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Los dueños del silencio

René Martínez Pineda

¡Puta, Víctor, cuánto olvido y cuánta desidia ecuménica y escénica! Esa sórdida y tétrica manía maliciosa de vivir en medio de muertos insípidos, venales y pérfidos, esos muertos que son los primeros en sacar el cuchillo… cuando tienen la ventaja; esa remota e indescifrable broma de mal gusto de vivir en la vecindad de los imbéciles eruditos te revuelca, Eduardo, no digas que no. Hoy por la mañana dibujaste tu cara en el espejo carcomido por los años de ultratumba y, sin pensarlo ni decirlo, te fuiste triste a la universidad nacional, muy triste porque te han contado que el angelado fantasma del capitalismo historiográfico y digital recorre sus aulas disfrazado de su antítesis lunar. El Anticristo del marxismo disfrazado de Cristo progresista, cosas veredes, amigo Sancho. Te fuiste solo y te fuiste en silencio, cabizbajo, rumiante y sorda como la Moonlight sonata de Beethoven; la luz del primer sol te ladraba en la nuca; la negra y densa respiración de los buses cantaba óperas inéditas e inconclusas en su embrujo, pero ella no volvió del más allá de las desilusiones colectivas que, por dignidad elemental, acaban en rebelión electoral y con álbumes fotográficos vacíos.

Le enviarás mensajes ocultos en botellas retornables llenas de veneno azucarado y sediento de agua potable, Carlos; le sonreirás a los transeúntes que no conoces ni reconoces y que, para terminar de joder el vaho, huelen a trabajo forzado y a culo prudencial; ondearás tus manos como panderetas para espantar el frío de la distancia y su nostalgia básica, pensando en que esta vez sí -y que así sí- ella volverá al tercer día del escrutinio final; al menos eso te dijo, entre mística y seria, la bruja que te hizo la limpia y la prueba del puro: tu amada tan amada regresará pronto contigo, Antonio, vistiendo el vestido rojo con que la viste partir hace treinta años y cinco siglos. Y entonces recuerdas la frenética y afónica sirena de la ambulancia que la llevó a cuidados intensivos el día en que derechizaron la letra de la canción “el sombrero azul” e izquierdizaron la pobreza y la ropa usada; y recuerdas el tren fantasma con bigotes de alquitrán y aliento de espuma recién parida que, sigiloso, permitió la huida del expresidente que fingió su millonaria muerte; y recuerdas la maquila taiwanesa donde murieron las risas pintadas de rojo; y recuerdas el último abrazo sin brazos que te dieron en plena calle, sólo porque sí, Flor… ¿y por qué no?

Pero: debes hacer de tripas, batallón, y combatir esas angustias sinfónicas, Elise; reírte a mares en el pañuelito blanco que aún conserva, como trofeos, cadáveres pegajosos y lágrimas secas derramadas por los compañeros caídos en la lucha que nadie escucha; llorar a carcajada partida en el amplio abanico de las historias falsas o frustradas que son contadas como verdaderas o victoriosas por los fétidos cobardes y corruptos de las citas bibliográficas. Mejor cierra las tres ventanas de tu rostro, Lupita, para que no digan luego que fuiste tú quien cabalgó desnuda por las principales calles de la ciudad y posó frente al viejo Telégrafo; para que no te remuerdan los largos días sin pan, y para que no te hagan responsable a ti -y sólo a ti- de las noches sin teatro, ni cenas calientes, ni lugares de memoria. A estas horas del bus, la vida te duele tanto en el supermercado derecho; te pulsa tan agudo en los tribunales lumbares de la sumisión, que te sientes desesperado e ingenuo, Jacinto.

Dime tú, Fernando: ¿Adónde vas tan desesperado como urgencia utopista a estas altas horas del suicidio masivo propiciado por la Real Academia de la Lengua con pelos? Una de estas noches, del segundo cráter de la luna vieja verás caer los besos húmedos que brillan en mis labios de dulzaina izquierdista en busca de respuestas indecibles o imposibles sobre la traición… y de votos como colección de silencios anti-chinos; verás las sombras reptar en los muros de la caverna azul que escogiste como intérprete de la realidad, ese mito que se empeña en besarte la memoria cuando se desnuda a escondidas para seducir a los líderes por venir, que nunca vienen, porque todos están cortados con la misma tijera elemental del capital cultural al que le pican las manos al ver lo ajeno; las musas pendientes bailarán, dignamente chulonas, en la sala de audiencias de los juzgados de lo incivil, luciendo el secreto húmedo que todos conocen -o que imaginan a la hora del yo pecador- y que deambula gimiendo clemencias morales a los inmorales de la Constitución sin himen; desfilarán a paso doble, como cachiporristas insaciables y hermosas, las feas balas torrenciales que hace años fueron mis ojos y oídos; llegarán a ti, Vladimir, los mustios y verdes olores que trepan, consubstanciales, de las cloacas de los circos políticos en decadencia; regresarán de su forzado exilio los rojos sueños que, hace casi treinta años, chisporroteaban inminentes en los talleres de enderezado y pintura clandestinos que trataban de embellecer el arte y la justicia social… pero eso no pasó, porque para los traidores el pasado no pasa.

Pero tú bien sabes, Óscar Arnulfo, que debe oírse la voz de los sin voz para que no se oiga la de ellos, la de los otros, la de los olvidadizos por opción, la de los mercenarios del relato que amordazan los recuerdos y fotografías para que el victimario duerma tranquilo; la de los que están vestidos de gato desértico en la lluvia de votos nulos que nos gritaban que algo huele mal en Dinamarca y en El Salvador, plagiando a Marcelo. Hay, en el vaticinio del desastre de la cultura política, un susurro de rosa azul desgranándose los pétalos. Y hay, cuando el día es coyuntura epistemológica y cívica, una partición de luna en pequeños soles negros.
Y cuando es de noche, una tribu urbana de palabras bonaerenses busca asilo en mi garganta para que no canten ellos, los funestos, los dueños del silencio que saben que la corrupción detesta el bullicio. Elemental, René: nada encaja con la urna electoral, porque en el cementerio de huesos sin ADN reinan los animales que devoran como carroña la memoria patria, mientras las profesoras de moral y cívica, cual cuervos psicológicos, palpan entre mis piernas en busca de la canción azul de Silvio Rodríguez… et introibit rex gloriae.

La marejada de participios carcelarios y gerundios excepcionales en busca de partido político me desgarra el aliento. Monólogo baladí este de la conciencia utopista, Manuela. Una progresión agónica de la cosa oral liberándose a sí misma, naufragando en su propio mar tenebroso a merced de los dueños del silencio. Entonces es cuestión de deshacer el nudo ciego que torturaba nuestras gargantas para que no sean tangibles los dueños del silencio que manosearon la utopía con chequeras.

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