A 10 años de su beatificación
Luis Rafael Moreira Flores
Colaborador
Durante 26 años, la Comunidad Monseñor Romero de la Cripta de Catedral ha mantenido fielmente el legado del amado pastor y mártir de El Salvador. Este compromiso duradero, evidente cada domingo desde el 23 de mayo de 1999, trascendió en un profundo momento de alegría el 23 de mayo de 2015, con la beatificación de Monseñor Romero, el primer santo salvadoreño de las Américas.
Si bien los restos de Monseñor Romero han descansado en la Cripta de Catedral junto a otros salvadoreños prominentes durante décadas, fue la llegada de la Comunidad Monseñor Romero lo que realmente transformó el espacio. Lo que alguna vez fue un mausoleo olvidado se ha convertido en un vibrante centro de fe, recuerdo y colectividad. El viaje de la «oscuridad a la luz», como lo describe la comunidad, es un testimonio de su inquebrantable dedicación.
La génesis de una comunidad
«La historia de la comunidad comenzó el 23 de mayo de 1999, con la primera Eucaristía», recuerda Teresita Alfaro, una de las mujeres fundadoras de la comunidad. «En ese entonces, la nave principal de la catedral estaba casi terminada con su reconstrucción, y la cripta era prácticamente una bodega, donde se tiraban todos los desechos de la construcción de la nave principal».
A pesar de las difíciles condiciones, un llamado a la acción resonó. «Fue un domingo de Pentecostés cuando comenzamos con la primera Eucaristía», relata Alfaro. «Las condiciones físicas del lugar no eran las más deseables, pero en medio de todos esos escombros de construcción estaba esta joya enterrada, encerrada y escondida: el lugar donde estaban los restos de Monseñor Romero».
Alfaro describe cómo se formó la comunidad, impulsada por el deseo de crear un espacio de fe y esperanza y de reivindicar el legado del pastor-mártir. «Nos animó una invitación que empezamos a escuchar por la radio sobre el próximo 20 aniversario del asesinato de Monseñor Romero, y que se estaba preparando una misa. Empezamos a llegar el día anterior [22 de mayo], a esparcir cosas, a colocar bancos y a preparar un lugar para la Santa Eucaristía. Y ahí hemos estado, desde ese 23 de mayo de 1999, hasta hoy».
Inicialmente, la comunidad estaba compuesta principalmente por mujeres, con hombres uniéndose gradualmente a sus filas. «Estamos llenas de mucha esperanza para seguir adelante», comparte Alfaro, aludiendo a muchas anécdotas no contadas.
Evolución y pilares perdurables
Hoy en día, los visitantes de la Catedral son recibidos por un monumento de bronce que representa escenas del martirio de Monseñor Romero, una evolución significativa bajo la mirada de la comunidad y los diversos párrocos. Esta colaboración ha fomentado la armonía entre feligreses, turistas y ciudadanos que buscan seguir los pasos del santo.
«Hemos pasado por unos siete encargados de catedral y dos obispos», señala Alfaro. «Sáenz la Calle estaba allí en 1999 cuando comenzamos la comunidad; hoy estamos con José Luis Escobar Alas. Así que, dos obispos, siete encargados o párrocos de la catedral, y hemos caminado entre esas luces y sombras que se han presentado en el camino. Pero bendito sea Dios, la comunidad, a pesar de todo, ha mantenido su deseo de compartir ese legado de Monseñor Romero que nosotros mismos hemos ido aprendiendo cada domingo».
La comunidad se nutre de dos pilares fundamentales que la distinguen y atraen a fieles de todo el Gran San Salvador, así como a delegaciones de peregrinos de otros departamentos y países. Según Alfaro, estos pilares son:
Enraizados en las palabras de Romero: «Desde el principio nos propusimos que todas las Eucaristías, peticiones, ofrendas y súplicas se tomarían de las homilías de Monseñor Romero», explica Alfaro. «Así que hemos pasado estos 26 años con personas que nos han apoyado mucho, personas que ya no están con nosotros, que ya están en la esperanza de la resurrección, mucha gente de la comunidad, otros que se retiraron y otros que se unieron. Así que continuamos con ese deseo de seguir compartiendo el legado de Monseñor Romero hasta que el Espíritu Santo nos conceda esa gracia».
Una comunidad de solidaridad: «En nuestra comunidad convergen diferentes generaciones, familias enteras que vienen, que comparten y que se dan la paz como buenos hermanos de una misma comunidad que defiende a los más vulnerables, que se pronuncia ante los atropellos del pueblo y que cree en un El Salvador con vida, dignidad y soberanía».
La Comunidad Monseñor Romero se erige como un faro de fe, un testimonio del poder perdurable del mensaje de un santo y un santuario vivo donde su espíritu sigue inspirando y uniendo.
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