Página de inicio » Suplemento Tres Mil | 3000 » Tres relatos de Hilda Henríquez de Flores

Tres relatos de Hilda Henríquez de Flores

ME LLAMO ÁNGELA

La encontraron varios días después de su muerte. Los vecinos dijeron que sin duda había sufrido un paro cardíaco. Lo más extraño fue que todos en el barrio, comentamos el  hecho de que días antes y a la misma hora, habíamos sentido un fuerte dolor en el lado izquierdo del pecho. Sucedió durante la noche,  primero sentimos el dolor, luego una lasitud desconocida, que desapareció al amanecer. Mas, nadie sospechó que aquella sensación fuera un aviso de un hecho funesto.

Enterados  de su muerte, algunos vecinos y yo fuimos a su casa. Su  cuerpo ya empezaba a descomponerse, una nube de insectos volando sobre el tejado lo anunciaba.

Cuando entramos a la casa,  yo tuve la certeza de que la soledad,  como un guardián desmesurado, hacía mucho tiempo que dominaba todos los rincones.

La Niña Angelita, se quedó a vivir en aquella casa con la única compañía de sus años. En la primera época de su aislamiento, aunque la soledad era su única compañía,  era ella la rectora de la casa. Con el paso del tiempo cambiaron los papeles, fue la soledad quien empezó a dominar todo. Entró como una niebla  a todas las estancias, cubrió los patios de hojarasca, despintó  y desmoronó  las paredes, dañó hasta el mismo cuerpo, casi angelical, de la Niña Angelita.

Aquel día, yo sentía curiosidad por verla. Yacía en su cama cubierta con sábanas blancas,  asediada por las moscas. Las  bacterias   sin duda, ya profanaban sus tejidos.  A pesar de la penosa escena, una necesidad imperiosa de verle el rostro me movía, una sensación rara inundaba mi cuerpo. Me abrí paso entre los presentes. Quienes llegaron antes, le habían cubierto el rostro.  Yo lo descubrí de nuevo, al contemplarlo, me estremecí  de pies a cabeza, quise gritar, pero mi garganta no me obedeció.

Créanlo o no, era yo quien estaba en el lecho. Me llamo Angela, y hace una semana que estoy muerta.

 

SUEÑO

En el sueño, Martha tenía a Pablo entre sus brazos. Mirándolo a los ojos le decía:

– Te he  buscado por ciudades y caminos jamás imaginados. Cansada, algunas veces permanecí bajo dinteles de sombras sin sentido.  Para mí nada ni nadie ha tenido valor. El ayer tenía tu rostro, el mañana era la esperanza de reunir para siempre nuestras vidas. Ahora que te encuentro y me veo en tus ojos, me doy cuenta de que aún tenemos tiempo para amarnos. Dime que eres feliz. Que seremos felices cómo lo fuimos antes. ¡Dímelo!

– Estoy feliz de reunirme contigo. Respondió Pablo. Abrázame quiero sentir tu cuerpo. Cuando formaba parte de tu mundo, nunca  imaginé que esto pudiera suceder. Para mí quienes se separaban como nosotros no se volvían a reunir… Porque ahora que yo… estoy…  Lo que está sucediendo es asombroso… increíble… ¿Qué significa  este encuentro si hace mucho tiempo que yo habito en otra dimensión?

 

LA SOMBRA 

Un día, cuando Amanda disfrutaba a solas de la lectura de Borges, percibió con el rabo del ojo, una sombra que pasó detrás de ella. A pesar de tener la seguridad de que no había nadie más en la casa, impulsada por la curiosidad, se levantó para indagar.  Como era de suponerse no encontró a nadie y regresó tranquila, pensó que era un juego de la mente. Continuó con la lectura. Para menguar la brisa de silencio que moraba en la casa, decidió escuchar a Andrea Bochelli. Acompañada  también por el otro ciego sublime, no existía la soledad. Más tarde, tuvo la impresión de que alguien la miraba con ojos profundos,  levantó la cabeza para  encontrarse con ellos; pero no había nadie. Se dio cuenta de que su actitud era absurda. A pesar de ello, algo la inquietaba, sentía la atmósfera alterada.

Pasaron los días. En una ocasión, entrada la noche, Amanda tuvo necesidad de levantarse al baño,  cuando abrió la puerta y contempló el oscuro pasillo, un viento de miedo sacudió su cuerpo. Tuvo la sensación de que una presencia desconocida  se ocultaba en la oscuridad. Acto seguido regresó a su cuarto. Cerró  la puerta con llave y se metió en la cama. Hundida bajo las sábanas, temblando de temor y sacudida por un extraño frío,  se preguntaba qué significado tendrían aquellas experiencias desacostumbradas vividas en los últimos días. ¿Serían la premonición de un hecho trágico? No comprendía nada. Y  seguía sin comprender, el día cuando  Roberto, su novio, en su presencia fue consumido por una sombra voraz. Luego, ella, queriendo retenerlo, cuando quiso llamarlo no pudo, porque su voz se  convirtió en cenizas.

Ver también

«Mecánica» Mauricio Vallejo Márquez

Bitácora Mauricio Vallejo Márquez Muchas personas tienen un vehículo con el que pueden desplazarse, pero …