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Tolerancia y servicio diplomático

José M. Tojeira

La embajadora norteamericana en El Salvador ha manifestado su indignación ante un acto en que políticos del FMLN tenían detrás una pancarta con la famosa frase repetida en tantos sitios del mundo: “Yankee go home”. Cuando los diplomáticos se ponen solemnes suelen dar risa. Hablan de la importancia y la bondad de sus países pomposamente, sin darse cuenta que las historias de las naciones están demasiado marcadas por conflictos y por las debilidades del ser humano. Todos los países tienen cosas y personas magníficas. Pero también historias tristes y con frecuencia abusivas o asesinas. Y más, cuando han sido grandes potencias. Porque las grandes potencias tienen siempre esa tentación de servirse de la ley del más fuerte que indefectiblemente conduce a la brutalidad. Por eso los ditirambos y las pompas acaban dando risa. Pero dado el estilo pomposo y agresivo del “genio” Donald Trump, que incluso toma nota de quiénes no votan como Estados Unidos en las Naciones Unidas (¡viva la democracia internacional!), no es de extrañar que la embajadora tienda a encuadrarse en ese estilo. Pero la embajadora norteamericana debería ser más prudente y comprensiva ante estas frases, cuando incluso hay un sector significativo de norteamericanos que están diciendo en la práctica “Trump go home”, cuando afirman la incapacidad psicológica del presidente para gobernar los Estados Unidos.

Los diplomáticos, se suele decir, deben medir cuidadosamente su interferencia política en el país en que residen. Es difícil saber si la embajadora norteamericana se ha dado cuenta del peso y la utilización de sus palabras por unos medios de comunicación políticamente muy parcializados. Ya han salido unos cuantos sedicentes analistas, aprovechando el “Yankee go home”, diciendo que si no se renueva el TPS no es porque le falte bondad a Trump, sino por culpa del FMLN. El pobre FMLN que en realidad ha ofendido mucho menos a Trump incluso que algunos de los aliados republicanos del presidente yanqui (por cierto, que así, yanqui, es como se escribe cuando se practica adecuadamente la lengua española). El hecho de que algunos políticos del FMLN hayan hablado en alguna ocasión debajo o cerca de una pancarta que pone esas palabras que le molestan a la embajadora no debía ser motivo de rabieta. Los norteamericanos han merecido con demasiada frecuencia que los pueblos les pidan que se vayan, porque tanto algunas de sus compañías transnacionales como sus soldados han intervenido en explotaciones y guerras que no han hecho sino multiplicar odios y pobreza. No siempre son malos los gringos, y entre su gente hay muchas personas extraordinariamente bondadosas, sanamente universalistas y partidarias de la justicia. Pero también han abundado los fanáticos del garrote y de la explotación. Y estos últimos no han faltado en la historia de Centroamérica, desde William Walker a las compañías fruteras, desde el apoyo a Juan Orlando Hernández hasta el tráfico ilegal de armas organizado por Oliver Norton. No es para ofenderse que en una Universidad se encuentre una pancarta que ponga las mencionadas palabritas que ponen nerviosa a la embajadora. Y más cuando los jóvenes de las propias universidades norteamericanas han mantenido luchas contra los abusos de sus propios gobiernos, pidiendo que los yanquis volvieran a casa, por poner un solo caso, saliendo de Vietnam.

La tolerancia y la prudencia son virtudes diplomáticas. Tener amenazados con la expulsión a cerca de 200.000 salvadoreños que en su inmensa mayoría lo que se merecen es la residencia definitiva, no es un timbre de honor ni del presidente Trump ni de Estados Unidos como nación. Que haya en El Salvador “lame-botas” de los yanquis no es un asunto que haya que aprovechar. Somos muchos los que tenemos parientes o amigos en Estados Unidos y conocemos la bondad de la inmensa mayoría del pueblo norteamericano. Otra cosa es que no nos gusten las políticas imperialistas o xenófobas y, cuando sentimos que alguna actitud norteamericana se acerca a eso, digamos el “yanqui vete a casa”. Tiene Ud., señora embajadora, el derecho a tener su propia sensibilidad nacionalista y a expresarse como considere conveniente. Pero también amistosamente le podemos decir que recuerde que es diplomática. Como dicen ustedes: “take it easy”.

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