ARTE O DEPORTE

Jaime Velázquez

En días de encuentros de futbol de varios países las calles quedan en silencio, dejan de pasar coches aunque no sea domingo y la mañana casi sea tarde. De pronto, miles de voces gritan: ¡Gol! Todo mundo estaba en sus casas, expectantes, frente a los aparatos de televisión. Y el silencio es mayor si juega un equipo que cuenta con nuestra simpatía.

En verano, con niños y bicicletas, con mujeres de pantalones cortísimos o mallas con profusión de colores que parecen pintadas sobre la piel, con jóvenes en patines de ruedas en hilera, ancianos con bastón o en silla de ruedas, con perros inquietos y vendedores de frutas y nieves, me pregunto por qué el arte parece algo aburrido. Las exposiciones de pintura, las presentaciones de libros y conferencias cuentan con un público reducido, donde los colegas y los amigos se reencuentran, donde acuden pocos jóvenes y no hay menores de edad. Siempre está la inquietud de saber cómo lograr que más personas asistan.

He oído en muchas ocasiones, incluso he leído en periódicos, que debería hacerse algo para que las actividades artísticas atraigan a todo mundo. El ánimo decae cuando vemos la oferta de películas en cines que pagan abundante publicidad y que sólo los fines de semana consiguen llenar sus salas.

Creo que no hay que pensar mucho. La televisión nos mantiene en nuestras casas. Y el dinero no abunda: gastamos más en un estadio de futbol pero no lo sentimos. ¿Cuánto cuesta ir al cine? ¿Cuánto cuesta ir a una actividad artística? ¿Al teatro? ¿A una sala de conciertos? Pensemos, ¿cuánto cuesta mantener escuelas de arte? El arte es un lujo, es algo del gusto de poca gente.

Hemos visto con frecuencia que futbolistas, beisbolistas, boxeadores se hacen en cualquier baldío, en la calle, en gimnasios auspiciados por entusiastas aficionados.

Parte del secreto del éxito de los partidos de futbol es que se trata de reuniones de amigos que miramos y gritamos y aplaudimos los esfuerzos que hacen los seleccionados por un tiempo determinado. Y más si los partidos son entre equipos de diferentes países. Primero ponemos el equipo nacional y luego elegimos entre los que van colocándose en semifinales y finales, siempre atentos a las indicaciones de los expertos, sean amigos de toda nuestra confianza o locutores que han sido estrellas, o que saben todo lo que hay que saber del pasado y el presente de quienes se enfrentan por el honor de patrio.

Hubo en arte dramático, en Alemania, hace muchos decenios, un poeta y dramaturgo que trató de interesar a los obreros en obras más o menos didácticas, Bertold Brecht. El escenario de “La ópera de tres centavos” fue una taberna. El precio a pagar era precisamente de tres centavos. Hoy podemos oír la música y las canciones en discos o videos. Otros intentos, lecturas de poesía, por ejemplo, han tratado que las conversaciones de los amigos le dejen el lugar a sonoridades que nunca se sabe si son entendidas, así que se ha buscado refugio en bibliotecas, en escuelas, en salas patrocinadas por los gobiernos.

Creo que no hay remedio, el arte y el deporte son dos mundos muy distintos y llama más la atención el ejercicio personal que el del artista. Uno se sube a una bicicleta y compite consigo mismo o, quizás, con un amigo que sabemos de antemano que es más o menos veloz que uno.

Quienes juegan basquetbol, volibol o tenis, requieren lugares bien delimitados, casi siempre en escuelas, y quienes lo practican dejan de hacerlo cuando pasan a una escuela o a un lugar de trabajo que apenas tiene pasillos y escaleras para llevarlos ante sus escritorios, donde podrán oír discretamente los partidos internacionales de gran prosapia, en los que somos tan quietos espectadores como en un teatro o en una sala de conciertos.

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