Caralvá
Intimissimun
Glup, glup, glup… así era el sonido gutural en mi estado de inmersión, pero con más desesperación, esa que te hace agitar brazos, pies, cuerpo en un frenético esfuerzo por salir a la superficie.
Aquél fue un día festivo en el colegio, ellos organizaron un evento para visitar el Lago de Ilopango, al sitio denominado Apulo, típico centro turístico con sus muelles, barcazas, lanchas, canoas, con un equipo acuático de entretenimiento; llegamos a un rancho con la alegría colegial, nos dispersamos en sus bordes, el lago inmenso con su magia líquida, los inofensivos oleajes tan mansos que provocan piedad a los visitantes, el sol, la brisa, con tanto ruido de chicos apresurados en incursionar en las aguas cristalinas, en las cuales puedes ver el fondo a unos cuantos centímetros en realidad la vista engaña, no son centímetros sino metros de profundidad.
Nos lanzamos al agua hasta el nivel de las rodillas, un flotador insumergible al estilo de una plancha era la meta de alcanzar, se trataba de flotar o nadar unos 5 o 10 metros, fácil para nuestra voluntad, la vista engaña por la paralaje visual, el fondo es visible, así que mientras observáramos el fondo según mi creencia no pasaría nada.
Uno de los chicos era obeso y flotaba naturalmente o en su defecto sabía cómo hacerlo, así que algunos ya había llegado a la plancha flotante, desde ahí hacían juegos, el gordo se encargaba de llevar a los amigos a la base; cuando regresó varios nos aferramos a su espalda, el caso es que éramos muchos, entonces el gordo a medio trayecto grita ¡suéltame, suéltame! entonces se sacudió varias manos, ahí fue el problema, varios de los expulsados del flotador humano comenzamos a desear alcanzar la plancha…
Al soltarnos nos hundimos, era una situación inesperada para los que no sabíamos nadar, entonces agitando los brazos lograba salir por momentos a flote, pero otros a mi lado se apoyaban en mi hombro para salir a la superficie, no veía nada, solo una borrosa imagen de agua con luz al final, mientras en la plancha mis compañeros observaban.
Al asfixiarte entras en shock instantáneo, por reflejo dejas de respirar pero los pulmones te obligan a tomar aire como sea, aquello era un frenesí de varios amigos ahogándonos simultáneamente, es inolvidable cuando tocas fondo del lodo y te impulsas hacia arriba para que manos desconocidas se apoyen en tus hombros y de nuevo sientas el pegajoso tacto con algas, además arena o rocas en tus pies… los segundos son eternos mientras el aire se termina, no piensas en nada, tienes confusión y estás desesperado por respirar.
A punto de fenecer alguien de la plancha se lanzó y como pudo me sacó del lago… poco a poco en la orilla vomitas agua, respiras con fuerza, todos te rodean, mientras otros compañeros de infortunio también están a tu lado, ese día no era nuestro momento de muerte.
Después de un poco tiempo, tienes un sentimiento de culpabilidad, fragilidad, vergüenza, coraje, abandono y hasta disposición por superar ese momento, pero ese día no volví a meterme al lago, fue suficiente. Nadie pareció darse cuenta del evento, lo tomaron con naturalidad… fue irresponsable.
En otra ocasión ese mismo año el colegio tenía una orquesta infanto-juvenil, a la cual pertenecíamos varias generaciones de estudiantes, las edades entre ocho y quince años eran abismales, pero salían buenas notas de ese conjunto musical. Un día los curas organizaron una excursión a Nicaragua justamente a sus lagos, ahí estábamos disfrutando de piscinas privadas o quizás eran dos áreas construidas de recreo, como quiera que fuese de nuevo mi imprudencia me hizo lanzarme como otros al observar su facilidad de flotar, la vista de nuevo jugó en mi contra al engañarme el fondo a unos cuantos centímetros, caminé sobre su piso, pero a unos pasos la profundidad absorbía todo, de nuevo la asfixia líquida, la desesperación de ver la luz lejos, la caída al fondo que no tocaba… afortunadamente en este caso los curas previsores llevaron un salvavidas que me rescató, mi caso fue ejemplar aunque por mi edad todo el mundo lo tomó con humor, menos yo… de nuevo uno tiene un sentimiento extraño, la muerte no es agradable.
Relaté a mis padres esos eventos, ellos decidieron enviarme a clases de natación, tendría acaso nueve años o diez, caminaba de casa al Estadios Mágico González, antes denominado poéticamente: “Flor blanca” nombre evocador de escenas rurales de nuestros campos, en esos tiempos abundantes de agua, ríos, aves migratorias, mariposas estacionales, la vida apacible; caminaba alrededor de una hora hacia una piscina pedagógica de veinticinco metros al costado norponiente de la cancha de fútbol, había otra de cincuenta metros para avanzados al sur poniente, separadas por escalinatas con sus rejas; en esencia era un Estadio de Fútbol.
Ahí aprendí por fin las nociones básicas, desplazamiento simple, respiración, brazadas, estilos esenciales: dorso, pecho, libre, mariposa, aquél grupo era infanto-juvenil mixto, habían chicas con trajes especiales, maestras y maestros; las clases de una hora eran extenuantes de cuatro a cinco de la tarde en los llamados cursos de verano, el retorno a casa era agotador por la caminata, entonces dormía.
Un día alineados al borde de la piscina según la orden de los maestros, nos alienamos alternos entre las chicas, algunas eran extranjeras, hablaban medioespañol con alemán, eran simpáticas pero distantes, en ese momento una maestra se paseó por el borde de la piscina con su traje de medio-blusa y calzoneta, uno de los chicos al momento de pasar hizo un Bobby (burbujas bajo el agua) emergiendo al paso de la maestra… las chicas extranjeras le dijeron eres un voyer-peeper-mirón… unas palabras raras, mientras le daban un codazo… el pobre rojo de vergüenza no dijo nada… la risa invadió al grupo.
Al final del curso hicieron una competencia, había chicos que sabían nadar, yo apenas evitaba ahogarme, mi espíritu competitivo surgía de mi ser, así que me preparé haciendo ejercicio, pero no lograba el estilo apropiado, al final llegué segundo, nada mal para dos intentos fallidos de muerte bajo el agua.
Después de eso, nunca más olvidaría nadar, había derrotado a la muerte por asfixia de inmersión, no le temería más, un gran logro para un chico de mi edad, de solo pensar que en dos ocasiones por poco me abraza la muerte y haber sobrevivido, me provoca muy buen humor.
Al nadar uno tiene desplazamiento simple, avanza en ese medio líquido, te deslizas sin miedo, después de eso creo que sigo nadando toda la vida, porque el mundo es como una piscina, con metas, tiempo, competencia, esfuerzo, respirando, en un medio hostil diferente al humano… me veo nadando, nadando, nadando.
Años después un maestro que había sido de la USN United States Navy Marina de Guerra de EE.UU nos enseñó a nadar con “malicia”, son desplazamientos que imitan a los delfines o anfibios en forma sigilosa… pero eso es otro cuento. amazon.com/author/csarcaralv
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