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Urge un salario mínimo justo y digno en El Salvador

Jorge Vargas Méndez*
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Cuando la población trabajadora recibe aguinaldo, and en diciembre, medicine el consumo aumenta en comparación con los meses anteriores, beneficiándose directamente el mercado de bienes y servicios y la actividad económica en general. Eso mismo ocurre cuando un trabajador o trabajadora recibe un ingreso adicional, sea que se trate de una remesa inesperada o de un incremento salarial, etc.; es decir, existe una relación directamente proporcional entre ingreso y consumo. Nadie gasta lo que no tiene o lo que no está en posibilidades de pagar después.

Pero lo anterior, pese a que es fácil entender sin tener conocimientos sobre economía, parece estar fuera del análisis del empresariado tradicional. Por razones obvias se preocupa por mantener o incrementar el consumo entre la población, pero rechaza los incrementos salariales. Debido a eso es que se inclina más por exigir mayor inversión del Estado en infraestructura y mejoramiento de los servicios que brinda, pero sin contratar personal o ampliar la burocracia sino mediante subcontratos que debe pactar necesariamente en el libre mercado de bienes y servicios, ya que de ese modo las empresas pueden utilizar la mano de obra que ya tienen y que no está exigiendo mejoras salariales. En otras palabras, el subcontrato no es más que una forma de vender una fuerza de trabajo cuyo costo garantiza utilidades a las empresas.

Pero la actitud del empresariado tradicional cambia cuando se trata de incrementar el salario de la población trabajadora, como el caso del salario mínimo actualmente en cuestión. No se conoce un planteamiento serio por parte del empresariado tradicional sobre el por qué resultaría contraproducente aprobar un salario mínimo justo partiendo de la relación ingreso-consumo. Ni su tanque de pensamiento lo ha hecho. La justificación que esgrimen es la misma cantaleta de siempre: causará despidos y aumentará el desempleo. Pero ese planteamiento ya no convence. Y ese grupo de especialistas lo sabe, pero por órdenes superiores continúan repitiendo lo mismo en un intento de imponer esa falacia como verdad absoluta o pensamiento único. Lo cierto es que las empresas tienden a cerrar operaciones sólo cuando el mercado no garantiza rentabilidad, pero no necesariamente cuando se incrementan los salarios.

Ahora bien, ¿creerá ese tanque de pensamiento que un incremento del 3% este año, otro 3% en 2017 y otro 3% para 2018 tendrá un impacto positivo en la economía familiar? Que pregunten a sus empleadas o empleados qué opinan sobre esa propuesta. Mejor todavía: ¿Por qué la industria mediática no realiza un sondeo de opinión al respecto? Interesante sería el resultado. “Ni 50 dólares que me aumentaran al mes cambiarían mi vida”, me dijo con estoicismo la empleada de una maquila que gana el salario mínimo ($ 210.90). Y se molestó cuando le informé que, según la propuesta del empresariado tradicional, serían $ 18.98 dólares en total, pero que recibiría $ 6.33 dólares mensuales este año 2016, otros $ 6.33 en 2017 y los restantes $ 6.33 dólares en 2018. “Mejor que no aumenten nada”, concluyó indignada. Y con justa razón, pues resulta que el aumento salarial sería de unos 0.63 centavos diarios.

En realidad, el incremento al salario mínimo debe ser asumido por el empresariado en general desde una perspectiva de nación. Es decir, partiendo de que es urgente y necesario que millares de trabajadoras y trabajadores mejoren su calidad de vida y avancen hacia el horizonte del desarrollo humano, lo cual sólo será posible si cuentan con ingresos justos y dignos que les permitan mayor capacidad adquisitiva, paradójicamente, de los mismos bienes y servicios que producen en las empresas donde laboran, esto es, que puedan ampliar la dieta alimentaria, mejorar las condiciones de sus viviendas, garantizar la recreación familiar, ampliar las posibilidades de educación para sus hijas e hijos, entre otros. ¿Cómo esperar que una población alce vuelo si sus alas han sido históricamente recortadas? Así pues, el incremento al salario mínimo debe abordarse desde una visión de país, lo cual pasa por colocar en la primera fila de importancia el cumplimiento de los derechos humanos y, específicamente, el derecho a una vida digna.

Pero la aprobación de un salario mínimo justo y digno desde la perspectiva de nación tiene otros ángulos no menos importantes. Uno de ellos es que el salario mínimo debe corresponder a la actual realidad económica y social del país, renunciando de una vez por todas a ese anclaje en el pasado en materia salarial. Ninguna trabajadora o trabajador mejorará con más o menos 0.63 centavos diarios de incremento, porque lo que ha ganado siempre y lo que gana actualmente no le alcanza, es decir, históricamente los salarios en general han estado muy por debajo de las necesidades de consumo de la mayor parte de la población. El descontento social que cebó, por ejemplo, el levantamiento indígena-campesina de enero de 1932 y la guerra civil reciente, así como la emigración cotidiana de millares de connacionales que se registra desde hace décadas y que dio origen al actual problema de inseguridad, tuvieron y tienen entre sus causas los bajos salarios y la escasez de empleo. Ya es tiempo de que la empresa privada tradicional comience a invertir en el futuro del país. Si se quiere apostar a una nación diferente, productiva, educada y con arraigo se debe ir más allá del discurso mediático, del asistencialismo y la filantropía, y pasar a los hechos, esto es, comenzar a dignificar la única o principal fuente de ingresos que tiene la mayoría de la población, el salario, mismo que recibe no gratuitamente sino por la venta de su fuerza de trabajo.

Adicionalmente, debe considerarse que un salario mínimo justo y digno puede estimular el inicio de la experiencia laboral entre la población joven, reduciendo así la tendencia a caer en lo que se ha dado en llamar población “nini” (ni estudia ni trabaja) o que emigre en busca de mejores ingresos. ¿O es posible pensar en una nación futura con una población con esas características? Sólo en Guatemala y Honduras ya es posible iniciar la experiencia laboral con mejor salario mínimo. Piénsese pues en que la población laboral joven requiere un salario mínimo que le permita soñar, continuar estudiando e integrar, en su momento, su propia familia y en su propia tierra.

El futuro del país está en una población que vea la emigración como una opción y no como una necesidad. Ese es el futuro de la nación a la que se le debe apostar.

*Poeta, escritor, integrante del Foro de Intelectuales de El Salvador.

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