente la indignación colectiva, los niveles de audacia y de combatividad fueron desbordándose consuetudinariamente y eso obligó a radicalizar la lucha y a readecuar creativamente el instrumento orgánico de la misma. Solo unos meses después de romper abruptamente con su líder espiritual, Malcolm X fundó la Mezquita Musulmana Inc. cuyo objetivo fundamental era, según dijo: “sacar las fuerzas religiosas y espirituales necesarias para librar a nuestro pueblo de vicios que destruyen su fibra moral”. En esos meses viajó por primera vez a La Meca, y para su sorpresa descubrió que después de varios años de definirse a sí mismo como “todo un musulmán”, no sabía ni siquiera cómo inclinarse para hacer los ritos de la plegaría básica: “es que los tobillos occidentales no llegan nunca a doblarse como los de los musulmanes”, argumentó, con cierto dejo de vergüenza. Como ganancia marginal, el viaje le sirvió para conocer hombres blancos fuera de Estados Unidos, mismos que le daban un trato fraterno e íntimo, motivo por el cual comenzó a revisar, una a una, las ideas incendiarias e indiscriminadas que le hacían creer que todos los blancos eran malvados y por tanto eran sus enemigos. Lo mismo podríamos decir cuando estamos hablando de alianzas políticas que requieren ser tan amplias que incluyan en sus redes a algunos ricos.

En todo caso, de Malcom X, el ministro del poder negro, podemos afirmar que tuvo la audacia y la capacidad de romper la que yo denomino como “la quinta pared de la discriminación social” (imaginario popular), al declarar que el ejercicio militante de todas las libertades civiles representa la conquista de la dignidad social que abandona el sórdido pasado de la apatía y de la sumisión incondicional a partir de comprender la biografía individual que cobra relevancia cuando se convierte en una biografía colectiva. Y es que, decía Malcom X, “para comprender a alguien hay que conocer toda su vida, remontarse hasta el nacimiento. La personalidad del individuo es la suma de todas sus experiencias que ha vivido. Todo lo ocurrido es un ingrediente de su carácter”. Sin haber leído ningún libro de sociología, hasta donde se sabe, Malcom X se estaba refiriendo al comportamiento colectivo como algo sui géneris, es decir, como algo de calidad muy distinta a la simple sumatoria de los comportamientos individuales, y se refería, también, a la conquista de la personalidad privada para cambiar la personalidad social.

Durante los últimos días de su vida, Malcolm X –quien venía trabajando en su autobiografía descubriendo en el proceso que la realidad es más rápida y más rigurosa que el pensamiento social- exigió que se hiciera una modificación al contrato de edición para que todas las ganancias fueran destinadas a la Mezquita Musulmana Inc. O, en su defecto, a su esposa Betty. ¿Cómo es posible escribir una autobiografía en un mundo tan cambiante como este? le preguntó, a Haley, el escritor que había asumido la tarea. En realidad, Malcom X estaba pensando en la tentación de cambiar todo aquello que no agrada, como si con eso se cambiara el pasado mismo, como por ejemplo los sentimientos nobles que había sentido hacia Elijah Muhammad. Pero el pasado es insobornable, es inmodificable en su largo y sinuoso proceso de modificación del presente y construcción del futuro. Al final, Malcolm X desistió de hacer esas modificaciones porque reconoció que las malas experiencias (o las que creía tales) forman parte de las buenas decisiones tomadas, y que, como seres humanos, estamos impregnados de todas las personas que conocemos. Lo mismo debemos aprender quienes nos metemos a tratar de transformar la realidad.

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