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Los estudiantes perdidos de 1918

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Colecciono vaticinios culturales y sociológicos en el calendario perpetuo de Córdoba al que le robaron el año 1918; colecciono cuadernos de mil novecientos dieciocho, renglones torcidos que han sido incinerados por el opresor descalzo que ya olvidó que aprendió a leer con un candil; colecciono funcionarios y tiranos como estampitas de la mala suerte; colecciono promesas de compromiso social a toda costa y anuncios de un mundo mejor como utopía; y matices rosados que sueñan con ser rojos a fuerza de tanto estudio y lucha; y signos cartográficos disfrazados de lunares en las expropiadas tetas de la madre patria que sigue siendo virgen y soltera; y sospechas de perfección combativa en el andar de las diosas parisinas más perfectas que un arcoiris al anochecer; y señales de luz como faros del fin del mundo inmundo que es gobernado por el inquisidor que quema cuadernos y siembra traiciones umbilicales para vivir la dulce experiencia del oprimido-opresor.

Imagino y colecciono mil novecientos dieciocho proyectos de una sociología que siente y actúa con la universidad pública parida en las hermosas orquídeas de Córdoba, rebalsando promesas, sonrisas y triunfos juveniles que le cerrarán la boca al que quiso robarles la ilusión de seguir oyendo Let it be; colecciono etnografías y genealogías del futuro soñado por Roque y Monseñor Romero y quisiera no perderme en el insondable laberinto de la soledad de mis deficiencias neuronales y de mis fealdades indecibles y ancestrales; y busco los síntomas de la locura que cambia al mundo en las páginas de la sociología de la nostalgia que libera desde abajo, desde las calles, desde el sentir, desde el hacer, desde la comunidad bajo fuego.

Ayer, retrocediendo hasta el año robado al calendario perpetuo de Córdoba, ese ayer que inició con dudas grises, bocas mudas, malas miradas y malas palabras, se fue trocando en horas de esperanza cierta a las nueve en punto de la mañana cuando mis estudiantes, ejemplares rotundos de los sueños por cumplir sin robarle el sueño a los otros, dijeron, casi al unísono -porque siempre queda alguna mala mirada- que harían que fuera factible lo imposible: el despertar de la conciencia en la cama de la ciencia con sueldo mínimo, y entonces mi nostalgia se despojó de su ropaje viejo y no vacilé un segundo, en verdad no dudé de las palabras ni de los sentimientos y me aferré con uñas y dientes y metáforas a ese dictamen de excelencia que los sigue como un sueño, no obstante la precaria condición de mi intelecto que disimulo con retazos de memoria histórica e identidad revolucionaria para sentirme merecedor de ellos.

¿Qué les queda por experimentar a ellos en esta sociedad desinformada por el asco y con una identidad sin cuerpos desnudos y con una dignidad sin frente? ¿Qué les queda a ellos que entraron y a los que se quedaron afuera porque la santa inquisición del insensible así lo decidió? ¿Solo paredes sin murales que hablen y reivindiquen la justicia social para todos? ¿Solo perreo alienante sin versos ni cuadernos? ¿Solo incredulidad sobre el futuro? ¿Solo apatía como milagrosa pastilla contra la realidad? ¿Solo cinismo como subjetivismo sin utopías? ¿Solo relojes sin tiempo? ¿Solo memorias llenas de mil novecientos dieciocho olvidos? Pero ellos son los depositarios de la conciencia que se sabe huérfana sin las ciencias comprometidas, porque saben que no hay que decirle amen a la injusticia; porque no se dejarán matar el amor con hipocresías de grueso calibre; porque van a conquistar el habla de los mudos; porque van a ser parteras de la utopía; porque van a ser jóvenes sin dogmas y con ganas de matar el mito del hambre como sanación; porque van a pararse en una historia con memoria para que los pobres conozcan qué es la gloria y qué significa el año 1918 en la conciencia de los universitarios.

¿Qué les queda por vivir a ellos en esta sociedad consumista de falsas promesas y remesas? ¿Qué les queda a ellos y los otros? ¿Qué les queda por probar a mis estudiantes en esta sociedad falsa y descalza? ¿Drogas ideológicas? ¿Religiones como prisiones? ¿Celulares en lugar de lunares conquistados? ¿Zapatos caros en lugar de pies lindos que saben caminar y besar la tierra que los parió para el perdón de los pecados? Les queda pensar, cerrar las filas y abrir los ojos, abonar la tierra donde enterraron sus ombligos; inventar la felicidad y desinventar la tristeza; hablar de tú a tú con el cielo para no ser embaucado por el meteorólogo de turno que afirma que no alcanzan las sombrillas; adoptar los celajes y los huracanes; ser luciérnagas y no serpientes; ser orquídeas y no mala hierba.

¿Qué les espera a ellos en esta sociedad de las vitrinas y las ruinas? ¿Asaltos? ¿Expropiaciones? Les espera ser las manos que ayudan; abrir puertas y cerrar cuarteles; ser corazones y quemar prisiones, pero ante todo les queda el mañana, les queda la ilusión, les queda ser sentimiento colectivo para que ningún niño se acueste sin cenar y ningún joven se quede sin estudiar para que la sonrisa sea un secreto de los pobres, para que las luciérnagas depositen en ellos el secreto de su luz cotidiana; les queda hacer el mejor cambio del mundo: un soldado por un estudiante universitario; una cárcel por cien aulas; una sala de lo constitucional por cien laboratorios donde reine la ciencia; un funcionario demagogo por doscientos estudiantes que le rendirán frutos sociales, científicos y económicos a la nación; unos pies lindos por unas botas militares.

Colecciono mil novecientos dieciocho suspiros sociológicos, anuncios de revolución; signos de utopía carnal; sospechas de cuerpos perfectos nunca vistos; proyectos de promesas desnudas. Quisiera no ahogarme, no naufragar, no perderme un solo indicio de la fiesta de la lengua en los pechos de la madre patria, en sus nalgas perfectas y en sus pies divinos como un destello de luz. A esta hora de la madrugada uno no sabe, en verdad uno no sabe, si masturbarse como degenerado, leer un libro de sociología que hable de imaginarios sociales que se toman calles y barrios… o suicidarse con la cuerda de la utopía que siempre está a la mano de quien quiere tenerla a la mano. El Salvador será un lindo país cuando la clase obrera y el campesinado lo fertilicen, lo peinen, lo talqueen, le curen la goma histórica y la sífilis burocrática para que ningún joven se quede sin la oportunidad de estudiar.

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