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La más malévola bestia

Álvaro Darío Lara

Escritor y poeta

No es ningún ser estudiado en las maravillosas clases de zoología. Ya que los animales, buy si depredan, pharm lo hacen por necesidad vital, jamás por maldad o placer. Se trata, por desgracia, del ser humano, quien contradice todo el divino logos de la naturaleza.

Hace unas semanas, el Ministerio de Medio Ambiente y Recursos Naturales (MARN) informaba sobre el sorpresivo hallazgo de no menos de cien animales -muertos y casi muertos -en un basurero ubicado en el kilómetro 203 de la Ruta Militar, en la zona fronteriza del Amatillo. Las autoridades identificaron noventaiún tortugas verdes, dos monos cara blanca, cuatro pericones y tres chocoyos. A partir de esa fecha (finales de octubre), muchos más han perecido. El vigilante de una gasolinera cercana que alertó a la policía, explicó, que una mujer fue la responsable del abandono de “un paquete que se movía”, conteniendo en su interior a estas desdichadas criaturas.

Obviamente se trata del abandono de una “mercancía” proveniente de las redes del tráfico ilícito -de especies “exóticas”- que operan en Centroamérica. El MARN tomó cartas en el resguardo de las especies.

Estas noticias son frecuentes, demasiado frecuentes en el país. Por lo general, los medios – no exentos del tratamiento sensacionalista- se explayan en sendos reportajes sobre lagartos, tortugas, guacamayas, armadillos, serpientes, primates, focas, que de cuando en cuando, aparecen en territorio nacional, en las más tormentosas situaciones. Rarísimas son las que escapan a la muerte, a pesar del auxilio que reciben de algunas instituciones comprometidas con su protección y conservación; sin embargo, la gran mayoría fenecen por su delicado estado de salud, a causa de los golpes y atropellos de sus victimarios.

Innumerables son los casos de las especies marinas asesinadas por los motores de las embarcaciones; y de los seres terrestres, como las serpientes -no venenosas-, que son cortadas, en trozos, por los filosos machetes de los campesinos, únicamente por el prejuicio que provocan los ofidios.

El gran pensador místico Ralph H. Lewis decía en su escrito titulado “Nuestros hermanos animales”, lo siguiente: “Los hombres organizan peleas de gallos, corridas de toros, y animarán a los perros a competir. Los hombres cruelmente hieren animales en el “deporte” de la caza. Sin misericordia, los hombres han hecho trabajar a los animales hasta la muerte, como bestias de carga, desechándolos como si fueran herramientas inanimadas. Han causado que los animales sean despedazados por la metralla en conflictos en los que los animales no han estado concernidos”. También el sabio de Ojai, Krishnamurti, consideraba que era un delito mayor el maltratar a los indefensos animales.

En la antigüedad las culturas clásicas tuvieron más respeto por las criaturas vivientes, al grado de divinizarlas, salvaguardándolas devotamente. Por su parte, el santoral católico cuenta con personajes iluminados, que abrazaron a los animales, considerándolos en igualdad con los humanos. Así, tenemos, entre otros, a San Francisco de Asís, a Fray Martin de Porres y a San Antonio Abad (el santo patrono de éstos).

Un poeta extraordinario, Federico García Lorca, en su obra “Poeta en Nueva York”, asume la denuncia del salvajismo que en nombre de la “civilizada alimentación”, perpetra la Terrible Bestia.

En el país, partiendo del emblemático perro -el chucho salvadoreño-, algunos escritores como Manlio Argueta, Arturo Ambrogi, Alberto Rivas Bonilla, Salarrué y Francisco Luarca, han reconocido la belleza  y cualidades de los canes.

Sin abundar más, creemos que ha llegado la hora, para que nuestra sociedad nacional, vuelva sus ojos hacia los derechos de los animales, prodigándoles protección y aprecio, y cesando todas sus prácticas irracionales. En el caso de los animales domésticos, las mascotas, hay un largo camino por recorrer. Un camino que debe poner fin al prolongado encierro, encadenamiento y otros vejámenes que sufren.

Es tiempo ya, de revertir esas afirmaciones absurdas que nos ubican como “la cúspide y gloria de la creación”. Una cúspide y una gloria que sólo han servido para abusar de todo lo que palpita sobre la tierra.

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