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De la decepción a la esperanza (I parte)

Iosu Perales

Estamos viviendo un cambio de época. La política sigue cayendo en el descrédito y la democracia no despierta entusiasmo y también se encuentra bajo sospecha. En un mundo convulso, injusto y violento, la ciudadanía acumula malestares como consecuencia de que los problemas de interés general lejos de solucionarse se deterioran aún más, con el agravante de que desde los gobiernos e instituciones inter-gubernamentales no se dan las respuestas que la ciudadanía espera. Al contrario, el sistema no funciona y sus promesas no llegan a ser realidad. Este es un contexto de desánimo y desconfianza.

En este escenario general, pesimista, la política y los políticos no están a la altura de las necesidades. El Estado es visto como un posible botín y la corrupción es la reina de la mala gobernanza. Con la diferencia de que cuando la derecha se lleva dinero púbico comete un robo, pero si lo hace la izquierda es peor, comete un acto de traición para sus votantes. De modo que no es extraño que, desde adentro de la democracia, surjan fenómenos populistas encarnados en personajes con vocación de autócratas y caudillos, que logran explotar los malestares, las desilusiones y desesperanzas, blandiendo discursos manipulados, apocalípticos, de denuncia indiscriminada y demagógica de la política.

Según los populismos que dan soluciones sencillas a problemas complejos, creando expectativas infladas, de lo que se trata es de hacer caer a los infiernos a la política, a los partidos y los políticos, presentado a personajes que se proclaman providenciales, como salvadores.

Pero los populistas como el presidente Nayib Bukele no son como otros que en la historia de América Latina reunían multitudes en las plazas y la activaban políticamente. Al contrario, utilizan las nuevas tecnologías, para instalarse en las redes sociales con citas y mensaje incendiarios, hasta terminar construyendo un ejército de seguidores que vuelcan una fe emocional en el nuevo caudillo. Desde su propia casa o de cualquier otra burbuja toman decisiones que transmiten a sus fieles. Sus mensajes cortos han de ser provocadores, contundentes, retadores frente a los partidos que se trata de destruir. Pero huyen del debate. Así, por ejemplo, Nayib Bukele no aceptó debatir en público. Fue una decisión sabia para evitar que se le vieran las costuras.

Así es como en un contexto mundial de crisis de la política y de la democracia, surgen personajes como Nayib Bukele que actuando como propietarios del Estado se burlan de la división de poderes, de las leyes y normas, y pasan a gobernar desde su particular compendio de reglas del juego. Se burlan asimismo del parlamento cuya labor es contrapesar y fiscalizar al Gobierno. “El Estado soy yo”, que dijo Napoleón.

El populismo juega con ventaja, No acata protocolos ni normas, son los caudillos los que deciden qué puede hacerse y que no. Sus decisiones no tienen límites.

Victoria y derrota anunciadas

Lo ocurrido el 28 de febrero ha respondido a lo previsto por las encuestas de la UCA (Universidad Centroamericana), tal vez lo sorprendente ha sido la velocidad y la fuerza con que Bukele ha logrado colocarse en el centro de la política y de la alternativa que dice representar. Esto no lo he visto en ninguna otra parte.

En realidad, lo ocurrido comenzó a gestarse en 2015. Aquellas elecciones legislativas y municipales, nos dejaron ver una bajada de apoyos, pero no pudimos o quisimos sacar lecciones. Pasar de 29 a 23 escaños no era cualquier cosa, pero lo atribuimos a un accidente pasajero. Lo que realmente ocurrió es que entonces se fueron expresando malestares que no gestionamos bien. Hubo críticas hacia arriba en torno a la conformación de candidaturas, pero no tomamos las medidas de corrección adecuadas. Hubo seguramente un componente generacional en ese momento, para el que la referencia de la dirigencia histórica perdió autoridad moral. Puede ser atrevido lo que digo, pero creo que es bastante cierto.

A las presidenciales de 2019 fuimos sabedores de que perdíamos. Pero todavía había esperanza. Previo a los resultados, los intentos de neutralizar a Bukele fracasaron. El partido FMLN puso dificultades para la formalización jurídica de la candidatura de Bukele, al carecer de partido.

Pero encontró en GANA el marco legal que le permitió presentarse a las presidenciales, sin partido propio, pero con una gran capacidad para montarse en la ola de malestares diversos que confluían en la crítica feroz a los dos grandes partidos. Su discurso antisistema, populista y muy emocional, apeló a la honradez frente a la corrupción -un discurso más demagógico que otra cosa- pues el mismo Bukele y sus amigos como J. L. Merino, han cometido numerosos actos de corrupción. Se presentó sin programa, pero eso a la mayor parte de la gente no le importaba.

Sucedió que encontró apoyos en miembros significativos del FMLN que, críticos con la medida de su expulsión, vieron en Bukele a un ganador. Mi valoración de este transfuguismo es muy dura. Pero ahora me interesa más centrar mi punto de mira en nuestra incapacidad para ver lo que realmente estaba pasando. ¿Cómo no advertimos que teníamos agujeros en nuestras filas?, ¿y si lo hicimos por qué no tomamos medidas?, ¿cómo seguimos minusvalorando la proyección de Bukele? Esto último desvela, seguramente, que no estábamos bien conectados con el pueblo y lo que este nos decía no lo quisimos o supimos escuchar.

Ocurrió algo que da que pensar: Bukele sorprendió cuando se presentó sin programa. Al hacerlo así el FMLN creyó haber encontrado un filón para la crítica. ¿Qué puede esperarse de un candidato sin programa? Sin embargo, a la gente no le importaba el programa que casi siempre se incumple, le importaba más escuchar y apoyar a un tipo que mostraba cierta rebeldía frente al sistema. Era una trampa, pero Bukele inmediatamente supo y pudo montar un ejército de jóvenes entrenados en redes sociales, y con ello organizó el primer gran embrión de su partido Nuevas Ideas. No le importó a la gente que Bukele plagiara ideas y propuestas de tesis universitarias, por ejemplo. O que propusiera un aeropuerto en el interior del país, similar a otro de los Emiratos Árabes. Sus propuestas electorales eran casi ridículas, sin sostén financiero, irrealizables. Pero ¿a quién le preocupaba eso? La gente estaba encantada con alguien que daba duro a la derecha y a la izquierda autocomplacientes.

Nos hundimos un poco más cuando fuimos divididos a la elección de la Secretaría General del partido en 2019. Lo hicimos bajo el impacto de la severa derrota electoral, todavía sin tener entre manos una reflexión amplia y profunda de lo que nos estaba pasando. ¿Por qué no hubo un documento -al menos yo no lo he visto- que nos diera un poco de luz en la oscuridad? La convención fue una manifestación de división expresada en dos candidatos. Algo que debe ser normal y democrático en cualquier partido, como es la presencia de más un candidato para ocupar el puesto más alto en la organización; en este caso, con la derrota electoral todavía caliente, fue un error. Sí o sí deberíamos haber acordado una candidatura. La guinda fue que uno de los dos ellos se autoproclamó vencedor, mientras el otro desmentía la victoria del rival. ¡Lo que nos faltaba!

En medio de estos avatares, el desagradable asunto de la corrupción fue tomando fuerza. No bastaba que el centro de nuestra atención lo pusiéramos en la negación, ya que el problema estaba y está en la percepción de la gente, haya mucho o poco de verdad. Lo cierto, además, es que cuando la derecha mete la mano en el dinero público, lavado de dinero o mordidas, se dice que roba. Cuando lo hace la izquierda es peor, porque de la izquierda se espera ejemplaridad. Lo cierto es que la bola de corrupción toca a nuestro partido y le hace daño. En particular la figura de J.L. Merino viene siendo el foco de los señalamientos, como también nuestra dirección del FMLN -la de antes y la de ahora- es el foco de las críticas, en la medida en que no ha movido ficha para sacarlo de la organización. ¿Por qué se ha dejado que Merino siga como miembro del partido al tiempo que apoya a Bukele, se dice que incluso financieramente, con fondos que pudieran provenir del ALBA? Si esto no es verdad hay que aclararlo y decirlo, pero si lo es resulta inexplicable la falta de medidas sancionadoras. Esta extraña situación ha convivido y convive con una campaña merecida y brutal que hemos dedicado en las redes a Bukele. Pero ni la crítica ni el insulto han funcionado. Desviamos el foco, nos confundimos, y apenas lo pusimos en nosotros mismos. Y es que, Bukele ha ganado las elecciones al tiempo que nosotros las hemos perdido al no hacer nuestros deberes. Parece que ahora mismo no somos la esperanza.

En todo caso, frente a rumores y especulaciones, en alguna parte debe estar la verdad. Esa verdad que nos enseñó el Che.

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