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Carta a los sindicatos y al movimiento social

Oscar A. Fernández O.

El desempleo, cure la inflación, there la caída de los niveles salariales, la falta de inversiones sean productivas, de infraestructura, o sociales y la ausencia de nuevos empleos como consecuencia de la crisis neoliberal, que repercute sobre todo en las grandes masas trabajadoras, forman un conjunto de fenómenos que va destruyendo el tejido social, desestructurando las lealtades institucionales, rompiendo los lazos sociales, abriendo camino a la violencia, las drogas y la criminalidad en sus diversas formas de expresión.

En la historia de la humanidad, a excepción de algunos paréntesis de independencia popular, el autoritarismo impuesto desde las instituciones políticas –desde los antiguos imperios hasta las democracias liberales de hoy, pasando por monarquías absolutas- el régimen de propiedad privada de los medios de producción y la sociedad hetero-patriarcal, sufrida concretamente por el género femenino y las personas homosexuales,  han sido los grandes bozales de los pueblos, a través de esas instituciones políticas que nos gobiernan desde hace siglos, y que aun con un largo historial de modificaciones y transformaciones de índole superficial, han mantenido como cuota indispensable para las clases desposeídas y los colectivos oprimidos, la sumisión, la servidumbre, el hambre y la miseria.

Las armas principales del movimiento obrero, como la huelga y otras formas de suspensión del trabajo, pierden fuerza en la medida en que amplias masas de desempleados o recién llegados a la actividad laboral están siempre dispuestas a sustituir a los trabajadores activos, muchas veces por salarios miserables que convierten el trabajo en algo indigno. Por su lado, las posibilidades de lucha callejera, alcanzan cierto auge hasta que el cansancio y el enfrentamiento con formas despiadadas de represión hacen retroceder el movimiento que va perdiendo sus objetivos y abre camino a la acción del “los informales y los excluidos” que no disponen de programas de lucha organizados y consecuentes.

Estos años de recesión fueron combinados también con un período similar de represión institucional y regímenes de excepción apoyados en formas de terror estatal. En la década del 80 empieza la exigencia de pago inmediato de los intereses de la deuda externa ¬ aumentados debido al crecimiento  bajo la forma de “renegociaciones” irresponsables de las deudas y al aumento de las tasas internacionales de interés a partir de las decisiones adoptadas por Washington.

Esta combinación de recesiones sucesivas, regímenes de excepción, terrorismo institucionalizado, minimización del Estado y rebaja del nivel de vida de los trabajadores, fue seguida de una ofensiva ideológica contraria a las conquistas de los trabajadores y a las mejoras obtenidas por el conjunto de la población durante los años de crecimiento económico. La ofensiva ideológica neoliberal alcanzó su auge en la segunda mitad de los años 80, con la política agotada de los liderazgos políticos de la Unión Soviética y del sistema socialista europeo. A partir de la caída de los regímenes del llamado “socialismo real” se abrió una ofensiva ideológica neoliberal que implantó un verdadero terror ideológico. Cualquiera que reivindicara una crítica al capitalismo o al “fabuloso libre mercado” era inmediatamente segregado de los medios de comunicación de masas. ¡Era la época del “fin de la historia”, del fin del socialismo y del marxismo!

Si revisamos las perspectivas y la fuerza real de los movimientos sociales en Latinoamérica que pretendían modelos nacionales independientes o transformaciones clasistas puras (sea de la burguesía desarrollista industrial, sea del proletariado y sus aliados), probablemente concluyamos que estas orientaciones y prácticas perdieron durante más de dos décadas, su impulso vital. Paralelamente, es posible distinguir al mismo tiempo, la emergencia de nuevos actores sociales y nuevas prácticas colectivas, tanto en el seno de los movimientos sociales clásicos (obrero-campesino), como en el desarrollo de nuevos movimientos de género, generacionales, urbanos, étnicos, de derechos humanos, etc., que no llegan a plantearse metas ni acciones holísticas, es decir que abarquen estrategias y tácticas que evidencien la lucha de clases que a pesar de que ha permanecido oculta (por la despolitización de la política), existe a la base del capitalismo.

Durante varios quinquenios después, los movimientos sociales de la región estuvieron pues bajo el impacto de situaciones críticas. Sin embargo, no debemos culparlas en nombre de las dificultades económicas, pues era posible superarlas con políticas de preservación del interés nacional, rehusándose a pagar una deuda internacional altamente cuestionable y tasas de interés totalmente leoninas. Sin embargo prevalecieron los intereses ligados al pago de los servicios de la deuda, con las renegociaciones de la misma y las inmensas comisiones en moneda fuerte que aún se pagan. Se afirmó en este período una típica burguesía “compradora” en la región que se impuso progresivamente sobre los capitales locales, impedidos por las políticas neoliberales de sacar ventajas de los cambios del comercio mundial, que fueron casi totalmente aprovechados por los países asiáticos que no dependían tan directamente de los préstamos internacionales para sostener sus políticas de exportación y de crecimiento económico.

En este ambiente, las propuestas neoliberales encontraron un campo fértil y se enraizaron totalmente en virtud de la destrucción del socialismo soviético y euro-oriental. En realidad la concepción neoliberal penetró definitivamente en los partidos de izquierda llegando a su formulación más sofisticada en la llamada Tercera Vía que se explicitó en la década del 90. Se trataba de articular la tesis de que no hay alternativa para la concepción neoliberal de la economía. Esta economía expresaría la eficacia del libre mercado que no garantiza sin embargo los derechos sociales de los trabajadores. Sería necesario en consecuencia combinar el neoliberalismo económico con un programa de políticas sociales (o compensatorias, como lo plantean el FMI y el Banco Mundial al aceptar los efectos negativos “provisionales” de la “transición” hacia el “libre mercado”)

Era evidente la debilidad teórica y práctica de esta propuesta que fue en seguida abandonada en la medida en que el neoliberalismo se hacía cada vez más insostenible tanto en el plano teórico¬ doctrinario como práctico.

El movimiento obrero se encuentra aún bajo el efecto de estas confusiones ideológicas pero recuperó buena parte de su capacidad política durante el crecimiento económico sostenido de 1994 al 2000 cuando el desempleo cayó en Estados Unidos de 12% a 3,4%. La demostración de la posibilidad de volver al pleno empleo provocó un renacimiento de la militancia sindical, incluso en la reorientación de la central sindical AFL-CIO hacia tesis progresistas. La explicación de la pérdida de combatividad del movimiento obrero en los últimos años se encuentra en las dificultades de convivir con el desempleo creciente resultante de la situación recesiva endémica y la brutal represión como método para imponer las políticas neoliberales.

Por cierto que estos cambios han influido de modo muy significativo en América Latina, que cerró el ciclo de las dictaduras del cono sur y abrió paso a los ajustes y transformaciones que le impuso el denominado “consenso de Washington” en los años 90, transformaciones que han comprometido tanto la organización económica de nuestras sociedades como las tradicionales funciones del Estado, lanzando al desempleo a miles de latinoamericanos, ensanchando la brecha entre ricos y pobres y volviendo “informal” la economía y la subsistencia popular.

Actualmente, en Bolivia, Ecuador, Venezuela, Nicaragua, Uruguay y El Salvador, existen ya gobiernos populares y democráticos, sustentados en un amplio movimiento social, que derrotando el miedo y rompiendo con los modelos de dominación burgués, decidieron instaurar gobiernos productos de su voluntad de lucha, con un desarrollo cada vez mayor de conciencia emancipadora por el cambio verdadero.

En el caso de nuestro país, el movimiento obrero en la definición de su estrategia de lucha, debe entender que el Gobierno ya no está en manos de la burguesía (oligárquica) sino que es conducido desde una visión popular, lo que hace que deba distinguirse la acción de esta parte del aparato del Estado, con la oligarquía que sigue siendo el enemigo principal de la clase trabajadora y promotora de la liberalización laboral, una suerte de nuevo esclavismo. El movimiento obrero y social debe entender que el gobierno actual, está saliendo de un hoyo fenomenal cavado por las políticas neoliberales que abanderaron las derechas y ultraderechas oligárquicas, que hoy pretenden recuperar, a través de la sedición política y el terrorismo económico, sus tradicionales prerrogativas.

La clase trabajadora no puede perderse en la historia de este período, cuando es fácil confundirse con la dominación brutal de los intereses financieros sobre la economía, que coloca a las fuerzas productivas a su servicio, y pretenden que de nuevo el Estado aumente su intervención para transferir recursos hacia este sector especulativo. No pueden perderse cuando todo esto se hace en nombre de una ideología reaccionaria que se presenta como la expresión última de la modernidad y como el “pensamiento único”, resultado del fin de la historia.

El programa alternativo que se dibuja en la región no puede restringirse a una resistencia económica y cultural, más aún cuando la historia de América Latina pasa por un largo periodo de estancamiento económico con el abandono del proyecto desarrollista nacional democrático, confrontado a hierro y fuego por la imposición imperialista del Consenso de Washington y gran parte de la clase dominante local.

En tales circunstancias el programa alternativo de lucha, debe asumir un carácter total, el de un nuevo marco teórico y doctrinario que proponga una nueva sociedad, una nueva economía, una nueva civilización, una nueva forma de vivir y en especial, un nuevo rol de los trabajadores en el empuje del re- florecimiento de El Salvador.

La acción social popular es liberadora porque se orienta contra una lógica de dominación, no sólo contra una situación que se estima negativa a los intereses inmediatos. Su naturaleza es contra hegemónica. En esta transición entre siglos, por ejemplo, se han reavivado acciones contra el autoritarismo y la brutal explotación capitalista, el hambre y la pobreza, en una lucha inmediatista, pensando que ello hará “más humana” la explotación.

Esta demanda no se limita a denunciar el carácter materialmente brutal de las condiciones de vida de los pueblos dominados, sino que procura tanto la anulación o la transformación de un modelo de dominación, explotación y pobreza, que además de encontrarse en profunda crisis, descarga sus efectos en los pobres, los excluye y los aniquila. Es decir, se trata de quebrar la lógica de la dominación y la explotación; trocar la lógica de la desigualdad por la lógica de la igualdad y la libertad.

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