Fútbol infantil

Caralvá

 Intimissimun

¡Ah ese deporte!

Aprendimos lo necesario desde la primera infancia, era amarrar pelotas de trapo e improvisar una partida en un patio de apenas unos cuantos metros, era colocar dos ramas de árbol o dos piedras que indicaban las metas, eso era suficiente para armar un buen partido; divididos en pares o estatura que apenas cabíamos en ese cuadrado de tierra.

La pelota no giraba a tanta velocidad, solo era un artefacto que volaba de un lugar a otro penosamente rodando en tierra, mientras nosotros dábamos zancadas adelante, la pelota no corría al ritmo, sino a su voluntad.

Las pelotas eran fabricadas con calcetines usados, medias de las madres o hermanas, en bollos de seda, una por una hasta formar un balón blando, muy difícil de tratar.

Eran tiempos de jugar sin límite de tiempo, al inicio se nombraban los capitanes de los equipos, moneda al aire, la famosa piedra papel o tijera no existía aún, pero si palillos largos o cortos, de manera que el ganador elegía a los más altos y rudos.

Jugar era una verdadera resistencia, los torneos se convertían en largos evento de tardes, no sin mostrar lo mejor de cada uno, había nobleza y bajeza, en ocasiones la mala fe era evidente, tanto patadas, zancadillas, rodillazos de mayores a los menores.

El dueño de la pelota era el dueño del tiempo, en ocasiones no dudaba si perdía su equipo en llevarse todo, incluso su rencor a  casa.

Así durante cierto tiempo, aprendimos lo básico que era patear la pelota hacia el sentido contrario de nuestra meta, en el colegio aquello se tornó otra dimensión, ahí aprendimos las reglas, los límites, el arbitraje, el uniforme, las sanciones, existía la norma del juego limpio como una religión que castiga los pecados en el deporte.

Pronto comprendimos las reglas otorgaban algunos privilegios, pero también algunos compañeros aprendían a infringir la normativa, así al comprender que un jugador más habilidoso les sobrepasaba no dudaban en ejercer el juego sucio: zancadillas, rodillazos, tirones de camiseta etc. algunos de ellos fueron tan buenos en esas mañas que posteriormente les vimos en los periódicos atrapados por la policía por bandoleros, otros que disfrutaron viendo caer a sus compañero al saltar obstáculos y jalando la cuerda más alto para disfrutar de la caída de sus amigos terminaron con fraudes industriales, a pesar que ello era circunstancial, el recuerdo de esos malos ejemplos no lo olvidé por el daño a los inocentes.

En el colegio que mis padres pagaron con muchísimo esfuerzo, promovían los juegos intramuros, nos escogieron por estatura, los mayores contra los menores, era un torneo etario, menores de doce años; así nos tocó los de terceros contra los de cuarto grado, aquello fue una sensación de estrellas de cine, en una cancha de cemento, de unos veinte metros, con metas de hierro, nos encontramos jugando un partido decisivo.

Habían una barra del grado de nuestro lado y otra en contra, nuestro uniforme era amarillo, ellos verde, ahí se repartieron patadas limpias y otras ingratas, jugamos dos tiempos, el primer tiempo ganaron ellos 2 x 0, el segundo empatamos 2 x 2, casi en el límite de tiempo el chinito Huezo que luego sería un crack de la liga mayor anotó un soberbio gol que aún lo recuerdo, se desplazó a la izquierda y toda la defensa sigue su ruta pero tira al costado derecho y goooool, gooool, aquello fue la locura.

Así terminó el partido, al menos eso creíamos, pero la barra y los jugadores que eran malos perdedores, la emprenden a golpes, puños, manotazos a todo vuelo, un tumulto en toda la cancha, el griterío era más confusión que incitación a la violencia, pero los golpes si eran verdaderos, yo estaba en medio de aquella trifulca, la verdad que recibí un manotazo que me botó al piso, mientras otros hacían los mismo con los contrarios, nadie sabía qué hacer, yo solo deseaba levantarme de aquél remolino, también como pude envié mi puño a un rival con tanta suerte que le logré detener su avance; se me vinieron encima dos y me atraparon, en eso estaban cuando el sonido de varios silbatos detuvieron el combate, habían llegado los curas superiores, con refuerzos… estos eran dos perros pastores alemanes: Bimbo y Nikita que ladraban más fuerte que nuestros alboroto, esa estampa intimidante paralizó el campo.

Nos alinearon por grado, tomaron nuestros nombres y nos llevaron a una consejería, ahí de plantón por el resto de la tarde nos amonestaron.

Luego llamaron a nuestros padres, anotando en nuestras libretas de conducta la respectiva nota.

El partido fue otorgado a nuestro grado, pero no sirvió de mucho porque el campeonato lo ganaron ellos, el único consuelo fue que el chinito Huezo fue campeón goleador.

El futbol nos identificó en todo, se necesitaba esfuerzo, dedicación, disciplina, era una verdadera carrera profesional, pero llena de imaginación.

En mi memoria el fútbol es  poseer una pelota con la que jugaba hora tras hora, tirar a un muro, una, dos, tres, cuatro, cientos de veces tratando de golpear el mismo punto, luego hacer efectos a la izquierda, derecha, recto, en curva, lenta o rápida, era lo mismo que usar un instrumento de escritura, donde la pelota era caligrafía o garabato, el talón era el pincel con el empeine hacia izquierda, derecha, punta, palmo, pateando la pelota abajo, en medio o arriba, era una comprensión del peso del balón con su tamaño.

Ese conocimiento como en la vida no te regalaban nada, aunque algunos nacían con una habilidad prodigiosa, ellos eran fenómenos.

La magia era practicar y practicar, pero el problema era que los zapatos se dañaban rápidamente, no soportaban tanto maltrato, de ahí el límite de nuestro pobres recursos. No obstante Julio Jaime era un chico pobre, que no pudo continuar sus estudios por los límites económicos, sus padres los dejaron a su suerte, entonces incursionó en el fútbol, así un día el entrenador se fijó en él, tiempo después debutó en ligas inferiores para luego ascender a la primera división, fue seleccionado nacional, pero la tragedia apareció de improviso, un día regresaba de un partido profesional y su auto se estrelló contra un camión.

El futbol es mágico porque transporta las edades, se precipita en un gol o te castiga cuando pierdes un partido, el trabajo en equipo es positivo y negativo, porque aplaude el ritmo de sumar una victoria pero cuando pierdes existen aves negras que no dudan en culpar a alguien, eso conduce a errores desafortunados, como el exilio de compañeros por errores mínimos, también quienes tienen menos habilidad o un cuerpo frágil sufre de estigmas para toda la vida, en ocasiones pueden superarlo en otras se convierten en traumas paralizantes.

La primera vez que formé parte de mi equipo dormí con el uniforme deportivo, era un honor pertenecer a la selección infantil, uno se siente héroe, único, privilegiado.

Ganar un partido es lo mismo que poseer una estrella de los dioses, perder es el abandono, es un profundo sentimiento de inhabilidad física o mental, nadie te ayuda, solo la meditación de corregir y corregir.

El inolvidable gol de la victoria, en el futbol se debe poseer un sentido de trayectoria, adivinar donde caerá la pelota, eso es práctica, es jugar sin balón, fabricar un espacio, esa proyección de imaginación del engaño o la visualización de lo posible segundos antes del evento; una tarde disputamos un partido las dos selecciones del intramuros, los uniformes empapados de sudor, la camiseta descolorida, la adrenalina al máximo, mientras el tiempo está por terminar, ahí estaba corriendo de un lado a otro, trotando o conteniendo el balón, yo adivinaba las jugadas, creía que el balón iría de un lado a otro cuando estaba en la esquina opuesta del centro colocado de un compañero o un tiro de esquina, lo mismo que acompañar la línea ofensiva.

El partido estaba 1×1  el tiempo terminaba, así que nos lanzamos desesperados por un gol, así fue, un habilidoso compañero corrió como libre por la banda izquierda mientras nosotros en paralelo seguimos sin balón, él llegó al área enemiga y lanzó un centro rasante,  adiviné el rumbo y la trayectoria la cual estaba fuera de mi alcance, por eso en último momento me lancé de cabeza con toda mi fuerza, para mi fortuna la pelota golpeó mi hombro con el milagro de una balón a la red… ahí se formó otro tumulto, mientras nosotros gritamos goooooool, ellos alegaron que fue mano, el tiempo terminó.

Hay finales felices, algunos que no lo son, otros no deben relatarse.

Los pequeños logros son el camino hacia el éxito después de años de esfuerzo.

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