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La residencia de Antonio en El Salvador (4)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Al ubicar la residencia de Antonio Gramsci en El Salvador (una residencia de coordenadas olvidadas, una casa que fue desamparada por los fanatismos o por la inminencia del socialismo) recordamos que la ideología -después de que Marx y Engels la ubicaron como un hecho vinculado al concepto de falsedad, engaño y manipulación- sigue siendo el territorio en el que se establece el fuerte imperio de lo falso y de lo disimulado-simulado. Por su lado, Gramsci afirma que el concepto de ideología está posicionado en la territorialidad de la superestructura (por lo que los gobiernos despliegan grandes esfuerzos propagandísticos), hasta constituirse en un sistema, lógico, todopoderoso y deliberado de ideas, creencias y recuerdos históricamente necesarios y determinados cuya función principal es cohesionar a la sociedad y a las clases sociales a partir de los grupos que las forman. En ese sentido específico –que no se aleja del planteamiento marxista- la ideología es para Gramsci: la dominante concepción del mundo que posee y despliega una clase.

En términos sociológicos, la burguesía -al llegar a su primera adultez política a finales del siglo XIX y principios del siglo XX- enarbola una ideología que la legitima y legaliza socialmente más allá de su condición de clase concreta, más allá de sus residencias, y esa legitimidad y facultad política de dirigirlo todo es posible porque asume la representatividad total de la sociedad, lo que le permite hablar en nombre de todos usando conceptos tan etéreos como vacíos: patria, nación, país, ciudadano, identidad sociocultural. Y es que -en Gramsci- todas las clases sociales dominadas (o subordinadas, o subalternas, da igual el título que les demos) incorporan en sus imaginarios colectivos la visión del mundo (o la ceguera en el mundo, más bien) que les impone la clase dominante, razón por la cual siguen o consideran como propia la ideología dominante, la que no pierde de vista sus funciones y condición histórica de dominación y de sometimiento de los intereses de las clases dominadas, utilizando para ello diversos instrumentos y medios hegemónicos (unidos a la perfección con el doble discurso) con los que logran definir versiones particulares de influencia social y cultural e incidir en la conciencia de toda la colectividad. Al respecto, la más tristemente célebre de las falacias usadas por la derecha salvadoreña más recalcitrante fue la acuñada por Cristiani: “El Salvador, país de propietarios”.

Frente al doble discurso de la burguesía (materialización de la doble moral y de la hipocresía como herramienta política) Gramsci propone, desde la cárcel, una estrategia teórico-política crítica que es y sigue siendo hasta nuestros días metodológicamente relevante: la filosofía de la praxis –o la sociología de la praxis, más bien, por ser la ciencia social idónea y específica- cuya raíz se encuentra en lo que Lenin llamó relación teoría-práctica que sería la base de las epistemologías de la cotidianidad. Esa sociología de la praxis, según Gramsci, es el hilo conductor de la teoría social crítica que va desde lo simple a lo complejo, desde la calle hasta la teoría y desde el sentido común hasta la comprensión teórica superior como un proceso histórico que se realiza por medio de la política militante, con lo cual se desarrolla, tanto la sociología en un estado sumo de abstracción, como la concepción crítica de las masas subordinadas (la conciencia social como el combustible del motor de la historia) para arribar a una voluntad social de emancipación que puede ser pacífica o violenta, todo depende de las condiciones sociales recibidas como herencia.

Gramsci lo plantea de esta forma: “la filosofía de la praxis no tiende a mantener a los individuos o a los hechos simples en su filosofía primitiva del sentido común sin dirección ideológica, sino al contrario, a conducirlos hacia una concepción superior de la vida y de la política, pero no para limitar la actividad científica y mantener la unidad al bajo nivel analítico de las masas populares, sino para construir con ellas un bloque intelectual-moral que haga posible un progreso intelectual de sí mismas y no solo para pocos grupos intelectuales”, muchos de los cuales –seducidos por las adictivas mieles de la fama- cambian el rumbo hacia el fantasmal paraíso de la burguesía convirtiéndose en sus sirvientes. En algunos de esos patéticos y tristes grupos están residiendo, sin pagar renta, los risibles historiadores sin historia y los sociólogos más reaccionarios que se disfrazan, a conveniencia, de intelectuales críticos o de ciudadanos democráticos.

Para algunos teóricos de las ciencias sociales, Gramsci usa el término de filosofía de la praxis en vez de marxismo (o de sociología crítica) por cuestión de prudencia para que sus ardientes escritos evadieran la férrea censura de la cárcel al pasar por frías reflexiones líricas y hasta estructural-funcionalistas. En otros momentos –los más íntimos, diría yo- él nos hablaba de “materialismo histórico” para ser más comprometido con las causas de las clases dominadas. Y es que el marxismo fue la fuente clandestina que amamantó la concepción gramsciana de la sociedad, ya que –haciendo las readecuaciones y actualizaciones pertinentes, claro está- es hoy por hoy la única concepción teórico-política que guía a los trabajadores para que asuman una función dirigente y emancipadora; así puedan construir nuevas relaciones políticas, nuevas versiones de la cultura, y nuevas lógicas de la justicia social que lleven a una reforma tan intelectual como moral: las epistemologías de la cotidianidad.

Ya vimos que Gramsci llama a su reinterpretación del marxismo como filosofía de la praxis y nosotros -en su residencia en El Salvador- la llamamos como sociología de la praxis. Con cualquiera de los dos nombres se puede designar en realidad al marxismo actualizado si cuenta en sus constructos teóricos con las epistemologías pertinentes. Entonces, la filosofía de la praxis es el nombre genérico del pensamiento filosófico-político del Gramsci de la cárcel, sinónimo de materialismo histórico; y es la teoría como bitácora de las luchas de clases en las calles; la colección de ideas-acciones para que se desencadene el proceso de la contra-hegemonía como hegemonía de los trabajadores con la que puede iniciar una nueva fase de la historia o un cambio de época siempre y cuando se llegue a redefinir qué es la utopía, cómo se puede concretar y bajo el liderazgo de quiénes se puede perseguir.

A esto le podemos llamar proceso de enfrentamiento hegemónico, en tanto que es el período histórico en el que se forma la conciencia en las masas que permite comprender que las concepciones burguesas difieren de sus intereses propios.

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