Por David Alfaro
Antes hubo la pasarela Chichilco y un galerón de $100 millones, mal llamado «hospital». Y la ejecución del viaducto la han comenzado mal: dos obreros muertos, dos heridos, un empresario muerto, dos derrumbes y $156 millones gastados ya en trabajos contingenciales. La ineptitud de la dictadura es escandalosa.
El viaducto Los Chorros es otro monumento a la improvisación y la corrupción con sello oficial de la dictadura de #Bukele. Anunciado con bombos propagandísticos como un avance en infraestructura, el proyecto ya carga sobre sus columnas inacabadas el peso de vidas perdidas, millones despilfarrados y una ineptitud que raya en el crimen de Estado. Dos obreros muertos, dos heridos, un empresario fallecido, múltiples derrumbes y más de $156 millones gastados en “trabajos contingenciales”, son el saldo preliminar de una obra que ni siquiera ha comenzado formalmente y que, al final, costará más de $600 millones.
Este no es un caso aislado. La pasarela Chichilco, símbolo de la farsa populista, y el “hospital” de cartón de $100 millones —un galpón disfrazado de milagro sanitario— completan la trilogía de la estafa pública. Cada proyecto de esta dictadura es una operación de maquillaje sobre un cadáver institucional, una excusa para justificar contratos millonarios y para encubrir la absoluta falta de planificación, pericia y saqueo.
Los muertos, la ineptitud y la corrupción plasmados en el proyecto del viaducto Los Chorros, no es algo fortuito: es la consecuencia directa de un régimen que desprecia la técnica, pisotea la transparencia y se embriaga de poder. La muerte de trabajadores no es un «inconveniente logístico»; es el resultado de una maquinaria estatal que funciona a base de improvisación, culto a la personalidad y represión. La ineptitud y la corrupción, matan.
Cada dólar dilapidado en ese viaducto proyectado es un recordatorio de que en El Salvador del dictador, no hay rendición de cuentas. Cada derrumbe anticipa el colapso moral y estructural de un gobierno más obsesionado con la propaganda que con salvar vidas. El viaducto Los Chorros no conecta caminos: conecta la megalomanía presidencial con la tumba de la ética pública.