Caminar…

 

Por Wilfredo Arriola

 

Las conversaciones que suelen tocar fondo ocurren en varios escenarios, con los amigos de toda la vida, al anochecer en el abismo de la habitación y también, caminando. Caminar disipa las dudas, las tristezas, lo inconcluso que a su momento no tiene solución. Hay quienes lo suelen hacer con regularidad, con la clara intención de olvidarse un poco de aquello que no se quiere largar del todo, pero a su vez, irónicamente sirve para ordenarlo, ya lo diría el poeta en sus escritos “también el vacío se desordena”. Unos osados dirán que quisieran caminar directo hasta Rusia sin parar, como metáfora de que, en efecto, suele ser el momento que el propio terapeuta es uno mismo.

 

Recuerdo que ha habido momentos en donde caminar se torna una especie de preludio del desconcierto: caminar atravesándose la cancha cuando has perdido un partido importante, con la moral por el suelo, cuestionándote el bello arte de saber perder que nadie termina de conocer del todo, y quien lo afirma, tendrá algo de hipocresía en sus palabras. Caminar hacia la entrevista de trabajo que tanto se ha esperado y ese temblor de no saber qué hacer, o qué decir, pero caminar… caminar en el entierro de un ser querido, los últimos pasos que ya no conducen a donde estuviese esa persona especial, un caminar torpe, lerdo, acabado. Caminar a casa después del trabajo, un poco derrotado pero satisfecho, en la playa haciendo caminos, en el campo donde uno corrió en la infancia con amigos que ya no están, en el vecindario que te vio crecer, que ahora te ve envejecer. También en otro país, sin que nadie te conozca, que es adónde uno se da cuenta que un hombre sin historia es un hombre que será víctima del olvido, quizá como todos, pero más. La literatura siempre se afirma en la melancolía “Hay unos pasos que suenan a lo lejos/firmes como el grito de alguien que ruega auxilio/abro la puerta/ no hay pasos ni huellas/ solo una esperanza desecha en mi mirada…”

 

Caminar ordena lo perdido, pone en balanza lo que hace hincapié en la vida en ese preciso momento. Muchos han perdido esta noble sensibilidad, y lo hacen como un ejercicio más, quejándose y poniendo trabas cada vez que se hace. Excusas no faltan, el clima, el calzado, el tiempo… se evita, como se evita muchas veces la soledad. ¿Será porque es un encuentro consigo mismo? La respuesta se responde en silencio, y lo que se haga con ella nos acerará a reparar más en nuestro caminar o a simplemente evitarlo.

Caminar de la mano, a solas, en grupo, en la montaña, hacia un lugar esperado, pero caminar, es decir, vivir. No siempre se puede, por salud, por tiempo, por el clima, pero si se puede que sirva para encontrarnos con aquel que siempre tiene algo que decirnos haya uno si lo sabemos escuchar.

 

 

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