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De la decepción a la esperanza (II parte)

Iosu Perales

El mapa de los resultados del 28 de febrero es contundente. Hemos perdido en toda la extensión de la palabra. Ahora, NI echará el lazo a mucha gente del partido susceptible de aceptar un cargo, un puesto de trabajo, o una forma de vida. Para hacerlo cuenta con que ya tiene tentáculos colocados en el FMLN, buenos asesores que fueron nuestros camaradas, tiene recursos, bastantes recursos. La conclusión es que el FMLN está en peligro y habría que saber cuantos militantes y simpatizantes están dispuestos a defenderlo y reconstruirlo. Todo lo que sea contemporizar es hundirnos más, todo lo que sea dejar pasar el tiempo ahondará la derrota.

Se impone abordar nuestras debilidades no resueltas y, sobre todo, recomenzar de nuevo. Pero hacerlo no está fácil con la media de edad que tenemos. Necesitamos de la vieja guardia la generosidad de ponerse al servicio de jóvenes, que los hay y muchos, dispuestos a repensar y recuperar el partido. Es el momento de conversar y discutir con los jóvenes, escucharlos y ayudarles. Sacarlos también de la trampa de escuelas de formación con programas obsoletos para procurarles pensamiento crítico, conocimiento incluyente y vínculos cotidianos con las comunidades, con la población.

Hablo de un relevo que no es exactamente lo que se denomina “dirección joven” que, en mi opinión, es una vieja dirección. Vieja porque defiende los postulados viciados de quienes les apoyan, algunos de los cuales declaran abiertamente su alianza con un gobierno neoliberal y autoritario por más que su lenguaje sea formalmente antiimperialista. Eso ya lo vivimos en la URSS cuando se  defendía el capitalismo de Estado con un lenguaje marxista.

¿Qué hacer?

Para empezar, necesitamos redefinir nuestro horizonte social. ¿Por qué hace falta el FMLN?, ¿por qué dedicar tiempo y sacrificio a recuperar el partido? La respuesta supone preguntarse ¿qué sociedad habitable queremos? Pero este un asunto que requiere otro documento.

Estamos viviendo un cambio de época y hay izquierdas que apena se enteran. El peso de las ideologías es cada vez menor. Y para nada digo que estamos ante su final. En absoluto. Lo que digo es que ha aumentado el peso de la ética y la moral en la crítica a instituciones, gobiernos, partidos. Y liderazgos. Bukele ha ganado sin programa apelando a una falsa “limpieza moral” de las instituciones. Yo soy partidario de tener un programa, pero al parecer para ganarse el apoyo electoral de la ciudadanía no es tan necesario. Lo es más para nosotros mismos, porque necesitamos una brújula para navegar, saber qué queremos y por dónde ir.

A la hora de prepararnos para seguir la lucha nosotros necesitamos con cierta urgencia equiparnos para trabajar con nuevas tecnologías, nuevos mensajes y nuevos medios de comunicar, así como con nuevos conceptos. El viejo discurso de lugares comunes pide a gritos uno nuevo, capaz de nombrar correctamente los problemas de nuestra sociedad, de diagnosticarlos y proponer soluciones, impulsando la transversalidad.

Una alianza con la gente

El desplome en las urnas no significa el fin, pero si el retroceso de cuanto representamos. A la vez nos señala que nuestro proyecto político necesita ser repensado, refundado, desde una reflexión colectiva que no puede aplazarse. Lo que está detrás de lo ocurrido es una pérdida de confianza de mucha gente hacia el FMLN, algo que sólo podrá subsanarse reconstruyendo la alianza con la gente, con el pueblo. Revitalizando la organización y sus mensajes. Para ello, “las dirigencias” de hoy y de ayer deben ponerse en modo “escucha” y recoger críticas, opiniones y sentimientos, de la militancia y de votantes.

Todo lo ocurrido en los últimos años nos invita a una reflexión que desvele los errores cometidos. Sin este ejercicio es complicado tener credibilidad para hacer una alianza estratégica con la gente. Todo lo que sea dar la espalda a esta realidad y no hacer un esfuerzo por identificar qué hemos hecho mal, solo nos llevaría a un mayor declive partidario y por ende la izquierda salvadoreña pasaría a ser un espacio político vacío, minimalista.

En los momentos de dificultad, el espíritu revolucionario apela a las más íntimas convicciones en los ámbitos de la conciencia, de las ideas y de los valores, para llevar a cabo una resiliencia que desvela la verdad o la mentira de lo que decimos ser. El acceso al poder es importante para llevar a cabo las transformaciones que se desean, pero tan importante es el cómo se llega al poder. No todo vale. No vale el transfuguismo ideológico y político, la corrupción, la mentira, la codicia que lo sacrifica todo a la rentabilidad. El poder a cualquier precio, no. La mediocridad busca sobrevivir a como de lugar, siguiendo la afirmación de Groucho Marx: “Estos son mis principios, si no le gustan tengo otros”. Podría decirse que muchas de las células de esa izquierda mediocre están muertas.

Naturaleza de nuestra crisis

Tenemos una crisis de ideas, una crisis de orientación y una crisis de identidad. Abordar estas crisis no es fácil. En casi todas partes del mundo, se va ensanchando la sima que separa las proclamaciones revolucionarias, más o menos abstractas, de las políticas cotidianas cada vez más insertadas en los mecanismos del sistema dominante. Sobre este fenómeno hay que reflexionar, por lo que tiene de amenaza de desnaturalización de nuestro partido, ahora más que en toda su historia.

Es un hecho que la izquierda como sub-civilización o sociedad alternativa sigue sin ganar la batalla frente a la civilización capitalista. Y este hecho explica asimismo un desgaste en la ambición reformadora y la consiguiente huida de personas que una vez fueron revolucionarias hacia posiciones de un realismo que llaman pragmático, pero que es conservador. Por detrás se encuentra el afán de tocar e incluso compartir poder a cualquier precio.

¿Hay algo que se puede hacer? Mucho. Ese mismo mundo que parece lucir fuerte ante los pueblos y la izquierda, tiene los pies de barro. Sus enormes fracasos sociales, medioambientales, demuestran su enorme debilidad, unido al declive de la arcaica democracia liberal, ahora neoliberal. Si recuperamos el legado moral de la mejor izquierda de nuestros años como fuerza combativa, podremos refundarnos con nuevas y mejores expectativas. En ninguna parte está escrito que la perplejidad que nos produjo la caída electoral no pueda ser superada y vencida.

Demos el primer paso de un nuevo tiempo, revitalizando el agrupamiento de todas y todo aquellos que no estamos con Bukele.

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