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EL DUELO, ETAPA DE VIDA

Harriet Amiet, S.R.C. (No. 5)
(Traducción de Marta Eugenia López Subirós, S.R.C.)
De la Revista El Rosacruz, abril/junio de 2010

La tensión, necesaria para la supervivencia
Sin la tensión como factor que desencadena la energía de supervivencia, el ser humano no va muy lejos. Un determinado nivel de tensión es necesario con el fin de garantizar la supervivencia y los actos creativos. En efecto, la tensión causada por distintas situaciones estimula la secreción hormonal de las glándulas, que influyen sobre los distintos órganos y el comportamiento del ser humano. Un cúmulo de tensión, sin posibilidad (de expresión) bloquea la circulación de las energías y emociones. Está claro que el aprendizaje de la vida influye también sobre el comportamiento y por lo tanto, la producción y la circulación de las hormonas en el cuerpo. Estos dos factores van juntos a determinar las reacciones ante un cambio.

Atreverse, osar, es permitir surgir a lo nuevo
La primera tendencia ante un factor de tensión es querer huir o retirar el objeto perturbador. No se quiere que la situación se presente tal como es de verdad. O más fácil es hacer como el avestruz en caso de peligro: poner la cabeza bajo tierra para no ver o eliminarlo de nuestra vista de cualquier manera. Como el luto forma parte de nosotros mismos, no es posible huirle. Cualquiera que sea la actitud adoptada para volverlo inexistente es imposible escaparse. Un sufrimiento, que puede a veces parecer insuperable, se instala. Otra actitud consiste en intentar la resistencia a este estado, pero se limita en el tiempo ya que muy rápidamente, el agotamiento se instala con sus señales. Al cabo de algún tiempo, tensiones interiores se instalan y se vuelve difícil hacer frente a toda situación de tensión. El mecanismo de defensa que consiste en seguir el acontecimiento sin realmente tomar parte, no permite colocarse ni expresarse. Para ayudarse a vivir mejor, modificar su comportamiento “tipo” y desarrollar otro, permite encontrarse más cómodo en la situación. Es un poco como navegar, “surfear” sobre una ola dejándose llevar por ella. El destino depende del movimiento de la ola y no de la propia persona. Cuando no hay toma de consideración de los verdaderos valores íntimos, esta actitud desemboca en un descontento o insatisfacción: aprender a “surfear”, es dejarse llevar por la ola, lo que es insuficiente para la realización de sí.
Falta una cuarta reacción que permite un desarrollo personal y la realización del factor desencadenante de la tensión. Planteándose la pregunta “¿qué puedo hacer para que eso vaya mejor?” se aumentan las posibilidades de descubrir otros valores y otros potenciales que son consustanciales a la intimidad de cada uno. Eso requiere, entre otras cosas, una modificación en la manera de relatar el acontecimiento y la forma de decirlo a los otros. La forma en que se cuenta una experiencia influencia la calidad de la vida. Esta cuarta actitud permite preguntarse y expresarse sobre los aspectos que nos parecen favorables y desfavorables con el fin de hacer una síntesis que permite al ser humano construirse y ser lo que debe ser. Es aprender a observar diferentemente con el fin de mejorar las condiciones de la vida y reconsiderar la situación.
Llega un momento en que el sufrimiento del deudo es tan grande que es necesario reexaminar los datos. Es en ese momento que conviene atreverse a actuar de forma diferente. Esto requiere detenerse y reubicarse. Un cuestionamiento acompañado de una evolución en la manera de pensar y actuar, a veces es la única actitud válida con el fin de permitir una nueva percepción más adaptada al bienestar del deudo y reencontrar la armonía, aunque no sea cosa fácil. Aprender un nuevo comportamiento demanda del tiempo valor, honradez y perseverancia, ya que no es fácil dejar las sendas conocidas aunque sea para mejorar. existen distintas reacciones posibles para encontrar el bienestar. Estas distintas posibilidades se resumen en dos palabras: atreverse, osar…

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