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22 de enero en El Salvador: rebelión, esperanza y justicia espiritual

Víctor M. Valle Monterrosa

El 22 de enero es una fecha que, en distinto años, contiene hechos notables para la historia de El Salvador.

El 22 de enero de 1932 comenzó la rebelión popular que ha marcado con sangre y fuego nuestra historia. La crisis económica mundial y la escasez económica, que afectaba a los sectores populares y empobrecidos de El Salvador, fueron causa principal de la explosión violenta devenida matanza de un volcán social. Hasta se organizó en Tacuba un Soviet a-la-Unión-Soviética lo cual causó “una reacción de la reacción”. Pedro Geoffroy Rivas en su poema “Romance de Enero”, dijo “al primer soviet de América lo hicieron mierda a balazos”.

Factores exógenos acentuaron la rebelión. Había difusores de la ideología alternativa que emanaba del joven estado soviético, surgido en 1917, y que bregaba por mostrar “a los pobres del mundo”, que una humanidad sin hambrientos era posible. Ese paraíso en la tierra se hizo añicos, desde sus destructivos gérmenes interiores, casi 6 décadas después, cuando cayó el Muro de Berlín, en 1989, y se disolvió la Unión Soviética, en 1991. Aunque el anhelo de “hambre cero” en el mundo sigue pendiente.

El 22 de enero de 1932 marca un punto culminante del estado oligárquico surgido, 50 años antes, con las reformas del gobierno del liberal Rafael Zaldívar que, en nombre de la modernidad y la productividad, despojó a pequeños propietarios e indígenas de sus tierras comunales para entregarlas a los fundadores de la oligarquía cafetalera. Y de esos polvos vienen los lodos que todavía nos anegan y entorpecen.

El 22 de enero de 1980 tuvo lugar una gran marcha popular en San Salvador convocada por la entonces llamada “Coordinadora Revolucionaria de Masas” integrada por las organizaciones de apoyo a los diferentes grupos guerrilleros en lucha. Se dice que ese día hubo una gigantesca marcha que tuvo la participación de varias decenas de miles de personas.

En enero de 1980, El Salvador estaba encendido por las confrontaciones políticas y armadas. Se preveía un triunfo revolucionario cercano. Afluyeron los luchadores, algunos ilusos y no pocos oportunistas. La caída de Somoza por la insurrección sandinista estaba reciente. “Unidos conquistaremos un gobierno verdaderamente revolucionario”, decía la convocatoria a la marcha.  El Salvador “tenía el cielo por sombrero”.

En pocos minutos, cuando la marcha estaba cerca del Palacio Nacional, francotiradores organizados, de la Guardia Nacional, se encargaron de disolverla a balazos con un saldo de decenas de muertos y centenares de heridos. Hubo acciones defensivas armadas de parte de algunos manifestantes.

Y “la chispa encendió la pradera”. Ese 1980 de sangre y fuego mataron a Monseñor Romero, a los dirigentes del FDR (fusión del Frente Democrático con la Coordinadora de Masas”), a Tony Handal y a las religiosas norteamericanas. El mayor Roberto d´Aubuisson y sus secuaces, con el “ojo pacho” del Alto Mando militar, desplegaron toda la barbarie para eliminar subversivos. Y tomó forma una rebelión armada de legítima defensa popular.

En la portada del Diario de Hoy del día siguiente, 23 de enero de 1980, aparecía en madera: INCIDENTES AYER EN SAN SALVADOR, y además una fotografía de dos sonrientes políticos estrechándose la mano: Fidel Chávez Mena, nombrado Canciller, y Héctor Dada Hirezi, miembro de la Junta de Gobierno que, desde los primeros días de enero se había integrado gracias a un pacto de la trilogía: Ejército salvadoreño, gobierno de Estados Unidos y Partido Demócrata Cristiano que se proponían derrotar la insurgencia de izquierda.

El 22 de enero de 2022 es el día en el que la Iglesia Católica beatificará al sacerdote Rutilio Grande y a dos campesinos laicos, Manuel Solórzano y Nelson Lemus, asesinados el 12 de marzo de 1977, y al fraile italiano Cosme Spessotto, asesinado el 14 de junio de 1980.

Los asesinatos fueron perpetrados por agentes del Estado salvadoreño, miembros de los fatídicos cuerpos de Seguridad que, gracias al Acuerdo de Paz de 1992, fueron abolidos de la faz de la historia salvadoreña. Esos mártires de la iglesia católica fueron asesinados por su compromiso con los pobres de El Salvador, en concordancia con la visión humanista de la Iglesia Católica, sobre todo después del Concilio Vaticano II de 1962 a 1965.

Rutilio y sus colaboradores fueron asesinados por guardias nacionales que para el 12 de marzo de 1977 dirigía el general Alfredo Alvarenga y el coronel Carlos Humberto Romero, el de la” masacre estudiantil del 30 de julio de 1975”, era presidente electo para suceder al coronel Arturo Armando Molina. La dictadura estaba en su apogeo con su larga labor como guardiana de los más ricos y, después, al servicio de la política exterior, militar-industrial, de los Estados Unidos de América.

El fraile Cosme Spessotto fue asesinado, en su iglesia, por miembros de la Policía de Hacienda, el otro cuerpo represivo suprimido gracias al Acuerdo de Paz de enero de 1992, cuando los cuerpos de seguridad dependían de los militares, lo cual cambió con el Acuerdo de Paz citado, quienes estaban plenamente al servicio de la política contrainsurgente del gobierno de los Estados Unidos de América y la fachada política era el Partido Demócrata Cristiano, bajo el liderazgo de José Napoleón Duarte.

Son tres 22 de enero en la historia de El Salvador que me traen al recuerdo unas líneas del celebrado Sermón de la Montaña: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”.

Tanto los campesinos y los indígenas alzados en 1932, masacrados por la incipiente dictadura militar, como los centenares de miles de la marcha de 1980, y los mártires católicos que serán beatificados el 22 de enero de 2022 tenían “hambre y sed de justicia” de larga data o luchaban por los que debían ser saciados.

Las caravanas, ríos de dolor rumbo norte, los niños mendigos en las calles de nuestras ciudades, los ancianos limosneros sin casa y los muchos salvadoreños sin trabajo ni acceso a salud, educación, agua potable y vivienda digna, nos dicen que es tarea pendiente lograr que los que tienen hambre y sed de justicia, sean saciados. Gran tarea espera a El Salvador en los años restantes del siglo XXI.

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