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Aunque sea de maestro

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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Me habían expulsado del sistema educativo de mi país. Quedé de vaguito en mi ciudad de Cojutepeque. Trascurría el año 1953.

Traté de matricularme en institutos de otras ciudades, prescription pero me mostraban la  circular donde les comunicaban sobre mi expulsión. Fue una represalia por mi participación en la primera huelga de estudiantes de secundaria, un hecho histórico, inédito en aquella época.

Una tarde me encontré con Ricardo Martínez Saca, compañero de estudios a quien le urgía trabajar.

–Estoy preocupado, necesito trabajar urgentemente – me dijo.

–¿Qué te pasa? Tú cuentas con todo en tu casa y con el apoyo de tu familia.

–Es algo trascendental en mi vida. Después te contaré.

–¿Ya no vas a estudiar? – le interrogué.

–No. Acompáñame a buscar trabajo a San Salvador.

–¿En qué actividad podríamos trabajar?

–En cualquier cosa que podamos hacer.

–¿Y qué podemos hacer? – le pregunté, solo encogió sus hombros

Partimos a las seis de la mañana del siguiente día. Yo nunca había solicitado trabajo y por ser menor de edad no tenía cédula de vecindad. No había restricciones para que los menores trabajaran. Visitamos fábricas, talleres, almacenes, farmacias y otros centros de trabajo. En la mayoría de ellos nos topábamos con el rotulo: «No hay plazas vacantes». En algunos que lográbamos ingresar nos atendían para decirnos que no había plaza libre, que tal vez más adelante.

Viajamos cuatro días, el quinto íbamos frustrados, pero con alguna leve esperanza de encontrar algo. Descansamos un rato en el portal Sagrera, luego seguimos con dirección Poniente y llegamos a la farmacia Americana situada frente a la plaza Hula Hula, leímos un cartel que decía: «Se necesita a dos dependientes». Entramos y un empleado nos dijo:

–Esperen un rato, el jefe está entrevistando a dos señoritas para esas plazas.

Después de un cuarto de hora las señoritas salieron muy contentas. Les dieron las plazas.

Seguimos caminamos por las calles del centro, cuando pasamos por una casa de una planta con paredes de bahareque y láminas leímos el rotulo: “Dirección de Educación Primaria”.

–Entremos aquí – me dijo Ricardo.

–Pero no somos maestros.

–No importa, preguntemos por plazas de ordenanzas o ayudantes de algo.

Le dijo a la secretaria que queríamos hablar con el director, ella preguntó por el motivo de nuestra visita; si le decíamos que andábamos buscando trabajo, no nos dejaría pasar.

–¿Sobre qué asunto van hablar con el señor director? – nos preguntó de nuevo.

Ricardo me vio, entendí que me estaba haciendo el pase para que yo contestara.

–Un asunto personal con el señor director – respondí con seguridad, mientras Ricardo se separó un momento.

–¿Por qué personal? – me dijo, no hallaba qué responderle.

–Él ha sido nuestro profesor – se me ocurrió decirle.

–¿Cómo se llama? – me preguntó para confirmar si de veras lo conocíamos.

En ese momento sentí que nos cazó en la mentira, pero Ricardo se adelantó a responder.

–Es nuestro maestro don Manuel Vela.

Me sorprendió, con rapidez se lo había preguntado al ordenanza mientras la secretaria me interrogaba. Saludamos al profesor Vela, identificándonos personalmente, enseguida nos invitó a sentarnos frente a su escritorio.

–¿Qué andan haciendo, muchachos?

–Buscando trabajo, señor director – dije con la esperanza de una respuesta positiva.

–Lo siento, ya no hay plazas de ordenanzas ni de mensajeros – nos dijo seriamente.

–Podríamos trabajar en otra actividad – agregó Ricardo –, como revisar documentos, sacar estadísticas, este…

–Las plazas para esta dirección en el rubro administrativo ya están ocupadas – nos confirmó.

Se derrumbó nuestra última posibilidad del día. Observé que Ricardo se desanimó, apoyó su rostro sobre su mano izquierda mirando para el piso. De pronto se me ocurrió decirle:

–Aunque sea de maestros queremos trabajar, profesor Vela – insistí un tanto temeroso, no teníamos conocimientos de pedagogía.

El director prorrumpió en sonora carcajada. Era un hombre respetable y de buen humor. Quedamos desconcertados, dudando si expresé alguna idiotez. Cuando se calmó nos dijo seriamente:

–¿Y ustedes piensan que cualquiera puede ser maestro? ¿Qué estudios de educación normal han realizado? (Continuará).

 

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