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La importancia de contar con el tiempo

José M. Tojeira

Ni los imperios duran eternamente, ni la mayoría de los dictadores mueren tranquilos en la cama. Hernández Martínez, recordado con nostalgia por personas de corte autoritario, es un buen ejemplo de cómo el poder unipersonal se esfuma. ARENA gobernó veinte años, acuerpada por esa oligarquía de 30.000 personas, muchas de ellas parientes entre sí, que ingresan más de 50 dólares por persona-día, según cálculos del PNUD. Sus presidentes pasaron de tener un poder fuerte a ser personas débiles, algunos de ellos acusados de diversos delitos. A pesar de haber tenido acceso a millones en propaganda en el pasado, hoy no son más que un residuo político cada día menos valorado. Ante el temor de algunos frente a la concentración de poder en Nuevas Ideas, es lógico que nos preguntemos cuánto podrá durar en el poder este partido. Y dado que “la política es el arte de lo posible”, como le atribuyen haber dicho a muy diversos personajes que se dedicaron a practicarla o a pensarla, la respuesta puede ser muy diversa. Pero creo que es bueno concentrarse en tres posibilidades o escenarios.

El primero sería de autoritarismo creciente con control de instituciones, propaganda intensa, populismo de ayudas coyunturales y falta de reformas estructurales. Este sería el escenario que más rápidamente llevaría al fin de la experiencia gubernamental de Nuevas ideas, especialmente si además se contamina con el cáncer de la corrupción. El triunfador de hoy no tendría ya un segundo período de gobierno. Dejaría, además, como herencia un escenario de crisis socioeconómica de costosa recuperación.

El segundo escenario contaría con el mismo autoritarismo populista y propagandista pero con reformas estructurales que favorecieran un mayor bienestar. Podría durar dos períodos gubernamentales. El segundo período con tensiones políticas muy fuertes. Y el tercer escenario, el mejor para el país, pero probablemente el menos previsible, sería que una vez eliminada la oposición paralizante de grupos muy conservadores tradicionales, el Gobierno se abriera al diálogo tanto con grupos políticos opositores como con la sociedad civil y avanzara hacia un desarrollo económico inclusivo, reformas estructurales de claro contenido social y respeto decidido a los estándares internacionales de democracia y de Derechos Humanos. La duración podría incluso ser mayor de los dos períodos. Pero más que a durar en el Gobierno, la atención se pondría en quedarse establecido en el país como un partido democrático respetuoso de la alternancia, y no como un fenómeno político de corto plazo, dependiente nada más del desencanto de la población con una situación socioeconómica profundamente desigual y violatoria de múltiples derechos económicos y sociales.

Es evidente que muchos de los que lean estas líneas dirán que solo hay un escenario posible. Pero decir eso no solo es un error, sino que además fortalece la tendencia a que se cree un solo escenario. Los seres humanos somos libres y no estamos determinados ni por el destino, ni mucho menos por los éxitos coyunturales de un partido. La mayoría de los imperios, e incluso de las dictaduras, no se dieron cuenta de que se iban a caer hasta que empezaron a caerse. Y lo que vino tras las caídas pocas veces fue mejor que lo que había antes. Lo único que podemos hacer frente al tiempo que corre es trabajar por la modificación del presente y pensar y diseñar un futuro mejor. Si el tiempo no perdona ni a la riqueza, ni a las armas ni al poder que parecía afirmado para siempre, mucho menos respetará creaciones virtuales, poderes demagógicos o discursos vacíos. Diseñar un futuro más justo y democrático es tarea en la que todos podemos y debemos participar, incluidos los vencedores de hoy, si queremos algo mejor para El Salvador. Puede parecer difícil, pero la realidad está ahí, y si no la asumimos continuaremos en lo mismo.

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