Memoria histórica sin archivo
Testimonio de F. T.
Rafael Lara-Martínez
Tecnológico de Nuevo México
Desde Comala siempre…
…No basta recordar. Hay que saber olvidar si los recuerdos abundan…
La labor de pesquisa fue minuciosa. Había de hurgar la biblioteca de Babel en todos sus estantes —reales y virtuales— hasta localizar la vida pública del poeta en su flujo ambulante, las publicaciones errantes. Si tal obra representaría una nación en su conjunto, los lugares más idóneos para transcribirla se llamarían México, Cuba, República Checa, Chile, etc., Vietnam quizás. Acaso la verdadera patria no la establecía un lugar; la instituían una lengua y una temática nacionalista. Por estatuto poético, lo económico y determinante los regulaban lo político e ideológico. El idioma que calcaba lo real imaginaba el destino de un país desde la distancia. La “patria” no la limita un territorio geográfico sino se extiende por “el tiempo de lo poético”.
Con ese manar constante —eco de un río grande y bravo— en la oficina se agolpaba una diseminación de escritos. Llegaban sin orden fijo y algunos carecían de denominación de origen. Ediciones mecanografiadas, periódicos de la época, revistas de corto tiraje, ediciones Andrea, Laura, Ocnos, y oficiales de Casa de las Américas, antes de todo renombre y canonización. Como la percepción de los hechos varía según la moda, las trovas de “un falso lenguaje, “vacío” sin “contacto con nuestra realidad”, luego duplicarían en mapa borgeano el país mismo. Igualmente sucedía con los libros de historia; al callar su largo proceso de escritura, transcribían dictados a la letra sin temas armónicos en variación.
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Ingenuamente, F. T. creyó que algún día el paradero de ese expediente sería el país de origen. No bastaba publicar fragmentos escogidos de una obra, sino que debía ponerse a la disposición de las generaciones futuras un legado escritural en su contexto amplio. Entre versos laureados y reversos literarios, la memoria triunfante solía destacar las honras que le exigía el logos epitaphios como discurso mítico del pretérito. Sólo el archivo público le permitiría a cada nueva progenie evaluar de manera crítica el pasado. Empero, monolítica y celosa, la verdad anhelaba encumbrarse hacia el fin de la historia. Erigía un monumento a la introspección y, sin lugar a lo diverso, se negaba a recibir el archivo, por clasificar y ordenar, antes de ofrecerlo al servicio del público.
En una sociedad que jamás se regiría por la lógica primitiva del don y del contra-don, se designe derecho de autor, privacidad de la información, etc., la negativa por exhibir el archivo afectará la conciencia de una nación, alzada sobre una huella quebrantada del pasado. Los hechos que recolectase la memoria siempre serán más simples que la unidad mínima de la materia —onda y partícula a la vez— al evadir versiones contrapuestas. Sin el contrapunto musical que derivaría de lecturas sinfónicas del archivo, la monofonía grabará la pauta melódica.
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